Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La extraña
maniobra realizada por Puigdemont ante la Historia y las cámaras solo tiene un
sentido doble: ganar tiempo y ganar apoyos mostrándose como un ente dialogante.
Los dos factores juntos no tienen ningún efecto de relajación del problema o abren
puerta alguna. Lo que han puesto en marcha no se para desde dentro, sino desde
fuera. El nacionalismo secesionista, en estos momentos, se encuentra atrapado
entre sus ficciones y la realidad que se le impone desde fuera en diversos
niveles, del jurídico al económico, del político al internacional.
Al
elegir sus compañeros de viaje, el nacionalismo tradicional se ha juntado con
el revolucionario antisistema y a esos sí que les da igual todo porque desde su totalitarismo
de trinchera tienen respuesta asamblearia para cualquier cuestión: si se van los bancos, es
el capitalismo que huye; si se van las empresas, son medidas contra los
trabajadores; si se les presiona con la ley, son leyes fascistas, heredadas del
franquismo; ellos son pacífistas, la Policía son fuerzas de colonización, etc. El auténtico miedo a la CUP mostrado en la reveladora conversación
—servida por TV3, recogida por El País y que comentamos aquí— entre los
dirigentes de las fuerzas secesionistas cuando Carlos Puigdemont preparaba su
discurso del 1 de octubre, el día del referéndum bananero.
El
referéndum mismo es una forma de miedo y un reflejo de la "legalidad"
secesionista por llegar. Nadie en su sano juicio daría por válido lo que salió
de aquel sarao secesionista que ya tenía sus resultados, sin garantías de nada
y bajo todo tipo de denuncias legales. Pero el referéndum, ilegal y fraudulento,
es una valiosa metáfora de lo que espera por delante.
El
temor a la CUP no ha pasado y no pasará. Como antisistema, la calle es su campo
de operaciones, el escenario del boicot, la intimidación, el enfrentamiento. Algunos
miembros del parlamento catalán y del gobierno lo han experimentado en sus
carnes, pues muchos de ellos han sido participantes en los duros
enfrentamientos con los Mozos de Escuadra anteriormente. Muchas de las fotos de aquellos
enfrentamientos han circulado el 1 de octubre como ocurridas ese día.
Reflejaban en realidad los violentos choques con motivo de los recortes sociales del
gobierno de Artur Mas, el padre en la sombra de esta criatura monstruosa. Una
muestra más de cómo se las gastaban entonces con la violencia y de cómo se las
gastan hoy con la propaganda y las "fake news" con las que han
pretendido ofrecer al mundo un espectáculo de pueblo oprimido por una dictadura
colonial.
Nada
más lejos de la realidad. Ha sido el catalanismo secesionista quien ha
pisoteado las leyes ignorando precisamente las demandas de las personas que se
han visto atacadas en su derecho a hablar español en su propio país ignorando
la cooficialidad de los idiomas, por ejemplo. Lucharon para que se normalizara el catalán
para después "desnormalizar" el castellano, lengua común en todo el
país. Pero se ha tratado de evitar enfrentamientos durante décadas con la
esperanza de que el famoso sentido común catalán triunfara y no se pasaran las
líneas rojas.
Las
líneas rojas han venido precisamente de los grupos antisistema surgidos y
engordados al hilo la crisis europea y de la crisis económica española,
obligada a recortes sociales muy fuertes para salir del desastre económico de
las burbujas creadas en lo financiero y en el endeudamiento inmobiliario
creado. Cuando estalló, los estragos sociales han sido enormes, por lo que es
fácil enganchar —sobre todo a los jóvenes— a las formas de populismo que han
ido creciendo en este tiempo.
Manifestaciones de 2012 en Cataluña |
Complicado
con el deseo separatista, la estrategia de desmontar el estado surgido al hilo
de 1978 como resultado de una transición —en la que estaban incluidos los
nacionalismos del país— es la de varios partidos —como Podemos—. El intento de
desmontar el sistema que más estabilidad, democracia y prosperidad nos ha
traído en nuestra Historia solo se puede explicar desde el odio profundo a
España como país común (nacionalismos sediciosos) y la monarquía
(republicanismo) siguen manteniendo fuerzas políticas que no cejarán en su
presión uniendo cualquier problema a sus reivindicaciones.
Lo
hecho por Puigdemont el otro día en el parlamento catalán, oficialmente se
llamó "explicar la situación política", forma un poco chapucera de
llamar al acto de la proclamación de la "república catalana" instantánea.
La suspensión de esa misma república no cambia nada por a) es ilegal; y b)
"suspensión" no es "derogación" de algo que no existe
legalmente más que para leyes ilegales.
La
pregunta en el requerimiento, dirigido oficialmente al presidente por el
presidente Puigdemont —"¿Ha proclamado la república catalana?"—, no
es trivial y pone a Puigdemont contra las cuerdas. Si contesta que
"no", la CUP va a por él; si contesta que "sí", será el
estado de derecho el que ponga en marcha todos los mecanismo contra él y las
instituciones, es decir, la batería de medidas que la Constitución española
contempla para la desobediencia de los responsables de las instituciones públicas.
Manifestaciones en 2012 en Madrid |
Una vez
rota la legalidad, todos se pueden apropiar de la "voluntad popular".
Para la CUP, el referéndum es un acto que si se celebraba ya permitía decir que
el "pueblo había hablado" y levantar las banderas revolucionarias
cuando les fallen los "burgueses" siempre poco fiables y sus
siguientes víctimas, en clave interna. Ellos tienen su propio proceso.
¿Cuál
es el resultado real de todo esto? La negación de la realidad de unos planes
que ignoran la realidad de la sociedad catalana y la necesidad de las leyes que
todos, incluidos los catalanes, nos dimos y la mayoría de esos políticos
juraron respetar, lo que les permitió acceder a las instituciones que ahora
dinamitan junto con la convivencia.
La
"fantasía secesionista" tiene sus consecuencias, les guste a los
separatistas o no. Sus cálculos se demuestran erróneos y sus palabras falsas en
cada momento. En el diario El Mundo, hoy mismo, escribe Víctor Martínez un
capítulo más sobre el recorrido secesionista:
Año 2015. Campaña para las elecciones
autonómicas en Cataluña convocadas el día 27 de septiembre. Artur Mas, número 4
en la lista de la coalición Junts pel sí y presidente en funciones de la
Generalitat, aprovecha los grandes mítines de la formación independentista para
pedir «calma» y proclamar con rotundidad que: «Ningún banco se va a marchar» e,
incluso, «se van a pelear por estar en Cataluña».
Dos años después, las dos principales
entidades de la región han hecho ya las maletas para trasladar sus sedes sociales
fuera de Barcelona. CaixaBank ha elegido Valencia y Sabadell ha hecho lo propio
con Alicante. Tras ellos, decenas de empresas han seguido el mismo camino hacia
distintos lugares de España, entre otros varios gigantes cotizados como Gas
Natural, Abertis y Cellnex.
¿Qué tejido productivo quedaría en la
hipotética República de Cataluña si finalmente se proclama la independencia?
«Obviamente, sólo aquellas empresas que por tamaño o negocio no puedan irse,
además de sectores muy concretos como el del retail o vinculados a los
contratos públicos», explica Carles Rivadulla, vicepresidente de la
organización Empresaris de Catalunya.
Por lo pronto, el primer paso dado por las
empresas ha sido sacar su sede social de la región. Se trata de un movimiento
con un fuerte componente simbólico que evidencia el temor de estas compañías a
la «inseguridad jurídica» derivada de la actual situación política y la posible
secesión. En la Generalitat estos anuncios han sido interpretados como simples
«cambios administrativos» temporales y reversibles.
No obstante, las fuentes empresariales
consultadas aseguran que «hoy por hoy» está más cerca el escenario en el que
estas empresas dejen de invertir en la región que el de su posible retorno. «El
deterioro irá en aumento si nadie es capaz de parar esta situación. Si se va la
inversión, la competitividad se resentirá con una producción más cara y de peor
calidad», explica Rivadulla.*
Es
decir, el escenario que se plantea es de un mayor deterioro. Llevada al
extremo, la situación se oscurece antes de aclararse. El secesionismo catalán
será frenado en el terreno legal y hasta que no se aclaren los aspectos
sociales y políticos, íntimamente ligados, nadie se fía de lo que pueda ocurrir
allí.
Ya hay
sectores que han tenido una violenta caída, como el turismo, un terreno clave
para Cataluña porque afecta a muchos otros que cuentan con los llegados de
fuera. Pero los secesionistas callejeros tienen —sin consultar a nadie— al
turismo como enemigo. Las críticas a Ada Colau por su inactividad ante los ataques
a los turistas en plena calle, dice mucho sobre cómo se va a practicar la
"revolución populista catalana" en versión de estos grupos que se
creen con el derecho mesiánico de declarar al "turista" como un "enemigo
de Cataluña". Pueden repasarse las declaraciones del líder de este
movimiento, claramente expresadas gracias a la generosidad informativa de
Euronews. Los empresarios del sector clamaron ante Colau, pero ahora es cuando
se entiende el gran salto dado por la señora alcaldesa, de piquetera callejera
a regidora de la segunda ciudad española y una de las más importantes de Europa.
Los
ataques interesados al bipartidismo han causado estos disparates —Madrid no es
ajeno a los de algún edil algunos de ellos— de lo marginal ascendente. No es lo
mismo hacer demagogia en una plaza asamblearia que hacerlo en un parlamento o
desde la responsabilidad de las instituciones en las que se gobierna para todos
y en un marco constitucional que garantiza los derechos de todos. Y esto lo que
se está violando desde la propias instituciones.
El
lunes será otro día clave. Con un Puigdemont acorralado entre dos fuertes
presiones, el resultado no será bueno porque ya no los hay, una vez rota la
confianza en las instituciones y gobernantes. Ya lo que queda es la ley y su acatamiento
o sus consecuencias. La comunidad internacional ha sido clara al señalar de qué
lado está. Se repudia la violencia porque cualquier persona sensata lo hace. Lo
que veremos de nuevo serán insensatos intentando tomar al asalto las
instituciones, el desenchufe instantáneo. En ese momento, Puigdemont y los
suyos verán de qué forma se "pone como una moto" la CUP, por usar una
expresión de Oriol Junqueras, el vicepresidente catalán, miembro de Esquerra
Republicana de Cataluña.
Pedir sensatez ante algo que va por delante con
la fuerza callejera y la desobediencia civil puede sonar a palabras vacías,
pero hay que decirlas para que la responsabilidad sea siempre clara sobre quien
desafía el orden constitucional y la convivencia de todos. Hay mucho
irresponsable que no sabe (o no quiere) ver la diferencia.
El
lunes la CUP estará previsiblemente en la calle. Los cachorros revolucionarios
del secesionismo catalán han engendrado y alimentado un monstruo que les
servirá de fuerza de choque y al que ahora temen porque les exigen traer a la
tierra esa extraña república —descrita por la diputada Ana Gabriel el otro día—
que predica la paz universal de los pueblos pero es incapaz de tratar bien a
los vecinos de calle si no son de su extrema cuerda; una república más jaleada
por Nicolás Maduro, los iraníes o lo hackers rusos. Una terriblemente solitaria
república de la que todos se marchan.
Tras la masiva celebración de la fiesta nacional española, adquiere profundo simbolismo que en la celebración madrileña se rindiera un homenaje a las víctimas del terrorismo yihadista en Barcelona, ampliando el homenaje con la presencia de los embajadores de los países que tuvieron víctimas. Cuando las autoridades españolas fueron a Barcelona, el uso partidista de las muertes sirvió para que se viera la poca voluntad del secesionismo de convivencia. Aprovechar un acto de solidaridad para lo que hicieron muestra que les importaban poco las muertes de las personas y más el insulto y sus "causas". Pese a saber que esto ocurriría, las autoridades españolas, del Rey a la presidencia del gobierno acudieron, como era su obligación por encima de cualquier otra consideración. Ha llegado el momento de mostrar que lo que ocurre allí sí es cuestión de todos, especialmente de los catalanes que desean otra forma de vida a la que se les quiere imponer, aislándolos del mundo y lanzándolos al vacío de la aventura asamblearia.
Las instituciones son las que nos hemos dado todos, con la Consttiución al frente, y tendrán que reaccionar como deben ante este disparate antes de que Cataluña se siga vaciando de gente, perdiendo su riqueza y alterando su convivencia.
El
lunes es la siguiente casilla de este juego muy peligroso e irresponsable. Lo
negociable está dentro de la Constitución y, si esta se modifica, lo será con
el consenso de todos los españoles.
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