martes, 25 de julio de 2017

El futuro afgano muere cada día

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mujib Mashal, con la colaboración de Jawad Sukhanyar y Fatima Faizi, nos cuentan en The New York Times de ayer la historia de Najiba Hussaini, una joven afgana. Había nacido en una aldea que vivía de la cosecha de la almendra. Su buen aprovechamiento escolar hizo que recibiera una beca que le permitió estudiar un grado en Informática en la India. Posteriormente, pudo realizar un postgrado en Japón para ampliar sus estudios. Todo ello tiene un enorme mérito en cualquier país, pero mucho más en Afganistán donde los recursos hacen que todo sea mucho más selectivo, todo cuesta más.
Nos cuenta el periódico:

Last fall, Ms. Hussaini, 28, returned to lead the database unit at Afghanistan’s mining ministry, developing applications to digitize an old bureaucracy that is crucial to the country’s economic future.
Her life and dreams were cut short on Monday morning as she was making her way to work. A Taliban suicide bomber detonated a vehicle full of explosives in western Kabul, killing at least 24 people and wounding another 42, according to Najib Danish, a spokesman for the Afghan Interior Ministry. Another senior security official put the number of dead at 38.
As has become routine after such large blasts in Kabul, family members searched for hours for news of loved ones, going from hospital to hospital. Many of the bodies, including Ms. Hussaini’s, were badly burned.
“We identified her from her ring — silver, with a turquoise-colored stone,” said Hussain Rezai, who was to be formally engaged to Ms. Hussaini within weeks.*


La historia se puede contar de muchas formas, desde las frías cifras en las que los números no nos permiten ver las caras hasta contarnos el drama personal y social que las muertes significan. El lenguaje lo permite todo, la distancia y las emociones.
El artículo nos hace ver una vida arruinada por la barbarie, pero va más allá. Su título es "Living to Modernize Afghanistan, and Meeting a Grim End". Podría utilizarse para muchos otros lugares, para muchas otras muertes.
Una vida es lo que hacemos, pero también lo que dejamos de hacer. Najiba Hussaini no podrá hacer muchas cosas para las que se había formado durante años con una ilusión, la modernización de su país después de las vicisitudes que se han cebado en él. De la violencia solo ha salido oscuridad.
En muchas ocasiones en estos años hemos recogido estas historias —sobre todo de mujeres— en las que la violencia se ceba en las personas que representan cualquier tipo de cambio. Los talibanes son una fuerza oscurantista que usa la violencia para mantener un orden retrógrado. Como los Boko Haram o el Estado Islámico, "modernización" significa alejarse de ese orden. La mujer lo hace doblemente y contra ellas va la máxima violencia. Tenemos la historia de la paquistaní Malala para mostrar su horror a que la mujer sea educada más allá de la aceptación de una sumisión brutal. Todos los que no aceptan su visión del mundo deben ser eliminados. No hay mucha distinción; todo se hace en el nombre de Dios. Ellos son su brazo ejecutor.
El periódico nos da una perspectiva de la ola de atentados que sacude Kabul:

While Afghan civilians in the countryside have suffered for years, the intensity of the violence in Kabul, the capital, this year is taking an unusual toll on young and educated Afghans. The attacks not only shatter lives largely built on the past decade’s opportunities, but also exacerbate a sense of hopelessness here that has driven many young Afghans to join an exodus to Europe.
[...]
 Most of the people killed or wounded in the bombing on Monday worked for the Afghan Ministry of Mines and Petroleum and were commuting in a minibus from western Kabul. Others were also civilians, including Khala Aziza, a cook at a local orphanage who had five children, now orphans themselves.
“There were 19 employees in that bus; 18 of them were martyred,” said Abdul Qadeer Mutfi, a spokesman for the mining ministry. “All of them were professionals and trained workers.”
A list of the ministry victims broadcast by local news organizations showed that 13 had bachelor’s degrees, in subjects including chemical technology and mineral geology. Two of the victims, including Ms. Hussaini, had master’s degrees.*

Es un drama terrible. Los jóvenes que consiguen vencer las dificultades con las que se encuentran y logran una buena educación que podrían poner al servicio de la modernización de su país se enfrentan a la muerte o al exilio. Quedarse en una lotería sangrienta en la que en cualquier momento pueden encontrarse con el número fatídico.


La inhumanidad de esta constante barbarie es un reflejo del futuro. Los talibanes, "estudiantes de teología", son el equivalente a una oscura revolución medieval; son la negación del progreso. Los que esperan encontrar una paz en Siria pueden que se encuentren con algo parecido a lo que es la "paz afgana", un rosario de muertes en las zonas sociales más sensibles.
No se ha logrado hacer retroceder la barbarie. Las victorias militares son poca cosa para la profundidad del problema: un movimiento reaccionario de décadas. Es la sociedad la que tiene que expulsar la barbarie de su seno. Y eso es casi imposible. Tampoco se puede hacer nada con quien rechaza cualquier tipo de convivencia democrática porque la sola palabra le produce rechazo. Con el fundamentalismo es imposible tratar por definición.
Los gobiernos afectados tratan de combatir con represión y no consiguen nada porque generan más violencia. Es sorprendente que el problema del siglo XXI sea un problema "medieval", de fundamentalismo y rechazo absoluto del progreso.


El terrible ejemplo de Turquía nos muestra que los corderos democráticos pronto dejan aparecer los lobos que tienen debajo. Allí están equilibradas las fuerzas sociales, pero el asalto al estado hará de la educación el arma esencial, como ya han anunciado, eliminado la ciencia y sustituyéndolo por las creencias y mitos ascendidos a rango de verdades eternas. Lejos de adentrarse en el ámbito personal, cada vez más se invaden todas las esferas, incluidas las de la Ciencia, que queda reducida a la práctica de la tecnología, a un saber hacer sin cuestionamiento.
Es difícil luchar contra una barbarie que la sociedad va aceptando, bajo esta y otras presiones, como "virtud". Basta con ver el ascenso de lo retrógrado para comprender que lo que intentan es imposible: mantener controlado algo que no tiene escrúpulos en la destrucción de los seres humanos que se les oponen. El proceso de reislamización —de expulsión de la sociedad de los elementos de modernidad— comenzó hace ya cuatro décadas y tuvo su centro de expansión en Arabia Saudí. Hoy podemos ver sus efectos sociales y políticos.


La muerte de Najiba Hussaini es una en un atentado entre los muchos que se padecen en Afganistán. Es una vida humana en una dura batalla, incomprensible para muchos, pero real para todos. Hussaini era algo más que una vida; era un proyecto de futuro interrumpido.
Por lejano que pueda parecer, es un conflicto próximo, muy próximo. Los que se van, dejan todo atrás porque su vida vale poco; valorémoslo. Los que se quedan, saben que en cualquier momento pueden morir, que no siempre tienen la simpatía social, que tiende a tener un comportamiento miedoso y acomodaticio.
Hacen bien en el diario en mostrarnos qué significa morir reventados en un minibús en Kabul. Hacen bien en ponerle rostro a la ilusión frustrada en un país cuyo futuro es ser tutelado por décadas para evitar una matanza. Afganistán, como algunos otros lugares, no vive una guerra, que es solo la superficie cruenta. Es otra cosa más destructiva para la que carecemos de nombre. Los que han vivido bajo el Estado Islámico lo saben; las que han sido secuestradas por Boko Haram lo saben. Lo saben aquellas cuyas caras son quemadas, sus orejas son cortadas, sus narices arrancadas y sus cuerpos lapidados y quemados. Lo saben. Es el horror que detiene el tiempo.
Con cada Najiba Hussaini que matan, están destruyendo el futuro. Ellos van hacia el pasado.
  
Najiba Hussaini


* "Living to Modernize Afghanistan, and Meeting a Grim End" The New York Times 24/07/2017 https://www.nytimes.com/2017/07/24/world/asia/kabul-explosion-afghanistan.html







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