Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Creo que
no debe tomarse a broma el irónico artículo de José Ignacio Torreblanca, buen
conocedor de las relaciones internacionales, publicado hoy mismo en el diario
El País con el título "Anglocondescendencia". Explica Torreblanca en
su primer párrafo: «Un largo palabro por el que pido perdón. Pero necesario para definir
ese insufrible sentimiento de superioridad anglosajón que venimos sufriendo
desde el 1-O.»*
La tesis central del artículo, idea que comparto, es
que la actitud británica y norteamericana, está condicionada por una especie de
irritante sentimiento propietario sobre la democracia, una especie de "la
democracia es un invento mío" que suele encubrir oscuros intereses,
internos y externos, en su política. Torreblanca incluye en él además de a los
británicos a los norteamericanos, acusando a ambos —con razón— de tener una
derecha casposa y marrullera en el poder. Y quizá esa sea parte de la
explicación, la necesidad de aparentar lo que en estos momentos es una carencia
palmaria.
Por algún extraño encargo divino, los británicos
decidieron que eran ellos los que debían describir a España. Durante décadas,
los "hispanistas británicos" eran considerados el no va más y había que leerlos para enterarse de nuestra
historia. Y nosotros con la boca abierta. Su añoranza colonial la fueron
aplicando a distintos países y España, pobrecita, no se libró. Objeto de
estudio para unos, lugar de vacaciones para otros, el Reino Unido siempre ha
tenido esa extraña superioridad sobre todos, pero en el caso de España con más
intensidad pues siguen pensando que las descripciones decimonónicas de George
Borrow, Don Jorgito el inglés, en su obra "La Biblia en España (o los viajes, aventuras y prisión de un inglés en un empeño de hacer circular las Escrituras en la Península), que recogió en 1835 y publicó en 1842, siguen
siendo válidas. No es así aunque a muchos no les guste o quieran entenderlo.
Escribe Torreblanca:
Pobres
españoles, con lo que ellos nos querían. Nuestra cultura, nuestra Guerra Civil,
nuestros toros, flamenco y paellas y, por fin, nuestra transición a la
democracia, donde les demostramos que sabíamos dejar de matarnos los unos a los
otros. Qué simpáticos éramos.
Pero
ahora andan desolados. Lloran por las esquinas editoriales y en sus columnas de
opinión la enorme decepción que les causa que no hayamos sabido plegarnos al
chantaje nacional-populista de Puigdemont y compañía, que queramos defender
nuestra Constitución como ellos defienden —por cierto, ferozmente y si es
necesario invadiendo países— la suya.
No les
gusta el nacionalismo catalán, no, pero su fino detector de nacionalismo
castellano tardofranquista ha provocado que salten todas las alarmas y que se
apresuren a darnos consejos y palmaditas en el hombro. Tan penoso que recuerda
cuando escribían sobre ETA refiriéndose a los “separatistas vascos”. Nos
querían y admiraban tanto... que nos dejaban solos ante el peligro. Como ahora.
Pero por nuestro bien, claro.*
Hay muchos factores que pueden incidir en este
estado de ánimo, en esta actitud en la que no acaban de entender lo que ocurre.
Y no siempre es culpa suya.
Cuando se produjo el golpe de estado (el
"no-coup") en Egipto, las televisiones británicas se abastecieron de
islamistas para comentar lo que había ocurrido. Era sorprendente ver lo bien
preparada, lo "moderna" que era la gente que estaba allí rondando por
los platós demostrando un perfecto inglés de doctorandos de las mejores
universidades británicas. Lo mismo ocurría en Estados Unidos. Cuando alguien
intentaba explicar lo ocurrido en dirección contraria, las condiciones
empeoraban: conectaban de mala manera con una activista que luchaba contra el mal
funcionamiento de su Skype casero. Es solo un ejemplo, pero aprendes que este
tipo de procesos conllevan un largo trabajo paralelo de construcción de los
discursos. Más allá de las campañas de imagen financiadas con fondos públicos,
han desarrollado toda una batería de firmas, analistas, etc. cuya función es
introducirse en las agendas periodísticas. Ya hemos sabido cuánto le costó al erario
público que Carlos Puigdemont publicara un artículo en The Washington Post y
fuera entrevistado por The New York Times, como publicó recientemente la
prensa.
Cuando veo la BBC aparecen "analistas españoles"
que nadie conoce y que son presentados ante sus audiencias como "expertos".
La RT, la cadena de televisión exterior de Putin, hace lo mismo. Forma parte de
la estrategia colocar en las agendas de los profesionales los nombres que deben
ser llamados para explicar los casos que les interesen. De esta forma se
aseguran las voces interpretativas de las situaciones.
Puedo entender las reacciones de la líder de
Escocia, Nicola Sturgeon, que busca la separación de Reino Unido. Con todo, han
sido moderadas porque su amenaza es precisamente porque los sacan de Europa tras
el Brexit. Pero ni ese caso es comparable con el secesionismo catalán cuya
consecuencia primera sería la salida de Europa, como le han dicho.
Reino Unido y su "Brexit", con un
referéndum mal informado, lleno de mentiras por parte de los políticos y que ha
hecho manifestarse al día siguiente, no es un ejemplo de nada. ¿Juegan también
a dividir a Europa? Ellos sabrán. Los mentirosos en este caso han sido los
secesionistas, que han pisoteado leyes e instituciones, que han ocultado las
consecuencias económicas y de la salida de Cataluña del euro y de la Unión
Europea. No se dejen engañar porque pongan la bandera azul con estrellas
detrás, es otra artimaña más.
El caso norteamericano es más claro en unas cosas y
más complicado en otro. Con Trump en la presidencia, los Estados Unidos suman
una arbitrariedad a otra. Los jueces están teniendo un protagonismo que evita
que muchas medidas sean llevadas adelante. También los jueces son los que están
defendiendo, desde sus competencias, los derechos de todos.
Pero la falacia del "pueblo" es muy eficaz
y vende bien, no digamos la del "pueblo oprimido". Lo malo del caso
es que la única porción del "pueblo oprimido" que ha salido de España
es el señor Puigdemont, que anda dando tumbos por Bruselas a ver si le atiende
alguien. ¿Vienen de ahí algunos tiros británicos y norteamericanos?
Quizá evitan mirar sus propias crisis dedicándose a
criticar a las demás. Si hay algo de lo que no hay duda en la importante y
dramática crisis planteada por el secesionismo es la respuesta legal y
democrática dada. ¿Hay que recordar cómo resolvió la crisis de las Malvinas el
Reino Unido? España ha defendido su unidad, reflejada en la constitución de
todos, con los medios necesarios, ajustados a derecho. Intenten llegar hasta
donde se llegó en cualquier país de nuestro entorno, como se suele decir.
Lo
peor de todo es ese tono condescendiente con el que peroran sobre nuestra joven
democracia, sus supuestos problemas para asimilar el franquismo y, otra vez, la
matraca racista sobre el carácter temperamental de los españoles y, no se sabe
ya si para reír o llorar, la parida de que en nuestro idioma el término
“compromiso” no existe o tiene un carácter vergonzoso y, claro, eso lo explica
todo. Orientalismo barato aplicado al sur de Europa.*
Les ha faltado el "catolicismo" para
cerrar el tópico. Creo que la idea final del párrafo es la que sintetiza bien
el problema. Ese "orientalismo" criticado es el
"hispanismo" de pacotilla que los británicos nos han estado dando
durante décadas con un sesgo que no acabó de asimilar nuestra democracia. Una
democracia que funciona no vende mucho, pero sí esos análisis del "Volkgeist"
que tanto se lleva para explicar las cosas. Aquellos viejos hispanistas tenían
sus amigos y los amigos de sus amigos que hoy han vuelto a reencontrarse.
Son los fundamentos de tanto historiador como hay en
el secesionismo catalán. A ellos también les gusta la imagen de la España de Felipe II o de Franco como esencia de lo español. ¡Pobre visión y ceguera
interesada! Es lo mismo que hemos visto y seguimos viendo en las
manifestaciones o carteles.
El secesionismo nacionalista catalán vendió siempre
que ellos eran la democracia y la modernidad en una España fascista y
retrógrada. Ese ha sido su mensaje y argumento durante décadas. Lo que le ha
descolocado ha sido precisamente la entrada de una España democrática y moderna
en la Unión Europea, perdiendo totalmente el argumento. De ahí que se haya
tenido que recurrir al romanticismo de la sangre, la lengua y la tierra para
pergeñar un anacronismo en una Europa que camina hacia la unidad, que lucha por
construir una identidad europea que supere precisamente los horrores del
nacionalismo excluyente.
En una Europa en la que se reconoce el derecho a
moverse entre sus fronteras, el nacionalismo catalán pone trabas a la
inmigración interna ¡porque hablan español! Es probablemente el único caso en
Europa.
Todo el aparato propagandístico del secesionismo
lleva años trabajando en el exterior. Lo ha hecho con libertad y fondos
públicos. Sin embargo, la respuesta española ha sido tibia o inexistente.
Tampoco ha tenido voz la ciudadanía catalana, una mayoría, que no son
secesionistas. Por ello la salida a la calle de cientos de miles de personas ha
sido una imagen correcta enviada a los secesionistas y también al exterior.
España ocupa muy poco espacio, con la excepción
futbolera, en los medios extranjeros. Como país, estamos sujetos a desgracias
para ocupar titulares y las informaciones que muchas veces se
dan parten del tópico interesado, como señala José Ignacio Torreblanca. No somos el único caso en esto; lo padecen mucho. La prensa británica siempre ha tenido un puntito con España y nunca les viene mal recuperarlo.
Un recordatorio: cuando se produjeron los atentados
de Barcelona, las máximas autoridades españolas, el Rey incluido, estuvieron
allí. No estuvieron con Barcelona,
sino en Barcelona. Cumplieron con un
deber que les llevó a soportar insultos de todo tipo. Dejaron claro que España
estaba con Barcelona y en Barcelona. Acertaron entonces, porque de no haberlo
hecho, las personas que después han salido a la calle a reivindicar que son
Cataluña y España se hubieran sentido entregados a manos del secesionismo y que
se les daba por perdidos. Los secesionistas no entendieron el mensaje o no lo
quisieron entender.
Es necesaria una política más activa de explicación
en el exterior, no dejarlo en manos de los secesionistas y sus amigos. España
no tiene nada que ocultar. Hasta los medios oficiales retransmite las ruedas de
prensa del huido (él sabrá) Puigdemont. España es una democracia moderna y se
respetan los derechos humanos algo que nos siempre han hecho algunos de los que
ahora critican. De no serlo no se habría llegado al punto de ruptura al que se ha llegado, cuyo responsable es el gobierno de Puigdemont, que ha pisoteado la legalidad existente, mentido a Cataluña y ahora lo hace ante los micrófonos en Bruselas. Lo que allí le han dicho, ya lo hemos comentado ayer. Por eso llama la atención la cargante condescendencia. Otros países lo han entendido rápido y han desmontado las falacias secesionistas —como le ocurrió a Romeva en Francia—, pero Gran Bretaña sigue conque ellos son la democracia y Europa es un espacio autoritario gestionado por Alemania y seguido por países serviles. Lo han hecho con toda Europa con motivo del Brexit y no iban a dejar pasar la ocasión de justificar indirectamente su salida. Ellos son la democracia, Europa no.
Como cierra Torreblanca su artículo: «Sentimos
haberos decepcionado. Pero a lo mejor es que nos hemos hecho mayores y nos
hemos cansado de lecciones.»* Sí.
* "Anglocondescendencia" El País 2/11/2017
https://elpais.com/elpais/2017/11/01/opinion/1509540815_830256.html
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