Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
prensa de ayer se hace eco, sorprendida, de unos estudios sobre la capacidad
olfativa humana. Nos cuentan que somos capaces de distinguir un "billón de
olores". A nadie parece sorprenderles los logros de la vista o el oído,
pero la mención de esas cifras relacionadas con nuestras posibilidades
olfativas nos dejan anonadados. ¡Qué barbaridad!, piensan algunos. Todos los
artículos que recogen los resultados del estudio entonan el mismo canto: el
modesto olfato, el sentido más pobre, etc. Por ejemplo, ABC comienza así su
información:
Puede que sea el sentido humano más
menospreciado, en un mundo en el que, muy probablemente por fortuna, imperan
los desodorantes, los jabones, la comida empaquetada y todo tipo de productos
de limpieza. Sin embargo, nuestro anestesiado olfato es mucho más potente de lo
que creemos. Investigadores del Laboratorio de Neurogenética de la Universidad
Rockefeller, en Nueva York, aseguran que la nariz humana puede distinguir más
de un billón de mezclas de olores, mucho más de lo que se creía.
Hasta ahora, se aceptaba de manera general que los seres humanos
diferenciamos entre 10.000 olores. Los expertos creían que este número era
«ridículamente pequeño», pero hacía falta una prueba científica real.*
Creo que este asombro tiene que ver con la incomprensión del
papel del olfato y su funcionamiento peculiar respecto a los demás sentidos de
que disponemos para crearnos nuestra imagen de la "realidad". Esto
que llamamos "realidad" es la recreación que nuestro cerebro realiza de
los externo con la información que obtiene a través de nuestros sentidos y la
mediación de la memoria. En esa "construcción" tiene especial
importancia la vista, sentido del que obtenemos grandes cantidades de
información y que consume una parte importante de nuestros recursos.
Las comparaciones entre "cantidades" de la
percepción de cada sentido no son muy adecuadas, pues cada uno de ellos trabaja
de una manera distinta y cumple una función diferente. El olfato tiene las
suyas y su propia manera de trabajo.
Todos los sentidos trabajan de forma diferente y
complementaria con una misma función: la recreación del entorno para la
supervivencia. Si nosotros, por ejemplo, careciéramos de un órgano olfativo,
nuestra recreación del mundo evidentemente no incluiría los olores. Cuanta más
información se maneje, más compleja será nuestra "realidad". El papel
del olfato es diferente al de otros sentidos, especialmente, a los que nos dan
"imagen" del mundo, vista y oído.
Repasemos la descripción inicial del mundo que se nos hace
en esa novela que se dedicó a la nariz privilegiada y al sentido del olfato, El perfume, del alemán Patrick Süskind:
En la época que nos ocupa reinaba en las
ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles
apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de
las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a
col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo
enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al
penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las
curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y
mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes
infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran
jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los
ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por
igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el
clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la
nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la
reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el
siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y
por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora,
ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera
acompañada de algún hedor.*
"Apestaban"
es una característica que se nos dice de algo, como se puede decir de una tela
que es "roja" o de una puerta que "chirría". Sin embargo
hay una diferencia: pasado cierto tiempo el cerebro deja de percibir ese olor,
se acostumbra y no nos transmite.
Durante
más de veinte años de mi vida fui fumador de pipa, degustando diferentes tipos
de tabacos aromáticos, realizando mis propias mezclas y buscando sabores y
olores especiales. Cuando dejé hace diez años de fumar, descubrí algo: un
mundo como el reflejado por Süskind, un mundo lleno de olores que me golpeaban
por sorpresa como nunca me había imaginado.
Me
resultaba repulsivo el tiempo de espera en un semáforo porque me llegaban lo
olores ascendentes de las alcantarillas; entrar en un mercado era recibir un
golpe en el estómago, de una intensidad insufrible, por los olores de los pescados. Subido en un avión empecé a preguntar por un preocupante olor a
quemado, que detectamos inicialmente una viajera ciega y yo, que resultaron ser unos
cables. El viajar en metro era un autentico sufrimiento. Solía explicar a mis
amistades que cuando entraba en un vagón miraba a ver si descubría quién se
estaba comiendo un caramelo de coco cuyos olores me llegaban desde la puerta del vagón.
El
mundo se me había vuelto dolorosamente oloroso. Todas esas sensaciones habían
estado ocultas por el tabaco, saturador del gusto y el olfato, que ahora
recuperaba al abandonarlo. Descubría lo mal que olía el mundo en un estado muy
parecido al descrito por Süskind. Pero, afortunadamente, las cosas volvieron a
sus cauces y pronto mi cerebro empezó a ajustar la intensidad de los olores, a "olvidarse"
de los habituales y a detectar solo las novedades que pudieran llamar la
atención.
Si la
vista y el oído principalmente nos ayudan a construirnos una imagen estable de
lo que nos rodea, el olfato, en cambio, es más bien un avisador de novedades,
de cambios olfativos que puedan entrar en nuestro entorno. Hay un campo
olfativo como hay un campo visual. Lo que entra en él es detectado como novedad,
como una diferencia. Nuestro cerebro va realizando un control de los olores
habituales y detecta las variaciones que se producen. Le interesan más las novedades porque así previene los peligros.
El
olfato se relaciona con elementos primarios: la sexualidad, la vigilancia y la
seguridad de lo que podemos comer. La sexualidad tiene sus propios olores, algo
que compartimos con otros animales, que pueden oler a distancia las posibles
parejas o rivales. Detecta también los olores relacionados con presencias
peligrosas en nuestro entorno, de un depredador a un incendio en la distancia.
Y nos avisa del estado de los alimentos, algo que seguimos detectando al abrir
una nevera y recibir el impacto de algo en mal estado; nos fiamos más del olor
que de la visión del alimento.
Los
publicitarios que son epistemólogos comerciales han desarrollado un campo
llamado "marketing olfativo" a sabiendas de que los olores son un
mecanismo importante por su poder asociativo con las marcas y también la
capacidad de "seducción" que poseen. No es fácil resistirse a un
"buen olor", que tiene mucho terreno ganado. Las investigaciones de los
olores en aspectos relacionados con la atracción sexual han sido igualmente
desarrollados, pasando de la psicología al marketing, que rentabiliza los
estudios para conseguir más atracción. El uso de los perfumes como forma de
atracción se ha conocido siempre aunque solo fuera por sus efectos prácticos.
Hoy sabemos sobre las feromonas y cómo nuestra nariz nos lleva a los centros
del deseo.
Los
poetas han jugado siempre con los olores y la ensoñación. Tenemos un retrato
olfativo de las personas como lo tenemos visual o acústico. Podemos evocar los
olores de la persona ya sea el propio o el asociado con los perfumes que usen.
Hay alucinaciones olfativas, como las puede haber visuales o auditivas, y la
memoria puede hacernos sentir la presencia de alguien reproduciendo su olor. O
podemos, como señalaba el poeta Verlaine, entrar en la habitación "donde
palpitan los perfumes de ella". Este hecho es importante porque el olor
permanece impregnando los espacios aunque el objeto o persona lo haya
abandonado. Eso no ocurre con ningún otro sentido. Podemos guardar objetos
porque conservan el olor que nos gusta. A mí me cuesta tirar las cajas de dulces
que algunos amigos me traen de El Cairo. De vez en cuando, abro las cajas para
recibir de nuevo los olores que se asocian con espacios, momentos y personas.
Es la gran capacidad asociativa e imaginativa de los olores, su poder para
desencadenar sentimientos y recuerdos.
Por ser
quizá el sentido menos "racional" —piense en los metafóricos anuncios
de perfumes—, es difícil de frenar y se desencadenan los recuerdos, como los
poetas nos han contado o como tenemos ocasión de experimentar por poco que nos
dediquemos a cultivarlo o, simplemente, a quitarle obstáculos. Hemos perdido la
naturalidad de los olores. Nos educamos en distintos olores y sabores dentro de
cada cultura. Hace poco me contaban un caso de problemas de convivencia en un
piso de estudiantes de distintos países porque lo que unos consideraban un
manjar traído desde su país despertaba las náuseas en los compañeros de otros
países. Cuando se quejaban de los malos olores, se sentían sorprendidos: ¿qué malos olores?
En un
universo saturado de olores, ese billón de posibilidades queda reducido a casi
la nada pues estamos envueltos —como me ocurrió a mí con el tabaco— en neblinas
olfativas que nos impiden percibir el conjunto. En esa categoría podemos
incluir los envolventes humos de los coches que tenemos en nuestras ciudades,
anestesiando nuestras narices.
No me
sorprende que seamos capaces de percibir tantos olores, aunque no tengo
intención de contarlos. Nuestras narices no están para esos trotes. El mundo
está lleno de buenos y malos olores y una nariz afinada disfruta con unos y
sufre con los otros. La gran mayoría permanecen ocultos, sepultados por los
olores estridentes que acaban por aburrirnos y dejamos de percibir.
Los que se dedican al uso comercial de los olores tendrán que tener en cuenta que el mundo se nos llenará de una extraña e intensa mezcla de olores que la nariz podrá distinguir por separado pero veremos cómo reacciona ante el conjunto. Lo que si parece cierto es que nuestras narices empiezan a ser tenidas en cuenta, al menos en ciertos aspectos. Los especialistas en esto del olfato le auguran un gran futuro. Si antes se decía que "las cosas entran por los ojos", ahora habrá replanteárselo.
*
"La nariz humana puede distinguir más de un billón de olores" ABC
20/03/2014 http://www.abc.es/ciencia/20140320/abci-nariz-humana-puede-distinguir-201403201723.html
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