Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Publicado
en 1993, el texto de Jesús Mosterín "Filosofía de la cultura" tiene su
comienzo sobre del concepto básico de "información". Nos ha llevado
muchas décadas introducir este concepto y hacerlo operativo en su diversidad,
por un lado, pero también en su propia unicidad.
Ya
desde su primer capítulo, "Cultura como información", Mosterín se
distingue de otros enfoques de la idea de cultura. El planteamiento de Mosterín
pertenece al paradigma informacional y sobre esos principios se adentra en el
recorrido de la idea en ámbitos de diferente nivel de complejidad:
Los seres vivos son entidades improbables y
enormemente alejadas del equilibrio, sistemas frágiles e inestables que navegan
contra corriente, oponiéndose a la tendencia universal hacia la entropía y el
desorden, resumida en la segunda ley de la termodinámica. Es sorprendente que
haya seres vivos, y que no todo se reduzca a rocas y gases y plasmas. Estos
sistemas tan excepcionales sólo pueden surgir, mantenerse y reproducirse a base
de detectar, procesar, almacenar y usar información. La existencia, por efímera
que sea, de un ser vivo es casi un milagro, es algo tan inverosímil y
asombroso, que sólo puede explicarse por la aplicación simultánea y coordinada
de miles de trucos sofisticados. Por muy rebuscado e improbable que sea un
truco, una vez descubierto, registrado y almacenado, puede ser aplicado una y
otra vez en millones de ocasiones y en millones de organismos. Un truco es
información. Y, sin esa acumulación de información, la vida sería imposible. El
uso de esa información acumulada nos permite a los organismos remontar la
universal corriente entrópica y seguir avanzando como funámbulos sobre el
abismo. Y aquí estamos nosotros para contarlo.
Los animales superiores poseemos dos sistemas
procesadores de información: el genoma y el cerebro. El genoma procesa la
información de un modo extraordinariamente lento, pero es sumamente fiable como
mecanismo de transmisión y almacenamiento. El genoma procesa la información de
un modo extraordinariamente lento, pero es sumamente fiable como mecanismo de
transmisión y almacenamiento. El cerebro procesa la información de un modo
incomparablemente más rápido, aunque es menos fiable y eficiente en su
transmisión y almacenamiento. Allí donde los cambios del entorno son lentos y a
muy largo plazo, el genoma es el procesador más eficiente. Pero cuando los
cambios son rápidos y a corto plazo, el genoma no da abasto para habérselas con
ellos directamente. Algunas líneas génicas han resuelto el problema inventando
el cerebro. Los cerebros son capaces de registrar los cambios al instante, y de
procesar la información rápidamente. Además son capaces de transmitir esa
información de cerebro a cerebro, creando y acumulando así una creciente red
informacional, que recibe el nombre de cultura. La cultura es la información
que se transmite entre cerebros, es decir, la información transmitida por
aprendizaje social.*
Del
caos al orden y del orden material a la vida. No hay vida sin un procesamiento,
aunque sea mínimo, de la información. Como humanos manejamos más información y
más compleja. Nuestros cerebros se unen para crear los sistemas culturales. Nuestro
lenguaje complejo permite tener y transmitir una visión más compleja de lo que
nos rodea, de un entorno que ya no es solo material sino altamente simbólico.
El mundo es interpretado, pero todos nuestros códigos, nuestros lenguajes y signos,
ponen en marcha un entorno simbólico en el que pasamos a ser "intérpretes",
es decir, seres que someten a interrogatorio el mundo que les rodea que deja de
ser un escenario silencioso y pasa a ser causa de estímulos constantes.
Poseemos
una extraordinaria capacidad expresiva, junto con la posibilidad de ser
interpretados por otros. Hablamos y escuchamos; expresamos e interpretamos lo
que otros dicen, voluntaria o involuntariamente. No dejamos de comunicar, de
intercambiar información que otros perciben y dan sentido.
La
Ciencia misma es una evolución de la curiosidad, un continuo preguntarse ante
el mundo para comprender, un proceso
abierto y que aspira a los mayores retos. Las sociedades creativas son las que
no dejan de considerar el mundo como un texto abierto a lectura y escritura, a
relectura y reescritura continuas. Las dogmáticas, en cambio, tratan de hacer
creer que ya está todo dicho, que no hay preguntas que hacerse. Tremendo error
que las paraliza y produce su debilidad bajo apariencia de solidez.
Cerebro
y genoma. Pero ese cerebro es algo más que información. De él surge la identidad, fabricada por el juego de la
memoria, que es un decirse desde la experiencia. La información almacenada no
es procesada por una máquina, sino por un complejo órgano que se encuentra
entre lo propio y lo ajeno. La memoria no es la inscripción de una lápida. Por
el contrario, se trata de un proceso sometido a variación constante en función
del propio momento del recuerdo. Recordar es recuperar una información desde el
hoy, tal como la Historia se escribe inevitablemente desde un punto límite de
sí misma, el presente cambiante por la autocomprensión.
Intercambiamos
información con los otros. Hemos expandido nuestras posibilidades de diálogo y
podemos hacerlo a distancia física y en el tiempo. La lectura es una forma de
diálogo doble, con nosotros mismos y con los otros. Es un ejemplo de nuestro
estar en el mundo. Somos, pero somos dentro de flujos culturales que nos ponen
límites, líneas reguladas dentro de la cultura en la que estamos. Eso cambia con la comunicación intercultural, que abre nuevas posibilidades de identidad y definición.
En
estos tiempos que corren es esencial llegar a definiciones de lo humano en las que la cultura no sea
un elemento separador sino una oportunidad de crecimiento a través de compartir la información.
Puede
que estemos hechos para procesar información, pero también es cierto que son
necesarias nuevas competencias comunicativas para afrontar el gran reto del
futuro: la diversidad de la información que recibimos. Los tiempos de las
culturas aisladas se acabaron. Esto ya solo se puede hacer de forma artificial
y autoritaria. La tendencia de las dictaduras es a elevar murallas que eviten
los intercambios de información.
La
información que recibimos nos centra en nuestra propia cultura, pero debemos
prepararnos para la diversidad cultural. Nuestro mundo se ha hecho pequeño. Hay
que afrontar la diversidad y los conflictos que produce. El futuro es híbrido
una vez rotas las barreras del tiempo y el espacio. Por ello quizá estamos
sujetos a una de las etapas más virulentas de los localismos —a través de
populismos y nacionalismos, movimientos claramente cerrados sobre sí mismos,
que tratan de aislar cerrando las entradas de información.
Las
noticias que nos llegan de muchas partes del mundo son cada vez más
preocupantes. Nos muestran la voluntad reaccionaria de regresar a un pasado que
va contra la propia lógica y el desarrollo históricos. Vamos hacia unidades
superiores en las que se resuelve la identidad histórica; ese es el sentido de
nuestra constante amplificación comunicativa. Pero la resistencia aumenta en
favor de formas rígidas que entrechocan.
Mientras
nuestro conocimiento aumenta por el intercambio de información, los choques se
multiplican por el mismo proceso. Si no hay cambio, lo que se produce es
choque. Escribe Jesús Mosterín:
El proceso de difusión cultural parece
conducir a una situación caracterizada tanto por una mayor variación
intracultural como por una mayor homogeneidad intercultural. Los acervos
culturales de las diversas poblaciones humanas cada vez se parecen más entre
sí, a la vez que internamente se diversifican más y más, mediante la creciente
admisión de memes exógenos. Las culturas más pobres se van enriqueciendo con
nuevas dimensiones y funciones culturales importadas y con nuevas alternativas
para el desempeño de las funciones ya previamente poseídas. En definitiva, la
oferta cultural aumenta. La competición entre los memes homólogos puede
producir una selección cultural, una adopción diferencial por parte de la
población de esos memes homólogos que la cultura ampliada ofrece, debida
fundamentalmente a la decisión de los individuos de adoptar un meme más bien
que otro alternativo, porque —en su estimación— el primero contribuye más que
el segundo a optimizar la satisfacción de sus necesidades e intereses, dadas
las condiciones locales. Lo cual, teniendo en cuenta la relativa homogeneidad
genética (previsiblemente incrementada en el futuro por los flujos migratorios)
de la humanidad, a la larga acabará conduciendo a una cultura universal única,
provista de una oferta cultural muy rica, aunque modulada geográficamente por
variaciones estadísticas en la distribución de los memes en función de
variables puramente ecológicas.*
Los
"memes" son el equivalente externo de los "genes". Son los
paquetes de información que constituyen nuestras culturas y que transmitimos a
gran velocidad en el tiempo mediante el aprendizaje. La competencia cultural se
manifiesta como la genética. El futuro, desde la perspectiva de Mosterín, es
dual: mayor convergencia intercultural, mayor divergencia intracultural.
Oponerse al futuro es oponerse al cambio hacia fuera y hacia adentro. Queda por
resolver el problema de las identidades grupales, de sus señas y formas
diferenciales.
Nuestros
medios son ya globales. El intercambio de información con gente de todas partes
del mundo se produce de forma cotidiana a través de los medios o se percibe en
la diversidad de nuestras aulas o calles. Educación, turismo, cooperación internacional,
empresas, arte, cocina... todo es información y todo nos llega desde cualquier
parte del mundo. Y aumentan también las resistencias en forma de negación:
racismo, xenofobia.
Son
muchos los desafíos que se presentan por la expansión informativa de las
relaciones interculturales. Quizá la aceleración de los cambios que la propia
dinámica cultural informativa produce no sea fácil de asimilar. Pero el
inmovilismo, la diferenciación a ultranza, tiene también unos efectos
corrosivos.
El cuatro de octubre falleció Jesús Mosterín. Había nacido en Bilbao, se licenció en Madrid (UCM) y se doctoró en Barcelona (UAB). Se formó en medio mundo y difundió sus ideas por todo el planeta. Descanse en paz.
* Jesús
Mosterín (1993). Filosofía de la cultura. Alianza, Madrid.
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