Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
artículo publicado por el diario El Mundo y titulado "La ruina del Egipto
de Al Sisi" es sintético y no descubre nada nuevo sobre la situación egipcia, pero
contado en un mismo texto tiene un efecto demoledor para la fantasía en la que
muchos viven. En estos días de aniversario del 30 o ayer mismo con la cuestión
de los libros de texto, la situación del país no se puede eludir.
El
régimen necesita de la fantasía para sobrevivir. Lo problemático es que otros
pueden llegar a aceptar esas fantasías más allá de sus fronteras físicas y
mediáticas. La espiral de silencio y represión para tratar de convencer de la
fantasía solo funciona en el interior, en donde el sistema de negaciones se
mantiene vivo. Como ya advertimos hace mucho tiempo, cuanto mayor sea el
desastre, más intensos son los mecanismo de imposición de esa fantasía
sustitutoria, de la que no se puede vivir. Silencio, represión y propaganda son
los tres mecanismos que presiden la vida. Los que creen verdaderamente la
propaganda desean fervientemente que se acierte y que lo que el régimen predica
se haga realidad. Pero, como hemos repetido, las promesas tienen caducidad. No
se puede vivir eternamente de ellas y no sostiene la realidad, que acaba
imponiéndose como conjunto de necesidades.
La
fantasía final ha sido la de Donald Trump salvador de Egipto unida a la de
Egipto salvador del mundo. Ni una ni otra son reales, pero son placenteras. Ese
gusto malsano derivado de las loas al "fantastic guy" no son más que
el ejemplo negativo de cómo funciona Egipto, contracorriente del mundo.
Así
comienza el artículo de Francisco Carrión en El Mundo:
Durante la fugaz presidencia del islamista
Mohamed Mursi las conspiraciones alcanzaron su cénit. Se murmuró la venta de la
península del Sinaí a Hamas y el cheque qatarí para hacerse con las majestuosas
pirámides de Giza. Nadie, sin embargo, firmó transacción alguna. Cuatro años
después del golpe de Estado que reconcilió a Egipto con su pasado más
autoritario, el ex jefe del ejército Abdelfatah al Sisi acaba de acometer la
cesión de territorio que jamás rubricó su predecesor. En mitad de una
catastrófica situación económica y política, el régimen ha cedido dos islas del
mar Rojo a la reverenciada Arabia Saudí, la monarquía absoluta que ha gastado
millones de dólares para evitar la bancarrota de la tierra de los faraones.
"Lo que nos rodea es un auténtico
fracaso político y económico. Hace cuatro años existía al menos espacio
político aunque eso no significara que los Hermanos Musulmanes fueran
partidarios de la democracia. Hoy, en cambio, solo hay una voz, la del
presidente. La única tolerada y escuchada", relata a EL MUNDO un conocido
activista de derechos humanos que exige anonimato. Como decenas de camaradas,
su nombre está incluido en la abultada lista de ciudadanos que tienen prohibido
abandonar el país y se enfrenta a una judicatura convertida en brazo ejecutor
de una represión que ha laminado el más leve espacio de libertad.*
Cuanto
mayor es la degradación de la situación, mayores son los intentos de concentrar
poderes que la nieguen. El presidente desgasta la mitomanía egipcia por el
poderoso con una concentración de los recursos para mantener la realidad en su
puño.
Finalmente,
el camino egipcio se torció por la incapacidad de superar la intransigencia. La
incapacidad de gestionar libertades de convivencia, de respeto al otro, tiene
como resultado el canto al poderoso que promete extinguir al contrario y
repartir favores. Desgraciadamente ese es el proyecto político de muchos que lo
consideran suficiente, entendiendo que más allá está el caos. Ya sea real o una
amenaza, el poder se justifica siempre en ese caos posible que aparece siempre que
se le necesita para justificar el empleo de la fuerza.
Nada en
la Historia parte de cero. Cada uno de los regímenes existentes ha generado
unas fuerzas que son difíciles de controlar en su deriva. Hace falta una enorme
fuerza, una férrea voluntad para enderezar el camino seguido hasta el momento.
Es triste ver que lo que comenzaron como luchas por la libertad se transformaron
en lo que siempre habían sido luchas por el poder. Al final, no se quieren
libertades sino un poder con garantías. Ese poder queda legitimado para
destruir a la amenaza si da garantías de
estabilidad.
El
problema egipcio en estos momentos es que esa garantía es inexistente. No ha
generado más estabilidad sino que hace vivir en la incertidumbre, por lo que la
situación fantasiosa se va desvaneciendo en favor de la dura realidad que se
impone. Los egipcios pueden mirar hacia otro lado en la violencia represiva,
pero no pueden dejar de mirar el plato que han de comer. Esa fantasía se
desvanece.
El
artículo de Carrión —tras enumerar todos los problemas existentes— se cierra
así:
Las demandas que prendieron la mecha en 2011
-pan, libertad, justicia social o dignidad- siguen plenamente vigentes.
"El futuro inmediato no alimenta el optimismo pero este régimen no puede
sobrevivir eternamente. Lo que resulta más terrorífico es que están destruyendo
a la sociedad civil y a los partidos políticos. Su ausencia solo servirá para
que crezcan el fanatismo y el extremismo. Egipto se parecerá a Libia y al
escenario que dejó la caída de Gadafi", alerta el activista.*
El gran
argumento para la supervivencia del régimen se lo da el propio activista. A
nadie beneficia más esa profecía que al hombre de mano dura, al que controla el
caos del fanatismo y la violencia.
El
drama de las teorías perversas es que
hacen necesarios e imprescindibles a los dictadores. Los dictadores crean su
propio caos y no solucionan, solo contienen, para que el mal que usan para
justificarse no se acabe. Un buen enemigo es un tesoro que ha de ser bien
gestionado.
El
verdadero drama egipcio es que solo se ha fortalecido a los Hermanos Musulmanes
para poder tener un enemigo, mientras que se ha perseguido a los que podían ser
rivales en la consecución del poder.
En 2011, las Fuerzas Armadas se encargaron de que solo se pudiera elegir entre
dos formas autoritarias, la que representaba la continuidad del régimen
(Mubarak cayó de pie) y los islamistas. Apostaron fuerte y perdieron. Nadie
podía votar por la democracia real en la que muy pocos creían.
Los
militares egipcios saben que mientras no haya una alternativa civil, ellos
serán la solución. De ahí que se dediquen a impedir que haya partidos fuertes y
a fomentar la discordia (algo fácil de lograr) entre ellos. Sirven de coartada
para una falsa democracia y no son capaces de oponer resistencia o un modelo
diferente de vida. La destrucción de la vida civil es tan importante como
mantener al enemigo a las puertas. El resto es incompetencia.
¡Triste
destino el egipcio!
*
Francisco Carrión "La ruina del Egipto de Al Sisi" El Mundo 3/07/2017
http://www.elmundo.es/internacional/2017/07/03/59592347e2704ef7568b459e.html
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