miércoles, 25 de octubre de 2017

Europa, entre el populismo y el secesionismo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El movimiento hacia la fragmentación europea, ¿es compatible con la Unión? La cuestión no es baladí si tenemos en cuenta lo que está ocurriendo en distintos lugares en estos momentos. El resurgimiento de los nacionalismos y los populismos constituyen una seria amenaza para la Unión, un desafío que va más allá de lo circunstancial y llega a aspectos esenciales.
En estos momentos, el surgimiento de los nacionalismos populistas y de los secesionismos nacionalistas constituye una línea ideológica que puede matar la gallina europea. Se están produciendo  una serie de fenómenos que directamente entran en colisión con el proyecto europeo y pueden bloquearlo o destruirlo aunque no atenten directamente de forma intencional. La cuestión está en saber qué elementos actúan como potenciadores y cuáles son, por el contrario, destructores de la idea europea.
La primera cuestión que se plantea es la "idea misma de Europa" que está siendo socavada por las actuaciones e intenciones que van en dirección contraria. Frente a las ideas que caracterizan a los populismos nacionalistas, de origen romántico, Europa es más bien una construcción racional y una voluntad de ser desde esa idea. Europa es proyecto y como tal requiere voluntad, esfuerzo, ilusión y olvido, este último como deseo de superación de sí misma como escenario pasado de conflicto.
Los nacionalismos son movimientos sociales que entremezcla la "tierra" con lo "étnico" —territorio y grupo— y desarrollan un discurso emocional que liga ambos términos. Es consustancial a ellos la idea de "límite", que se centran en las distinciones territoriales (fronteras), en las distinciones de grupo (creando mitos que refuercen las diferencias). Es romántica también la idea de la lengua y, en ciertos casos, la religión, como factores de unidad. El nacionalismo es un resultado directo del "organicismo" romántico. Necesita de la "historia" para que fabrique sus discursos mitificando los orígenes, dándole un sentido místico y mesiánico al devenir. No es casual que el discurso histórico nazca con ese sentimiento nacionalista que necesita de héroes fundadores, de bendiciones y santuarios, de míticas raíces profundas.


La Unión Europea nace con la intención de superar los discursos nacionalistas que habían llevado al continente a la guerra, sustituyendo a las anteriores guerras de religión.
Lo que está proliferando en Europa es un discurso nacionalista, que se vuelve a centrar en las diferencias y en la excepcionalidad de cada pueblo que se adhiere a su propio mito, con tendencia a agrandarlo para justificar la distancia de los otros.
En una serie de países —especialmente del Este, en Alemania y Francia— está proliferando el discurso populista nacionalista, mientras que en otros lo que prolifera es un secesionismo nacionalista y populista. En los populismos nacionalistas se juega con Europa como enemigo, lo que sirve para reforzar la identidad frente al otro. En los secesionistas, por el contrario, se juega a buscar el amparo de Europa frente a la unidad superior del estado en el que se encuentran. Del primer caso, tenemos ejemplos como Polonia o la Hungría de Viktor Orban, mientras que del segundo tenemos a una Cataluña secesionista buscando estratégicamente el amparo de Europa, como la otra orilla a la que llegar.
Los discursos de populistas y secesionistas son un auténtico desafío al ideal y al funcionamiento de Europa. Algunos teorizan la necesidad de una Europa unida, grande, para poder codearse con las grandes potencias mundiales (USA, China y Rusia) y no quedar como una marginada fragmentada de lujo sin capacidad de propuestas ante los problemas y propuestas mundiales. Otros lo hacen por la necesidad de un mercado único con una potente economía. Otros, en cambio, ven en ella el antídoto a las luchas constantes, al desangrado de las guerras que hoy nos parecen imposibles pero que han dejado sangre sobre la tierra que todavía tiene heridas abiertas.


Sea cual sea el motivo para la construcción de una Europa, tanto los nacionalismos grandes como los chicos, los secesionistas, entran en contradicción con el diseño europeo que no puede cargar con el lastre de mitos de territorios o grupos que requieren tratamientos especiales y crean su propio excepcionalismo.
El caso del secesionismo catalán hoy es muy claro y por ello ha suscitado el rechazo europeo en su práctica totalidad. Si Cataluña reclama ser "excepcional" dentro de España hasta llegar a la separación, perdería esa "excepcionalidad" en su integración con el resto de Europa, en donde sería una más, sin posibilidad de tratamiento privilegiado como ha reclamado dentro de nuestro estado autonómico. Se daría la paradoja de que habiéndose negado a ser solidaria con Extremadura, pongamos por caso, se viera obligada a serlo con terceros países con desarrollos inferiores. Algunos, lo darían por bueno. Lo mismo ocurre con las regiones italianas, las más ricas, que reclaman más "autonomía" (aclarando, eso sí, que no cuestionan la integridad nacional) y administrar su impuestos. Si mañana fueran países independientes irían perdiendo esa autonomía que ahora tienen dentro de Italia al desaparecer la excepción en el conjunto de los países europeos.


No han entendido muchos lo que debería ser una Europa unida: una pérdida del excepcionalismo. Frente al nacionalismo, que necesita ver al otro como diferente y amenazante para reforzar su identidad, el europeismo es precisamente la construcción de la ciudadanía que parte de la igualdad de derechos. Lo más irritante del nacionalismo secesionista catalán es que le molestaba ser como los demás o que los demás fueran como él dentro del conjunto de España. Eso les ha irritado profundamente porque ellos, por alguna extraña razón, debían recibir un trato en diversos ámbitos diferente. Eso en Europa no tiene cabida.
La construcción de Europa, a diferencia de los nacionalismos, no puede ser sentimental, organicista. Por el contrario, debe ser racional, ilustrada, basada en el desarrollo de la idea de ciudadanía e igualdad de derechos entre los ciudadanos que van dejando atrás sus diferencias en beneficio de una aspiración solidaria a la igualdad y la justicia social.
Sin embargo, los discursos de la excepcionalidad, los que nos hacen sentirnos por encima de los demás, siguen creciendo en la Unión con el aliento de grupos que los lanzan contra otros o contra la idea de Europa misma, como ocurre con Hungría y Polonia, entre otros. Atacar a la Unión es atacarnos a nosotros mismos como parte de Europa. El motivo no suele ser otro, aunque con distintos ropajes, que la facilidad de la manipulación que los nacionalismos populistas ofrecen. Nada más fácil que llevar a los pueblos a las guerras gritando afrentas y levantando banderas, recordando a los viejos héroes que ganaron sus batallas, como Santa Juana, y bajo cuya protección nos ponemos.
Los héroes europeos lo deben ser de las humanidades, aquellos que apelaron a lo común y no a las excepciones, a la crítica y no a los dogmas.

El desafío europeo es doble, como hemos señalado: los que unen contra Europa y los que rompen en su nombre. Es de nuestro pasado de lo que debemos escapar redefiniéndonos con inteligencia y apoyándonos en la justicia e igualdad solidaria. Frente a la obsesión nacionalista por las raíces mitificadas y excepcionalistas, hay que ofrecer el futuro de la voluntad de ser europeos.


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