Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Existen
muchas formas de "explicar" la realidad o, si se prefiere, de
"montarla". Es como un puzzle sin modelo de referencia en la que cada
uno trata de explicar que lo que ha hecho es real. La explicación de porqué las
cosas son somos son puede ser muy variada e incluso contraria con las piezas
que seleccionamos y que crean nuestra figura de lo real.
En
estos años últimos hay una rabia furibunda contra la llamada "transición".
La "transición" fue considerada, especialmente fuera de España, un
ejemplo del paso de una dictadura a una democracia. Se produjo, además, en un
momento en que ese problema existía en una serie de países que trataban de
encontrar un modelo con el que salir de sus propias situaciones complicadas. Lo
vieron en España.
La
"transición" fue. Cumplió
su función y dejó paso al sistema democrático que hoy tenemos. Sin embargo, se
está llamando "transición" (contra toda semántica) al sistema
existente, con lo que se confunde el tránsito
del momento con el todo el recorrido. La transición, por definición, se acabó
cuando se llegó a consolidar el sistema democrático cerrando el proceso
constitucional y electoral. Algunos lo cierran con la alternancia.
El
argumento que se trata de exponer es que hay tal diferencia entre la gente de
"entonces" y la de "ahora" que se deben cambiar muchas
cosas en el plano político. Para ello se acentúa la diferencia existente o,
mejor aún, se hace recaer sobre los puntos que interesan a algunos.
En
primer lugar, que existan diferencias generacionales es lo normal. Lo extraño
sería lo contrario. Más todavía si, como ha ocurrido en España, se ha producido
un enorme cambio social y de mentalidades en muy poco tiempo. Fue precisamente
el cambio político lo que posibilitó el salto al adentrarnos en la convivencia
y la tolerancia. El segundo proceso, sin el que el primero hubiera sido imposible,
fue la entrada en Europa. Entramos en Europa cuando esta tuvo garantías de que
nuestro sistema democrático estaba consolidado.
Soy
contrario a que nadie se apropie, ni política ni generacionalmente, de lo que
ha sido un logro general producido por haber sido capaces de crearnos una
normalidad en nuestra convivencia. Hace 50 años habría sido impensable ver las
calles de Madrid convertidas en una fiesta multitudinaria del World Pride. Y ahí están. Los
indicadores que estos días se nos mostraba incidían todos en la apertura de la
sociedad española en su conjunto.
En el
diario El País se trata la cuestión
de las brechas generacionales y sus consecuencias políticas:
“Se ha roto el momento referente político en
España que era la Transición. Ese momento ya no es inédito. Ahora hay otro. Se
ha replicado con otros canales, con otra estructura política”, dice Paco Camas,
analista de Metroscopia. La Transición duró solo unos años, pero su legado es
profundo. María José Estrada, madre de Padilla, recuerda cómo su interés por la
política decayó a finales de los 80: “Todos nos conformamos con supuestos
grandes logros. Luego descubres que no es verdad. Creí que construía un futuro
que no ha cuajado”, dice.
A pesar de que ese futuro no ha cuajado,
España es hoy el país que la Transición diseñó. Los que eran jóvenes en aquella
época, hoy ven que no todo va bien, pero aún sienten cierto afecto por su obra
colectiva. Los millennials, en
cambio, no se sienten vinculados a algo que se han encontrado y que no cumple
su cometido, tal como ellos creen que debe hacerlo: “La generación actual ya se
ha encontrado las instituciones de la Transición y no sienten el apego de otras
generaciones. Además, contaban poco, se les había tenido algo olvidados. Piden
sentirse representados”, dice Berta Barbet, profesora de la Universidad
Autónoma de Barcelona.*
¿Algo que se han encontrado? ¿Hay alguien
que nazca sin encontrarse algo al llegar? ¿Es esa la excusa para no aceptar lo que hay? Es casi una broma de no ser
porque la broma se extiende mucho y es aceptada por aquellos interesados en la
teoría de que solo soy responsable de lo que hago y no de lo que recibo. Según
este principio, nadie debería aceptar nada. Es ingenuo y peligroso.
¿Es el
fenómeno de los millennials español?
Cuando busco información que la describa me encuentro que en todas partes es la
misma definición, las mismas características por todo el mundo. Aunque en cada
país tendrá sus propias circunstancias, cualquier intento de convertirlo en un
fenómeno únicamente español es una falacia interesada.
Las
formas políticas de acercarse a los millennials varia de un país a otro. Al
saber sus características, el mensaje se adapta en función de aquello sobre lo
que se quiere hacer recaer el estigma. En nuestro caso es la Constitución, como
un reflejo del tiempo, es decir, de la Transición. Sobre ellas se acumulan
discursos entremezclados en los que lo que ocurrió en los 70 y 80 son las
causas directas de los problemas que ocurren hoy.
El
diario El País publicó un artículo sobre
el retrato de los millennials
españoles según las encuestas. La descripción es bastante peculiar en su
conjunto:
Aunque hay un amplio grupo de chicos y chicas
que han entrado en el mercado laboral como se hacía antes (contratos fijos,
muchas horas de meritorio y sueldos bajos, confiando en ascender pronto), el
modelo convencional no es tan deseado por esta generación como por las
anteriores. Se han resignado a la precariedad. "Salario bueno no va a
haber; condiciones, casi seguro que tampoco, y vivir la vida es un poco lo que
nos queda", dice Elías Rodríguez, de 25 años.
Además, los millennials españoles quieren un trabajo, pero tienen menos prisa
por encontrarlo y ponen por delante la calidad y un horario que les permita
conciliar lo laboral y lo personal y disfrutar de la vida, que un sueldo
llamativo. Ganar dinero está en los escalones más bajos de sus aspiraciones. La
familia, los amigos, la calidad del trabajo, los estudios o el sexo están por
encima del dinero, según la última encuesta del Observatorio de la Juventud.
Además, no están obsesionados por poseer una
casa o un coche; son más de la cultura de compartir. Salvo en lo que a aparatos
digitales se refiere. Quieren el último teléfono móvil y el último ordenador
portátil, porque son esencialmente digitales, multipantallas y adictos a las
APPs y a las redes sociales. No ven mucho la televisión, ni compran periódicos,
pero se consideran bien informados a través de Internet.
Según un informe elaborado por la consultora
Deloitte, la generación del milenio ha desarrollado un sentido mucho más
crítico y exigente que sus padres. Exigen una vida más personalizada y
defienden unos nuevos valores más acordes con la sociedad actual:
transparencia, sostenibilidad, participación, colaboración y compromiso social.
Aunque se sienten autosuficientes y autónomos y quieren ser protagonistas en su
vida social y laboral. En cierto sentido, son narcisistas y consentidos.**
¿Qué es
la "sociedad actual" en este contexto, "ellos menos sus padres"? La creencia en
que los que llegan deben desplazar a
los demás, a los que ven como un obstáculo retrógrado, es demasiado infantil
para ser aceptable. Sin embargo es fácil convencer a la gente de ello si se
usan los discursos adecuados.
Lo que
sale de las encuestas tiene una extraña traducción en la realidad. Una mezcla
de muy diferentes sentimientos y actitudes centrados en aspectos de rebeldía y
de integración suma, de actividad y pasividad, conviviendo en medio de una
enorme frustración. Esta frustración deriva sobre todo, entiendo, del empleo y
su precariedad. Son problemas reales que hay que enfrentar con decisión, pues esta generación que lo padece ha llegado a un límite. No son ellos los únicos, ya que son las generaciones anteriores las que están ayudando a paliarlo como "colchones". Por eso la sociedad se ve como injusta, pero la familia se ve positivamente. Sin embargo, los mismos que protegen a los suyos, explotan a los hijos de otros. Es un perverso reciclado.
El
fenómeno millennials retrata a una
generación y es mundial porque España también entró en el flujo global como
fruto de su propio progreso. Solo el desconocimiento profundo de la Historia
(que es una característica millennial)
puede ignorar el cambio y la estabilización que trajo la Constitución española
como reflejo de un deseo de convivencia. ¿Es perfecta? No, ninguna lo es. ¿Van
a solucionar los cambios algunos de los "problemas" de los millennials? Lo dudo mucho, si sus
condiciones son mundiales, como se nos dice.
Los
intentos de convertir la Constitución en obstáculo obedecen a una bien meditada
tendencia a introducir nuevos grupos, con nuevas/viejas agendas, en el mapa
político canalizando esa distancia intergeneracional
que se ha creado.
Hace
muchos años que escribí en algún sitio que en el futuro las distinciones ya no
serían de "clase" sino de "edad". El efecto es debido a lo
que llamaron hace ya muchas décadas "shock del futuro", que
incrementa la sensación de diferencia
debido a los cambios, mucho más rápidos que anteriormente. Son esos cambios los
que hacen que los jóvenes árabes pidan más cambios y exploten en la Primavera
de de 2011. Son esas diferencias las que hacen que en el Reino Unido los
jóvenes se pongan mayoritariamente al Brexit mientras que los jubilados se
sienten más victorianos.
Los
problemas de los millennials son
reales, pero son de la sociedad en la que vivimos. Afectan al conjunto de la
sociedad al arrastrarlos hacia el futuro. Hay muchos intereses en el retrato de
los millennials, de sus problemas y
aspiraciones.
Hace
falta una perspectiva más amplia para comprender que una parte de los problemas
que se generan tienen como víctimas a los sectores más jóvenes. En unas
generaciones les "toca" ir a las guerras y en otras vivir
precariamente, como en esta. Cuando las generaciones padecen grandes desajustes
o no gozan de las oportunidades que merecen, el clima social se complica porque
cunde la desafección y el egocentrismo. Si yo no importo a los demás, los demás
no me importan a mí. Se desprecian las normas de convivencia porque están
hechas por otros, etc. La vida común
se deteriora en muchos aspectos.
Plantearse
la vida social como una lucha entre padres e hijos no tiene mucho sentido,
especialmente si luego se valora mucho a la familia. Lo cierto es que el modelo
social no es justo al no preverse el alcance profundo de los cambios en el
trabajo de la Sociedad de la Información y de la globalización. Eso es lo que
hay que analizar y tratar de paliar. Sobre eso deberían discutir nuestros
(todos) los políticos. Dar soluciones reales a problemas reales.
Los dos
textos del diario El País ahondan en la cuestión de los millennials. De la "generación entre dos mundos", de
abril, pasamos a "dos generaciones que se dan la espalda" de hoy. Parece que todo lo que preocupa de la nueva generación es a quién va a votar. La preocupación debería ser otra. Esa es una preocupación vieja (pero actual). Lo importante es resolver los problemas y eso afecta a todos.
*
"Dos generaciones que se dan la espalda" El País 2/07/2017
http://politica.elpais.com/politica/2017/06/30/actualidad/1498820531_145055.html
**
"Una generación entre dos mundos" El País 5/04/2017
http://politica.elpais.com/politica/2017/03/04/actualidad/1488647914_007106.html
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