jueves, 2 de noviembre de 2017

Lecciones tardías

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Creo que no debe tomarse a broma el irónico artículo de José Ignacio Torreblanca, buen conocedor de las relaciones internacionales, publicado hoy mismo en el diario El País con el título "Anglocondescendencia". Explica Torreblanca en su primer párrafo: «Un largo palabro por el que pido perdón. Pero necesario para definir ese insufrible sentimiento de superioridad anglosajón que venimos sufriendo desde el 1-O.»*
La tesis central del artículo, idea que comparto, es que la actitud británica y norteamericana, está condicionada por una especie de irritante sentimiento propietario sobre la democracia, una especie de "la democracia es un invento mío" que suele encubrir oscuros intereses, internos y externos, en su política. Torreblanca incluye en él además de a los británicos a los norteamericanos, acusando a ambos —con razón— de tener una derecha casposa y marrullera en el poder. Y quizá esa sea parte de la explicación, la necesidad de aparentar lo que en estos momentos es una carencia palmaria.
Por algún extraño encargo divino, los británicos decidieron que eran ellos los que debían describir a España. Durante décadas, los "hispanistas británicos" eran considerados el no va más y había que leerlos para enterarse de nuestra historia. Y nosotros con la boca abierta. Su añoranza colonial la fueron aplicando a distintos países y España, pobrecita, no se libró. Objeto de estudio para unos, lugar de vacaciones para otros, el Reino Unido siempre ha tenido esa extraña superioridad sobre todos, pero en el caso de España con más intensidad pues siguen pensando que las descripciones decimonónicas de George Borrow, Don Jorgito el inglés, en su obra "La Biblia en España (o los viajes, aventuras y prisión de un inglés en un empeño de hacer circular las Escrituras en la Península), que recogió en 1835 y publicó en 1842, siguen siendo válidas. No es así aunque a muchos no les guste o quieran entenderlo.
Escribe Torreblanca:

Pobres españoles, con lo que ellos nos querían. Nuestra cultura, nuestra Guerra Civil, nuestros toros, flamenco y paellas y, por fin, nuestra transición a la democracia, donde les demostramos que sabíamos dejar de matarnos los unos a los otros. Qué simpáticos éramos.
Pero ahora andan desolados. Lloran por las esquinas editoriales y en sus columnas de opinión la enorme decepción que les causa que no hayamos sabido plegarnos al chantaje nacional-populista de Puigdemont y compañía, que queramos defender nuestra Constitución como ellos defienden —por cierto, ferozmente y si es necesario invadiendo países— la suya.
No les gusta el nacionalismo catalán, no, pero su fino detector de nacionalismo castellano tardofranquista ha provocado que salten todas las alarmas y que se apresuren a darnos consejos y palmaditas en el hombro. Tan penoso que recuerda cuando escribían sobre ETA refiriéndose a los “separatistas vascos”. Nos querían y admiraban tanto... que nos dejaban solos ante el peligro. Como ahora. Pero por nuestro bien, claro.*


Hay muchos factores que pueden incidir en este estado de ánimo, en esta actitud en la que no acaban de entender lo que ocurre. Y no siempre es culpa suya.
Cuando se produjo el golpe de estado (el "no-coup") en Egipto, las televisiones británicas se abastecieron de islamistas para comentar lo que había ocurrido. Era sorprendente ver lo bien preparada, lo "moderna" que era la gente que estaba allí rondando por los platós demostrando un perfecto inglés de doctorandos de las mejores universidades británicas. Lo mismo ocurría en Estados Unidos. Cuando alguien intentaba explicar lo ocurrido en dirección contraria, las condiciones empeoraban: conectaban de mala manera con una activista que luchaba contra el mal funcionamiento de su Skype casero. Es solo un ejemplo, pero aprendes que este tipo de procesos conllevan un largo trabajo paralelo de construcción de los discursos. Más allá de las campañas de imagen financiadas con fondos públicos, han desarrollado toda una batería de firmas, analistas, etc. cuya función es introducirse en las agendas periodísticas. Ya hemos sabido cuánto le costó al erario público que Carlos Puigdemont publicara un artículo en The Washington Post y fuera entrevistado por The New York Times, como publicó recientemente la prensa.
Cuando veo la BBC aparecen "analistas españoles" que nadie conoce y que son presentados ante sus audiencias como "expertos". La RT, la cadena de televisión exterior de Putin, hace lo mismo. Forma parte de la estrategia colocar en las agendas de los profesionales los nombres que deben ser llamados para explicar los casos que les interesen. De esta forma se aseguran las voces interpretativas de las situaciones.


Puedo entender las reacciones de la líder de Escocia, Nicola Sturgeon, que busca la separación de Reino Unido. Con todo, han sido moderadas porque su amenaza es precisamente porque los sacan de Europa tras el Brexit. Pero ni ese caso es comparable con el secesionismo catalán cuya consecuencia primera sería la salida de Europa, como le han dicho.
Reino Unido y su "Brexit", con un referéndum mal informado, lleno de mentiras por parte de los políticos y que ha hecho manifestarse al día siguiente, no es un ejemplo de nada. ¿Juegan también a dividir a Europa? Ellos sabrán. Los mentirosos en este caso han sido los secesionistas, que han pisoteado leyes e instituciones, que han ocultado las consecuencias económicas y de la salida de Cataluña del euro y de la Unión Europea. No se dejen engañar porque pongan la bandera azul con estrellas detrás, es otra artimaña más.
El caso norteamericano es más claro en unas cosas y más complicado en otro. Con Trump en la presidencia, los Estados Unidos suman una arbitrariedad a otra. Los jueces están teniendo un protagonismo que evita que muchas medidas sean llevadas adelante. También los jueces son los que están defendiendo, desde sus competencias, los derechos de todos.
Pero la falacia del "pueblo" es muy eficaz y vende bien, no digamos la del "pueblo oprimido". Lo malo del caso es que la única porción del "pueblo oprimido" que ha salido de España es el señor Puigdemont, que anda dando tumbos por Bruselas a ver si le atiende alguien. ¿Vienen de ahí algunos tiros británicos y norteamericanos?


Quizá evitan mirar sus propias crisis dedicándose a criticar a las demás. Si hay algo de lo que no hay duda en la importante y dramática crisis planteada por el secesionismo es la respuesta legal y democrática dada. ¿Hay que recordar cómo resolvió la crisis de las Malvinas el Reino Unido? España ha defendido su unidad, reflejada en la constitución de todos, con los medios necesarios, ajustados a derecho. Intenten llegar hasta donde se llegó en cualquier país de nuestro entorno, como se suele decir.

Lo peor de todo es ese tono condescendiente con el que peroran sobre nuestra joven democracia, sus supuestos problemas para asimilar el franquismo y, otra vez, la matraca racista sobre el carácter temperamental de los españoles y, no se sabe ya si para reír o llorar, la parida de que en nuestro idioma el término “compromiso” no existe o tiene un carácter vergonzoso y, claro, eso lo explica todo. Orientalismo barato aplicado al sur de Europa.*

Les ha faltado el "catolicismo" para cerrar el tópico. Creo que la idea final del párrafo es la que sintetiza bien el problema. Ese "orientalismo" criticado es el "hispanismo" de pacotilla que los británicos nos han estado dando durante décadas con un sesgo que no acabó de asimilar nuestra democracia. Una democracia que funciona no vende mucho, pero sí esos análisis del "Volkgeist" que tanto se lleva para explicar las cosas. Aquellos viejos hispanistas tenían sus amigos y los amigos de sus amigos que hoy han vuelto a reencontrarse.


Son los fundamentos de tanto historiador como hay en el secesionismo catalán. A ellos también les gusta la imagen de la España de Felipe II o de Franco como esencia de lo español. ¡Pobre visión y ceguera interesada! Es lo mismo que hemos visto y seguimos viendo en las manifestaciones o carteles.
El secesionismo nacionalista catalán vendió siempre que ellos eran la democracia y la modernidad en una España fascista y retrógrada. Ese ha sido su mensaje y argumento durante décadas. Lo que le ha descolocado ha sido precisamente la entrada de una España democrática y moderna en la Unión Europea, perdiendo totalmente el argumento. De ahí que se haya tenido que recurrir al romanticismo de la sangre, la lengua y la tierra para pergeñar un anacronismo en una Europa que camina hacia la unidad, que lucha por construir una identidad europea que supere precisamente los horrores del nacionalismo excluyente.
En una Europa en la que se reconoce el derecho a moverse entre sus fronteras, el nacionalismo catalán pone trabas a la inmigración interna ¡porque hablan español! Es probablemente el único caso en Europa.


Todo el aparato propagandístico del secesionismo lleva años trabajando en el exterior. Lo ha hecho con libertad y fondos públicos. Sin embargo, la respuesta española ha sido tibia o inexistente. Tampoco ha tenido voz la ciudadanía catalana, una mayoría, que no son secesionistas. Por ello la salida a la calle de cientos de miles de personas ha sido una imagen correcta enviada a los secesionistas y también al exterior.

España ocupa muy poco espacio, con la excepción futbolera, en los medios extranjeros. Como país, estamos sujetos a desgracias para ocupar titulares y las informaciones que muchas veces se dan parten del tópico interesado, como señala José Ignacio Torreblanca. No somos el único caso en esto; lo padecen mucho. La prensa británica siempre ha tenido un puntito con España y nunca les viene mal recuperarlo.  
Un recordatorio: cuando se produjeron los atentados de Barcelona, las máximas autoridades españolas, el Rey incluido, estuvieron allí. No estuvieron con Barcelona, sino en Barcelona. Cumplieron con un deber que les llevó a soportar insultos de todo tipo. Dejaron claro que España estaba con Barcelona y en Barcelona. Acertaron entonces, porque de no haberlo hecho, las personas que después han salido a la calle a reivindicar que son Cataluña y España se hubieran sentido entregados a manos del secesionismo y que se les daba por perdidos. Los secesionistas no entendieron el mensaje o no lo quisieron entender.
Es necesaria una política más activa de explicación en el exterior, no dejarlo en manos de los secesionistas y sus amigos. España no tiene nada que ocultar. Hasta los medios oficiales retransmite las ruedas de prensa del huido (él sabrá) Puigdemont. España es una democracia moderna y se respetan los derechos humanos algo que nos siempre han hecho algunos de los que ahora critican. De no serlo no se habría llegado al punto de ruptura al que se ha llegado, cuyo responsable es el gobierno de Puigdemont, que ha pisoteado la legalidad existente, mentido a Cataluña y ahora lo hace ante los micrófonos en Bruselas. Lo que allí le han dicho, ya lo hemos comentado ayer. Por eso llama la atención la cargante condescendencia. Otros países lo han entendido rápido y han desmontado las falacias secesionistas —como le ocurrió a Romeva en Francia—, pero Gran Bretaña sigue conque ellos son la democracia y Europa es un espacio autoritario gestionado por Alemania y seguido por países serviles. Lo han hecho con toda Europa con motivo del Brexit y no iban a dejar pasar la ocasión de justificar indirectamente su salida. Ellos son la democracia, Europa no.
Como cierra Torreblanca su artículo: «Sentimos haberos decepcionado. Pero a lo mejor es que nos hemos hecho mayores y nos hemos cansado de lecciones.»* Sí.


* "Anglocondescendencia" El País 2/11/2017 https://elpais.com/elpais/2017/11/01/opinion/1509540815_830256.html


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