miércoles, 29 de noviembre de 2017

La falsa identidad de siempre

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El País reproduce un preocupante artículo del diario Le Soir, firmado por Marine Buisson, con el título "La galaxia identitaria se expande cada vez más en Europa"*. Es preocupante porque nos avisa del crecimiento de movimientos alternativos por la derecha, claramente xenófobos cuando no directamente racistas. Entre los anti sistema y los ultra sistema, el porvenir que nos espera es cada día más conflictivo. Ya tenemos muestras de lo que ha ocurrido en los Estados Unidos, cuyo electorado se identificó con las reaccionarias propuestas de Trump, que contó con grupos alternativos, como supremacistas blancos o el KKK, que le dieron algo más que el voto.
Cada vez es más difícil encontrar elementos que sirvan de referencia en las clases políticas europeas, llenas de tecnócratas y demagogos, personas que han hecho de la virulencia y la descalificación su forma de entender la política. Encontrar a un político "tranquilo", capaz de explicar sus ideas sin insultar a nadie, capaz de ejercer la crítica sin caer en la demagogia, etc. es cada vez más difícil. Los discursos apocalípticos abundan porque llegan antes y mejor a unos electores aburridos o enervados por las campañas de insultos rutinarios.
Nos describen así a estos jóvenes en busca de identidad:

Según dicen, no pretenden gobernar, aunque apoyan a los partidos de extrema derecha de sus respectivos países. Lo que quieren es “introducirse en las mentes”, cuenta el austriaco Hintsteiner. Desde París hasta Viena, pasando por Italia, Alemania, Polonia o incluso Dinamarca, el movimiento ha aprovechado la creciente obsesión con la identidad en Europa, intelectualizada y difundida en Francia por Eric Zemmour y por personas como Alain Finkielkraut.
Generación Identitaria, presentada oficialmente en 2012 en Francia, llamó la atención al ocupar las obras de una mezquita en Poitiers para protestar contra “la islamización de Francia”. Desde entonces, el movimiento apuesta por las acciones espectaculares —respondiendo a los principios del agitprop (contracción de “agitación” y “propaganda”)— bordeando habitualmente los límites de la legalidad. Los militantes transmiten todo masivamente en las redes sociales. El golpe de comunicación más destacado fue, sin duda, su operación para bloquear los barcos fletados para socorrer a las embarcaciones de inmigrantes en el Mediterráneo en el mes de agosto. La operación, que lógicamente cubrieron los medios de comunicación, puso al movimiento bajo los focos. En las redes sociales, Generación Identitaria aprovechó la repercusión de la operación para profesionalizarse. Todas las ramas  —desde España hasta Alemania— adoptaron el mismo logotipo —el signo lambda en homenaje a los escudos espartanos (por el pacifismo, volveremos sobre ello)— y multiplicaron el envío de vídeos para documentar sus acciones.*


No es fácil entender este proceso si se separa de otros. Son crisis que auguran un fin de ciclo, el fin de unas formas de convivencia y de unos valores solidarios.  Es un odio que ha ido creciendo gracias a la canalización de la frustración, uno de los mecanismos más rentables de la manipulación. No se dan respuestas sanas a los problemas que se repiten cada día y es difícil evitar la atracción por esta violencia que se disfraza con palabras grandilocuentes. ¿"Generación identitaria"?
No sé si estas sociedades actuales generan más frustración que las anteriores, pero la sensación de que el mundo conspira contra ti es constante y repetida. Estas  conspiraciones son discursos cuya finalidad es la manipulación del otro para hacerle actuar a nuestra conveniencia. Unen mucho y marcan a los culpables señalándoles con el dedo.
En estos días del viaje de Trump a China en el que ha contento con el trato que le han dado, muchos medios han recordado los momentos de su campaña en los que China era el artífice de todos los males de Estados Unidos. No era verdad, pero a la gente le gustaba escucharlo, al igual que echar las culpas sobre los mejicanos. En su visión, los Estados Unidos son un paraíso del que hay que sacar a la serpiente, expulsarla. La serpiente unos días habla español, otros chino o cualquier otra lengua ajena a la nuestra. Son los "bad hombres" que perturban la tranquilidad del edén imaginario que son las naciones virginales.


Estas identidades que se fabrican no son más que el envoltorio sentimental del clasismo y del racismo tradicionales que se recubren de aires nacionales, patrióticos. Sacar lo peor en nombre de los conceptos más elevados.
Esta generación tiene una poderosa herramienta con la que no contaron las anteriores y que se cita en el texto: la comunicación. Son expertos en el manejo de los nuevos medios, es decir, en las formas de llamar la atención, variante perversa de la atracción intelectual. Es una generación que solo lee manuales de uso, carente de argumentos más allá de las soflamas. Son movidos en la sombra por ideólogos con más inteligencia que ellos, pero que prefieren dejar caer las ideas para que otros las recojan.
Con las universidades reducidas a centros de egoísmo para la acumulación de méritos auto promocionales, los ideólogos pescan en los cubos de la ignorancia. Dicen en el texto que su objetivo es “introducirse en las mentes” y es fácil hacerlo en pisos sin amueblar.
Es evidente que esta mezcla de sociedad de consumo y de la atención, una mezcla explosiva, ha conseguido transmitir el vacío tecnocrático como valor supremo. Ese vacío, producido por una educación defectuosa, centrada en aspectos livianos, intranscendentes, lejos de los debates reales sobre la sociedad y sus problemas, es rellenado por estas ideologías intensas y emocionales, que manejan sentimientos "nacionales", "religiosos", etc. Es la incapacidad del sistema de producir un pensamiento crítico útil, es decir, que trate de mejorar el sistema, y no de destruirlo, lo que más estamos padeciendo en todos los órdenes, lo que facilita la penetración.


A esto contribuye el fraccionamiento de los saberes —que impiden tener visión de conjunto—, la concentración en protocolos —que exime de responsabilidades— y la trivialización de la sociedad del espectáculo. En una sociedad así, es fácil atraer a los que no se sienten completos o han sido seducidos por el lado oscuro, por la senda peligrosa. La fantasía heroica es típica de las sociedades aburridas. Y la nuestra lo es.
El detalle de salir a impedir que un barco atienda inmigrantes en peligro de naufragio, en medio de un mar de tumbas, retrata a esa extraña identidad capaz de cometer la peor bajeza en nombre de palabras "sagradas". A Papá Le Pen se le ocurrió un día celebrar la existencia del virus del Ébola como remedio contra la llegada de inmigrantes a Francia. Un par de epidemias y dejarán de venir, dijo. Basta con dejar que mueran. ¡Papá siempre tan gracioso!
Que estas viejas formas perversas resulten tan atractivas hoy, anuncia tiempos oscuros. Dicen que "defienden Europa". No nos engañemos; son la parte oscura de Europa, los viejos fascismos intransigentes de siempre.  Avanzan de nuevo ganando terrero a la placidez y a la simpleza con la que nos gusta codearnos. Enterramos lo mejor de nuestro pensamiento lúcido, de nuestros valores humanitarios tragados, como escribiría T.S. Eliot, por un bostezo. Si no enseñamos a pensar, la estupidez nos devorará con cualquiera de sus múltiples disfraces.




* "La galaxia identitaria se expande cada vez más en Europa" El País 28/11/2017 https://elpais.com/internacional/2017/11/28/actualidad/1511879520_399955.html

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