Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En este
espacio hemos seguido en el tiempo el caso —por llamarlo así— "Bassem Youssef",
el satírico egipcio que surgió al hilo de la revolución, aclamado por el pueblo a través de un programa
distribuido por YouTube que pasó por su éxito a las cadenas comerciales. Youssef
se convirtió en la mirada que dejaba al descubierto al poder. Superó los
ataques iniciales y se enfrentó en una segunda etapa al poder islamista que
rápidamente se revolvió contra él, que no se amedrentó manteniendo sus críticas
punzantes. Y el público lo fue celebrando y enalteciendo. Bassem criticaba al
poder. Pero cuando llegó el "no-coup" y el poder volvió a las manos
de los militares, Bassem trató de seguir haciendo su trabajo, la sátira. Y está
vez, los mismos que habían jaleado sus irreverencias, le llamaron traidor y arremetieron
contra él. Quedaba así al descubierto el drama egipcio y un sin fin de
preguntas en el aire que nadie se atrevía a contestar.
De
repente, el poder se había vuelto intocable. Lo que antes era criticable ahora
era sagrado. Los halagos interesados sucedían a las críticas; la ceguera ante
los problemas se volvía enfermedad crónica. Las promesas se volvían sueños y
los sueños alucinaciones gozosas. El poder era perfecto y el mundo
conspiración. Los que habían dado su vida por la revolución, los llamados "mártires"
cuyos retratos había engalanado las calles pasaban a ser "traidores",
agentes extranjeros cuya intención era destruir la patria. Los que le aplaudían
antes comenzaron a pedir que se le callara, que se le encerrara o que se le
expatriara, que se le retirara la nacionalidad, el bien más preciado que te
pueden dar al llegar al mundo. Y Youssef se fue.
En
varias ocasiones hemos calificado el caso Youssef como un "test" para
la sociedad egipcia, como una prueba profunda de una forma de ser y observar el
mundo. El paso del aplauso a la lapidación rabiosa es algo que no es fácil de
entender. El examen de conciencia no es fácil en una situación como la actual,
en la que la crisis económica aprieta allí en donde no es sencillo elaborar
fantasías.
La
afirmación del presidente al-Sisi sobre haber sobrevivido años solo con agua en
el refrigerador está siendo puesta a prueba por algunos. El presidente lo dijo
para que la gente dejara de protestar. Una afirmación como esta hubiera sido el
centro de más de un programa de Bassem Youssef, que habría dejado claro su
profunda desvergüenza. Cuando tienes suelto un satírico como Youssef, tienes
que cuidar tus palabras, tus promesas, tus acciones, porque volverán a ti en
forma contundente, envueltas en una sonrisa.
Esta
vez las palabras llegan envueltas en melancolía en el artículo —una cierta
forma de examen de conciencia— de Mohamed Gamal, publicado en Mada Masr con el
título "On the giant that Bassem Youssef did not tickle", que hace
referencia a un documental realizado en los Estados Unidos, lugar en el que
Youssef acabó acogido y donde ha podido desarrollar su arte satírico sin trabas
o amenazas. La sociedad norteamericana tolera las críticas. Mientras Bassem ha
criticado a Trump en campaña y ya en la presidencia, los egipcios se han
lanzado en brazos de Donald Trump, considerándolo una bendición complementaria
al "fantastic guy", el nuevo
general que la divinidad les ha asignado para su grandeza. Los frigoríficos
se van pareciendo cada vez más al que describió el presidente, con el riesgo
del paso siguiente, que será el corte del suministro eléctrico por la subida de
las tarifas.
Esta
situación —esta relación de la sociedad con el poder— es motivo de reflexión
dolorosa para los que han vivido 2011 con la ilusión del cambio y viven un 2017
en el que se glorifica un "no cup", se cierran más de cien medios de
información, las cárceles están llenas y se manifiesta la máxima distancia
entre la realidad y los discursos oficiales.
Tras
contar las vicisitudes Bassem Youssef y su programa, cómo sus colaboradores se
han apuntado a programas televisivos de éxito en el que el poder es intocable,
toca el momento de reflexionar sobre lo que fue y lo que es, sobre lo que pudo
haber sido. Escribe Mohamed Gamal:
The stark contrast between our courage,
confidence and hope during the glorious 18 days in 2011 and the vulnerability,
desperation and depression we reached following the return of military rule had
begun to leave us wondering: What exactly is our generation’s problem? At one
moment we were ready to sacrifice our souls, eyes, limbs and futures for this
country, and the next we abandoned the dream to each tread onward on our own
path. Are we heroes or almost-heroes? Why did we rally, and why did we then
disperse, either physically or metaphorically?*
La constatación del fracaso es dura. Las preguntas que
surgen se hunden como puñales en la conciencia de una generación que se ha
visto incapaz de un cambio real. El documental sobre Youssef que motiva las
reflexiones del artículo, se nos dice, no estará visible en Egipto. A aquellos
que el autor les pregunta dicen no haberlo visto. La soledad del que escribe es
la soledad del que ve la realidad de otra menare porque le quedan preguntas.
Cuando surgió la revolución de 2011 —esos 18 días de dolor y
gloria mencionados— dijimos que era una revolución de los hijos frente a una
figura paterna, Mubarak. Pero ni Sigmund Freud estaba preparado para el regreso
brutal de los padres sucesivos. La soledad de los hijos se transformo en
indiferencia y en intentos del padre al-Sisi de congraciarse con ellos
periódicamente en medio de reuniones propagandísticas, de monólogos con
consejos de los que saben a los ignorantes.
El artículo dice mucho de la mentalidad de muchos. Hay un
cierto tono amargo tras la vista del documental de Youssef. El autor esperaba una
figura heroica y Youssef se muestra cotidiano, no quería ser un
"héroe", solo era un "payaso". Él, le parece al
articulista, no quería derribar gobiernos, como los revolucionarios. A Mohamed
Gamal le hubiera gustado un documental crítico del poder. Pero el poder hizo lo
que se esperaba de él. Lo que no esperaba nadie —ni el propio Bassem Youssef—
es que fuera el mismo pueblo el que entregara sus libertades entre aplausos y
vítores.
De nuevo, se les exige a los demás lo que nadie está
dispuesto a dar.
I don’t know, and I’m not judging him. He can
chart his own career path. But I worry that more opportunities born amid
unusual circumstances will be lost as we hesitate and allow them to pass us by,
without taking advantage of them. I only hope that we — myself, Youssef and the
generation that lived through the revolution — can reflect on our learning
curve from time to time and ask ourselves: Are we fast learners? Did we learn
from our mistakes? Did we readjust our path? Are we certain that we are
investing in the best cause?*
Muchas preguntas y una sola respuesta, la que todos saben,
la que se niegan a admitir. Cuando tuvieron que elegir entre el poder y la
crítica del poder, eligieron —sin dudarlo— el poder. El drama no es que uno
desconfíe del poder; el drama auténtico es no poder fiarte del pueblo, de aquel
en cuyo nombre muchos salieron a la calle y dieron su vida. Y la dieron frente
a los que siempre han estado en el mismo sitio, a los que siempre apretaron el
gatillo, torturaron e hicieron desaparecer. Porque no son distintos, sino la
otra cara.
Es fácil hacerse a las dictaduras; las democracias son mucho más complejas. No se trata de obedecer para que te vaya bien, sino de elegir, de arriesgarse para tratar de mejorar. Es demasiado trabajo frente a la simplicidad orwelliana del poder absoluto.
Escribe Gamal:
In a recent article, journalist Abdel Azim
Hamad wrote that generations of police officers since the 1952 revolution have
“sterilized” the public sphere, as opposed to eroding it in the sense of the
late journalist Mohamed Hassanein Heikal — sterilization meaning suppressing
any real space to think and express. As such, consecutive regimes dissolved any
effective social organization inside syndicates, universities, mosques and
churches, even reaching civil society organizations and the boards of private
residential compounds.
For me, this explains everything: it explains
why Youssef has failed, and why we have failed, at least for now. Our premature
revolution was born from a sterile womb, and from that same womb Al-Bernameg
was born unripe.
Sterilization necessitates a process of
refertilization, in the mental, artistic, cultural, political, social and
religious sense, and a restoration of the public sphere. This might take years
and countless futile attempts, but ultimately a new generation of giants will
be born. By then, I hope they will know who they are facing and which direction
they are headed, because it’s then that they will accept to pay any price in
return for freedom. And the rest will not leave them alone, but follow them to
the finish line.*
Son los párrafos finales y se percibe el mismo mal de
siempre. Bassem Youssef no falló. Él hizo su trabajo, pero no podía hacer el
que no podía. Él era el "payaso" que deja al descubierto la verdad
que a nadie le interesa saber. Los que intentaron hacer desde sus puestos
fueron atacados y criticados por los mismos que jalean al poder. En el fondo,
les da igual quien mande porque su habilidad es vivir con ellos, con poderosos
ante los que medrar, a los que aplaudir porque luego serán generosos con los
dóciles. Nadie así verá afectada su posición, la lograda por la aceptación de
lo establecido.
Bassem Youssef forma parte de esos recuerdos incómodos que
nadie quiere compartir. Como persona inteligente que es, ha dejado de hacerse
las preguntas que se hacen muchos otros egipcios. Él ha comprendido que hacerse
esas preguntas sobre oportunidades perdidas forma parte del carácter egipcio.
La refertilización
propuesta solo es posible con gente como Youssef, gente que muestre los
problemas, no que hagan decorativos colgantes con ellos. El vientre,
efectivamente, no es fértil y habrá que esperar mucho tiempo a que una nueva
generación se olvide del fracaso para poder cometer la ingenuidad de reclamar
libertades ante las amadas autoridades.
Se puede reclamar pan, se puede reclamar agua para el
refrigerador y electricidad más barata para mantenerlo en funcionamiento, pero
eso no significa reclamar libertades. Muchos se conforman con una prisión
barata. Pensar en libertades sigue siendo una actividad solitaria.
Sí, Bassem solo era un payaso. Escribe Mohamed Gamal: "If we were waiting for a Guevara or Gandhi or Mandela, I thought, Youssef was never like them and he never claimed to be."* Pero el payaso hizo su trabajo, cumplió donde otros no lo hicieron. Asustados por las perspectivas que se le abrían, les dio miedo y volvieron a la seguridad de la celda. A Bassen no le echó el poder; le echó el pueblo. No querían críticas a sus nuevos ídolos.
* "On
the giant that Bassem Youssef did not tickle" Mada Masr 12/07/2017
https://www.madamasr.com/en/2017/07/12/feature/culture/on-the-giant-that-bassem-youssef-did-not-tickle/
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