Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Poco a
poco, Turquía sigue avanzando hacia su destino carcelario. El autoritarismo de
Erdogan no tiene límite y sus iniciativas represivas se aseguran de que Turquía
llegue a un punto de no retorno. El islam político muestra su cara y lo que se
puede esperar de él: involución.
Sabe
que mientras dure la crisis siria puede rentabilizar el fenómeno de los
refugiados. No es el único país que hace esto de usar sus fronteras como forma
de chantaje. De una forma u otra, siempre reciben para evitar la llegada a Europa
de una inmigración masiva. Erdogan es un maestro en los tiempos; sabe medir
perfectamente los momentos críticos de Europa para dar sus zarpazos interiores
deshaciéndose de la oposición a la que le basta tildar de "terroristas".
Toda
oposición al poder es "terrorismo". En esto Erdogan coincide con
otros autócratas árabes. La encarcelación de la directora de Amnistía
Internacional en Turquía, Idil Eser, junto con otros miembros de su equipo, es el enésimo escándalo
turco.
Turquía
sigue siendo miembro de la OTAN y también allí hace sus juegos políticos. Sigue
manteniendo sus quejas respectos a la adhesión a la Unión Europea, a sabiendas
de que no es ese su destino por sus propias acciones. Por mucho que nos
engañemos, Turquía sería una bomba de relojería dentro de la Unión. Las teorías
sobre que la adhesión trae estabilidad democrática a los países es solo
realidad cuando los países tienen un deseo estable de democracia, algo que el
gobierno de Erdogan manifiestamente no tiene.
La
involución turca está en la fase ideológica de recriminación a Occidente, de
considerarlo una abominación, el mismo juego que los demás países musulmanes
que han decidido que la democracia es demasiado arriesgada para el mantenimiento
del poder por parte de las minorías intelectuales, ya sean militares o
sostenedoras de monarquías absolutas. Es el efecto pendular.
La fase
de abominación de Occidente se centra en el repudio de la democracia
"liberal", entendiendo que es puramente occidental. La tesis es
sostenida también desde muchos sectores occidentales que se entregan al
pragmatismo de negociar con dictadores y absolutistas de diferente calaña y
boato. La danza de la espada realizada por Donald Trump en su visita a Arabia
Saudí es un ejemplo de ese regodeo en el exotismo de un país en el que las
mujeres no pueden salir a la calle solas. La mayor preocupación saudí en estos
momentos es una mujer que les ha desafiado paseando en shorts y camisa por las dunas del desierto, conduciendo un
automóvil y escuchando música tranquilamente. La Policía de la Virtud y de la
Prevención del Vicio —categoría totalmente orwelliana— la busca con intensidad,
pero ¿cómo identificar a las mujeres a las que no les ven la cara más que sus
familiares?
Erdogan
ya ha propuesto a las mujeres que se dediquen a tener hijos para la causa. No ha especificado cuál es, pero
no necesita mucha explicación. No es, desde luego, la de las libertades. Esos
hijos futuros serán educados en la creencia de que el evolucionismo es un
enorme pecado que desafía el orden divino y buscarán la forma de restituir el
orden otomano, juego escénico con el que Erdogan se construye lujosos palacios.
Esos niños creerán, porque Erdogan se lo ha dicho ya y no es cuestión de dudar,
que cuando Colón llegó a América se divisaban los minaretes de las mezquitas
que allí existían. No se sabe de dónde ha sacado la idea, pero si lo dice
Erdogan... Las masas islamistas creerán lo que les diga porque él siempre habla
en nombre de Dios, como todos estos autócratas cuyo dedo índice señala con
demasiada frecuencia hacia el cielo.
El
encarcelamiento de la directora de Amnistía Internacional, Idil Eser, es otra
aplicación de la fuerza y la arbitrariedad disfrazada de autodefensa. ¡Cuánto
daño ha hecho la doctrina norteamericana de la "guerra al terror"!
Tenemos a todos los dictadores del planeta hablando de "terrorismo"
como justificación de sus purgas, de sus encarcelamientos, de sus
desapariciones.
La
prolongación de los estados de excepción —mayor reducción de derechos— implican
mayores actos de represión sin explicación. Lo peor de todo es la justificación
que escuchamos en boca de estos dictadores ilustrados: ¡Occidente también proclama el estado de excepción! Sí, pero no los
aprovecha para hacer desaparecer ciudadanos, acabar con la oposición, etc. En
Reino Unido, en Francia, en Bélgica u Holanda, etc. los estados de excepción
están regulados por las leyes y los jueces no son sicarios de los gobiernos. Se usan para proteger a los ciudadanos, no para encarcelarlos. La
purga llevada a cabo por Erdogan en todas las instancias de la administración,
decenas de miles de personas, de maestros a jueces, es el mayor asalto a un
estado cometido en décadas. Con el aparato de educación, de justicia y policial
ocupado por sus acólitos, ¿qué Turquía queda? ¿Cuál es su futuro? La regresión, el exilio, la cárcel.
De ella
se van muchos intelectuales, periodistas, escritores, actores... En febrero, el
diario El País escribía sobre el estado de la prensa tras las purgas:
El 27 de julio de 2016, pocos días después
del intento de golpe de Estado en Turquía, se vivió una de las jornadas más
negras para la libertad de prensa. Con una sincronización apabullante fueron
cerrados o expropiados 102 medios, entre ellos 45 diarios, 15 revistas, 16
canales de televisión, 23 emisoras de radio y tres agencias de noticias, además
de 29 editoriales.
Era el colofón a la oleada de purgas y
represalias llevadas a cabo por el régimen de Erdogan, que castigó de manera
cruenta a la prensa. Hoy, Turquía es la mayor cárcel del mundo para
periodistas, por delante incluso de China, un viejo enemigo de la libertad de
información acostumbrado a estar en lo alto del podio. Las organizaciones
profesionales calculan que actualmente 200 profesionales están en prisión
preventiva o arrestados en comisarías turcas. Defender la independencia
informativa tiene solo dos salidas: el calabozo o el exilio.
Yavuz Baydar, reportero, articulista,
corresponsal y presentador de televisión, ha optado por esta última vía, como
otra treintena de colegas que han encontrado cobijo en Europa, Canadá y Estados
Unidos (de momento y hasta nueva orden del presidente Trump). En su reciente visita
a Madrid, invitado por Reporteros Sin Fronteras, Baydar dibujó el desolador
panorama que tiene ante sí la prensa independiente en Turquía, donde en los
últimos cuatro años han sido despedidos 9.000 profesionales, la mitad de todo
el cuerpo informativo. Según su diagnóstico, “los medios están ya genéticamente
modificados” y los informadores son criminalizados “con acusaciones de
espionaje o terrorismo”.*
Los
chantajes de Erdogan no tienen límite. Sus amenazas van desde dejar de vigilar
las fronteras a sublevar a los cinco millones de turcos que viven en Alemania.
Muchos de ellos están allí para no tener que ver a Erdogan, pero los sicarios
—como denunció la prensa alemana— han creado sus propios sistemas de espionaje
y vigilancia de la comunidad turca.
Podemos
pensar que los países islámicos son incompatibles con la democracia, tal como
la entendemos allí donde la hay y funciona. Eso es hacerle el favor a Erdogan,
a los autócratas —monarquías y regímenes militares— de otros países que han
decido que es un perverso invento occidental para quitarles el poder. Ellos no
lo llaman así, claro. Hablan de diferencias culturales, tradiciones, etc. Pero
encerrar a la gente en las cárceles, hacerlos desaparecer, las torturas y el
absolutismo represivo no son "cultura" sino malas costumbres que
también occidente tuvo y de las que se sale.
La
estrategia de llamar "cultura" a lo que es represión —de mujeres, de
minorías, de disidentes— es una forma de encubrimiento que elude una cuestión:
los mecanismos para evitar que haya habido evolución hacia formas más
humanitarias y democráticas. La ignorancia del pueblo se ha mantenido mientras una
élites ilustradas y políticas ocupaban el poder sin que nadie se lo cuestionara
amparándose en diversos mitos que debía ser aceptados obligatoriamente.
Sociólogos
y antropólogos dan sesudas explicaciones, pero eluden el principio básico de
que las sociedades cambian si se las deja cambiar. Solo el aislamiento
ralentiza la evolución. Y ese aislamiento es el que muchas veces garantiza el
mantenimiento del poder. Es lo que estamos viendo.
Erdogan
en Turquía y otros autócratas en otros países están haciendo retroceder los
derechos de las personas, imponiendo de nuevo un férreo control de la sociedad
a través del control policial y, lo que es peor, del control a través de la
vigilancia social, algo que un periodista egipcio que tuvo que dejar su país
llamo el "fascismo social": la presión sobre las personas a través de
su entorno más próximo. Tú vida deja de ser tu vida y queda en manos de
aquellos que te rodean y observan para que cumplas los requisitos exigidos para
cumplir el nuevo "conformismo", el que describió magistralmente el
italiano Alberto Moravia.
El
conformismo es vencer el deseo de ser uno mismo y actuar como un reflejo ajeno.
Es ser el buen hijo, la buena hija, el buen padre, la buena
madre, el buen vecino, el buen turco... La idea de
"bueno" o "buena" es, por supuesto, para asegurarse que te
comportas como el resto, que no comprometerás el "buen nombre"
familiar. No lo hace por amor, sino por cobardía, ya que se trata de una cadena
en la que unos vigilan y presionan a los otros. Si todos se vigilan, la
diferencia se reduce. El disidente es pronto el bicho raro, el perverso, el que
ha perdido su esencia y debe ser tratado como un extranjero y, como tal,
apartado del grupo o castigado si se puede.
La Unión Europea denuncia hasta un límite. Ha hecho bien en criticar lo
que está ocurriendo, pero el chantaje es permanente por parte de Erdogan y del
gobierno turco. Otros gobiernos que pisotean los derechos humanos diciendo que
son cosas occidentales, han aprendido las misma mañas.
No hay
que olvidar estas causas. Los derechos humanos y las libertades no son
"costumbres" sino aspiraciones a poder vivir una vida propia. Llamar "tradiciones"
a la represión tradicional es jugar con la semántica. Hay que dar notoriedad a
lo que ocurre u no pensar que es así, simplemente, en fatalismo que solo
beneficia a los que hacen de la represión una costumbre y una forma de gobierno.
La
purga de Erdogan comenzó hace ya un año y todavía continúa desmantelando Turquía, despidiendo, encerrando, expulsando del oaís.
Lo seguirá haciendo hasta que quede a su gusto islamista, una oscura caverna.
*
"Periodistas turcos: a la cárcel o al exilio" El país 12/02/2017
https://elpais.com/elpais/2017/02/11/opinion/1486837888_734590.html
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