Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mujib
Mashal, con la colaboración de Jawad Sukhanyar y Fatima Faizi, nos cuentan en The
New York Times de ayer la historia de Najiba Hussaini, una joven afgana. Había
nacido en una aldea que vivía de la cosecha de la almendra. Su buen
aprovechamiento escolar hizo que recibiera una beca que le permitió estudiar un
grado en Informática en la India. Posteriormente, pudo realizar un postgrado en
Japón para ampliar sus estudios. Todo ello tiene un enorme mérito en cualquier
país, pero mucho más en Afganistán donde los recursos hacen que todo sea mucho
más selectivo, todo cuesta más.
Nos cuenta
el periódico:
Last fall, Ms. Hussaini, 28, returned to lead
the database unit at Afghanistan’s mining ministry, developing applications to
digitize an old bureaucracy that is crucial to the country’s economic future.
Her life and dreams were cut short on Monday
morning as she was making her way to work. A Taliban suicide bomber detonated a
vehicle full of explosives in western Kabul, killing at least 24 people and
wounding another 42, according to Najib Danish, a spokesman for the Afghan
Interior Ministry. Another senior security official put the number of dead at
38.
As has become routine after such large blasts
in Kabul, family members searched for hours for news of loved ones, going from
hospital to hospital. Many of the bodies, including Ms. Hussaini’s, were badly
burned.
“We identified her from her ring — silver, with
a turquoise-colored stone,” said Hussain Rezai, who was to be formally engaged
to Ms. Hussaini within weeks.*
La historia se puede contar de muchas formas, desde las frías
cifras en las que los números no nos permiten ver las caras hasta contarnos el
drama personal y social que las muertes significan. El lenguaje lo permite
todo, la distancia y las emociones.
El artículo nos hace ver una vida arruinada por la barbarie,
pero va más allá. Su título es
"Living to Modernize Afghanistan, and Meeting a Grim End". Podría
utilizarse para muchos otros lugares, para muchas otras muertes.
Una vida es lo que hacemos, pero también lo que dejamos de
hacer. Najiba Hussaini no
podrá hacer muchas cosas para las que se había formado durante años con una
ilusión, la modernización de su país después de las vicisitudes que se han cebado en él. De la violencia solo ha salido oscuridad.
En
muchas ocasiones en estos años hemos recogido estas historias —sobre todo de
mujeres— en las que la violencia se ceba en las personas que representan
cualquier tipo de cambio. Los talibanes son una fuerza oscurantista que
usa la violencia para mantener un orden retrógrado. Como los Boko Haram o el
Estado Islámico, "modernización" significa alejarse de ese orden. La
mujer lo hace doblemente y contra ellas va la máxima violencia. Tenemos la historia
de la paquistaní Malala para mostrar su horror a que la mujer sea educada más allá de la
aceptación de una sumisión brutal. Todos los que no aceptan su visión del mundo
deben ser eliminados. No hay mucha distinción; todo se hace en el nombre de
Dios. Ellos son su brazo ejecutor.
El
periódico nos da una perspectiva de la ola de atentados que sacude Kabul:
While Afghan civilians in the countryside have
suffered for years, the intensity of the violence in Kabul, the capital, this
year is taking an unusual toll on young and educated Afghans. The attacks not
only shatter lives largely built on the past decade’s opportunities, but also
exacerbate a sense of hopelessness here that has driven many young Afghans to
join an exodus to Europe.
[...]
Most of
the people killed or wounded in the bombing on Monday worked for the Afghan
Ministry of Mines and Petroleum and were commuting in a minibus from western
Kabul. Others were also civilians, including Khala Aziza, a cook at a local
orphanage who had five children, now orphans themselves.
“There were 19 employees in that bus; 18 of
them were martyred,” said Abdul Qadeer Mutfi, a spokesman for the mining
ministry. “All of them were professionals and trained workers.”
A list of the ministry victims broadcast by
local news organizations showed that 13 had bachelor’s degrees, in subjects
including chemical technology and mineral geology. Two of the victims,
including Ms. Hussaini, had master’s degrees.*
Es un drama terrible. Los jóvenes que consiguen vencer las
dificultades con las que se encuentran y logran una buena educación que podrían
poner al servicio de la modernización de su país se enfrentan a la muerte o al
exilio. Quedarse en una lotería sangrienta en la que en cualquier momento
pueden encontrarse con el número fatídico.
La inhumanidad de esta constante barbarie es un reflejo del
futuro. Los talibanes, "estudiantes de teología", son el equivalente
a una oscura revolución medieval; son la negación del progreso. Los que esperan
encontrar una paz en Siria pueden que se encuentren con algo parecido a lo que
es la "paz afgana", un rosario de muertes en las zonas sociales más
sensibles.
No se ha logrado hacer retroceder la barbarie. Las victorias
militares son poca cosa para la profundidad del problema: un movimiento
reaccionario de décadas. Es la sociedad la que tiene que expulsar la barbarie
de su seno. Y eso es casi imposible. Tampoco se puede hacer nada con quien
rechaza cualquier tipo de convivencia democrática porque la sola palabra le
produce rechazo. Con el fundamentalismo es imposible tratar por definición.
Los gobiernos afectados tratan de combatir con represión y
no consiguen nada porque generan más violencia. Es sorprendente que el problema
del siglo XXI sea un problema "medieval", de fundamentalismo y
rechazo absoluto del progreso.
El terrible ejemplo de Turquía nos muestra que los corderos
democráticos pronto dejan aparecer los lobos que tienen debajo. Allí están
equilibradas las fuerzas sociales, pero el asalto al estado hará de la
educación el arma esencial, como ya han anunciado, eliminado la ciencia y
sustituyéndolo por las creencias y mitos ascendidos a rango de verdades
eternas. Lejos de adentrarse en el ámbito personal, cada vez más se invaden
todas las esferas, incluidas las de la Ciencia, que queda reducida a la
práctica de la tecnología, a un saber hacer sin cuestionamiento.
Es difícil luchar contra una barbarie que la sociedad va
aceptando, bajo esta y otras presiones, como "virtud". Basta con ver
el ascenso de lo retrógrado para comprender que lo que intentan es imposible:
mantener controlado algo que no tiene escrúpulos en la destrucción de los seres
humanos que se les oponen. El proceso de reislamización
—de expulsión de la sociedad de los elementos de modernidad— comenzó hace ya
cuatro décadas y tuvo su centro de expansión en Arabia Saudí. Hoy podemos ver
sus efectos sociales y políticos.
La muerte de Najiba Hussaini es una en un atentado entre los muchos que se padecen
en Afganistán. Es una vida humana en una dura batalla, incomprensible para
muchos, pero real para todos. Hussaini era algo más que una vida; era un
proyecto de futuro interrumpido.
Por
lejano que pueda parecer, es un conflicto próximo, muy próximo. Los que se van,
dejan todo atrás porque su vida vale poco; valorémoslo. Los que se quedan,
saben que en cualquier momento pueden morir, que no siempre tienen la simpatía
social, que tiende a tener un comportamiento miedoso y acomodaticio.
Hacen
bien en el diario en mostrarnos qué significa morir reventados en un minibús en
Kabul. Hacen bien en ponerle rostro a la ilusión frustrada en un país cuyo
futuro es ser tutelado por décadas para evitar una matanza. Afganistán, como
algunos otros lugares, no vive una guerra,
que es solo la superficie cruenta. Es otra cosa más destructiva para la que
carecemos de nombre. Los que han vivido bajo el Estado Islámico lo saben; las
que han sido secuestradas por Boko Haram lo saben. Lo saben aquellas cuyas caras son quemadas, sus orejas son cortadas, sus narices arrancadas y sus cuerpos lapidados y quemados. Lo saben. Es el horror que detiene el tiempo.
Con cada Najiba Hussaini que matan, están destruyendo el futuro. Ellos van hacia el pasado.
Najiba Hussaini |
*
"Living to Modernize Afghanistan, and Meeting a Grim End" The New
York Times 24/07/2017
https://www.nytimes.com/2017/07/24/world/asia/kabul-explosion-afghanistan.html
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