Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Es la
noche de un día sombrío. La ligereza de nuestra clase política ha quedado en
evidencia al ver lo poco que les preocupa realmente el meollo del problema.
Cada uno ha ido a rentabilizar lo que pueda de este desastre creado. España ha
dado un salto atrás de décadas en lo que precisamente había sido un modelo de convivencia.
Desde
hace cinco años en España se ha producido un cambio importante en la política
española, aunque no sé si es ese el término más adecuado. En 2011 ya hubo una
erupción violenta de parte de la ciudadanía que mostraba dos cosas: a una le
pusieron nombre, el "desapego"; la otra la dejaron sin etiquetar,
pero la podemos llamar el "rencor".
Toda la
carga de la crisis económica más los escándalos emergentes de la corrupción se
redirigía hacia un punto: la Constitución y su dibujo del Estado de las
Autonomías. Con pacto o sin él, confluían así dos fuerzas con objetivos muy
definidos, la monarquía y el diseño territorial. De repente nadie parecía tener
interés en defender el estado surgido de la Transición, otro blanco indirecto
de críticas. La retirada de una generación que había hecho el diseño de nuestra
democracia dejaba espacio a unas fuerzas que actuaban no dentro del sistema
sino anti sistema, es decir, rechazando las normas del juego constitucional. Sencillamente
las despreciaban y así lo voceaban sin que nadie les interrumpiera. A unos por
republicanos, le interesaba, y a otros por nacionalistas, también. Otros ya eran ambas cosas, pues es la Corona la que simboliza constitucionalmente la unidad del Reino. En el silencio, se olvida la razón y muchos han callado durante mucho tiempo.
El
peculiar diseño del mapa político español contempló el regreso de una "nueva
izquierda" que no se sentía comprometida ni con el sistema ni con la
propia izquierda oficial, a la que acusaba de contemporizadora y vendida al
"sistema". El discurso necesitaba un componente que hiciera de
"cola" y fueron los "recortes" los que actuaron en ese
sentido unificador. Ahora había que recoger lo sembrado, era el momento.
Empezaron
diciendo que estaban en contra del bipartidismo y pusieron a la izquierda contra
la pared. Sencillamente, se los tragaban. La crisis económica pasaba factura y
era fácil vender el mensaje de la desafección, del rechazo a la
"política clásica" (la vieja política lo llamaban), a la política liberal y resurgieron los grupos
que enganchan a las víctimas de jubilaciones, "prejubilaciones",
recortes de todo tipo y en todos los sectores. Conectaron con los grupos
independentistas en una mezcla explosiva que se volverá contra sus propias
instituciones. Ya han convocado una huelga general. Populismo puro y duro; demagogia sin fin. ¿Por qué no saltar al
vacío?
¿Hay
algún grupo en Europa que diga que se va a "desconectar" del Estado
como si fuera una lavadora? ¿Hay alguien que crea que se puede hacer esto
violando todos las leyes nacionales e internacionales? ¿Hay alguien que se pueda vender como
"colonia" expoliada sin serlo y reclamar la "autodeterminación" en un
referéndum patético? Sí, ahora sabemos que sí.
Si a
todo esto se suman las carencias comunicativas de la presidencia del gobierno, simples
tautologías en la mayoría de las ocasiones, y con el espectáculo bochornoso del día
a día político, con una clase política sin categoría ninguna, el cuadro queda
completo. La falta de inteligencia se paga.
El
editorial del diario El Mundo deja constancia del fracaso doble en mitad del caos:
Y la vergüenza se consumó. El 1 de octubre de
2017 no será recordado como el día en que se celebró un referéndum de
independencia en Cataluña, sino como la jornada ominosa en que la
irresponsabilidad de una Generalitat ocupada por iluminados y la inoperancia de
un Gobierno largo tiempo ausente se confabularon para alumbrar el caos. No
puede decirse que ocurriera nada completamente imprevisible, porque cuando las
propias instituciones auspician el desborde de los cauces democráticos, es
natural que la anárquica riada inunde la calle. Ese exactamente era el plan de
Puigdemont y sus socios, una vez emitidas las sentencias de
inconstitucionalidad y desmantelada la logística de una consulta mínimamente
presentable. Pero en la hora del balance de una insurrección aún en marcha, no
todos los actores afrontan la misma responsabilidad.
Los máximos culpables del desastroso
espectáculo que las calles de Cataluña ofrecieron este domingo al mundo son
aquellos que decidieron tomar a la parte adicta de su propia sociedad como
rehén de un proyecto unilateral de segregación, vestido de designio patriótico.
Y esos son Puigdemont, Junqueras, Forcadell y el resto de cabecillas cuyo
comportamiento ya no puede ser juzgado por un editoral, sino por un tribunal:
nuestra democracia no puede mostrar menor fortaleza que la República en su
momento.*
Son
palabras mayores. La comparecencia de Puigdemont anunciando la próxima desconexión
porque ha ganado el "sí" corre el riesgo de hundir en la miseria
(literal y metafórica) a Cataluña. El Sr. Puigdemont cree que ha ganado el respeto de Europa, según
sus propias declaraciones. Lo que ha demostrado precisamente es la falta de
europeísmo del nacionalismo catalán. No se puede hacer Europa contra Europa y España lo es. Y quizá sea eso lo que más ha preocupado al nacionalismo catalán.
Un día
triste, sí. Y aun queda mucha tristeza por delante.
*
Editorial "La doble derrota del referéndum y del Estado" El Mundo
1/10/2017 http://www.elmundo.es/opinion/2017/10/01/59d149cde2704ef9528b4625.html
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