Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El Mundo nos trae una entrevista con una radiante Marine Le Pen tras las
elecciones en la que ha obtenido unos resultados "esperanzadores"
para su segunda vuelta. Sus declaraciones resultan interesantes en varias
direcciones.
Le Pen,
que es todo sonrisas, solo se enfada cuando se compara al Frente Nacional con
partidos como Amanecer Dorado, en Grecia, y otros de corte similar. Su
respuesta:
Estoy harta de eso. ¡Es insultante! No
tenemos nada que ver con esa gente ni con su ideología neonazi. Somos un
partido esencialmente antieuropeísta y antiglobalización. El debate ya no está
entre la izquierda y la derecha sino entre quienes defienden la nación como
estructura ciudadana, económica y social, y aquellos que piensan que es un
concepto antiguo y superado, y hay que avanzar hacia un gobierno europeo o
mundial. Yo me quedo con los que creen en la nación, ya sean de derechas o de
izquierdas.*
Es
difícil encontrar una retórica tan medida como la Marine Le Pen. Con sutileza
se aleja de donde no le interesa ser incluida y se inserta en aquellos espacios
del descontento en los que se presenta como una entidad casi angélica. Sin
embargo esa ilusión se desmorona en el momento en el que se le piden sus
soluciones. El Mundo resalta en su
titular el eje de su discurso cuando Le Pen responde a la cuestión de la
inmigración. Cuando se le pregunta por las peticiones de España de que Europa
asuma su compromiso con la "frontera sur" y coopere, Le Pen responde:
Eso no servirá. Mientras que Europa mantenga
una política atractiva para los inmigrantes, nadie les parará. Hay que poner en
marcha una política disuasoria, lanzar una señal muy clara que diga que ya no
tenemos nada que ofrecerles. No escolarizaremos a sus hijos, no les daremos
ayudas sociales, ni alojamiento... Lo de Melilla se soluciona quitando la
Sanidad a los inmigrantes. Si no lo hacemos así, seguirán viniendo por miles a
probar suerte en el Estrecho.*
Quizá su siguiente propuesta,
si no funciona lo de dejarlos en el limbo social para que se mueran por las
calles los que enfermen o de frío cuando llegue el invierno —ya los recogerán
los barrenderos por la mañana—, sea bombardear las pateras. Su política, por encima de ideologías, es sencillamente "inhumana" y, en efecto, antieuropea. Marine Le Pen esta harta de que la "clasifiquen", pero sus propuestas son fácilmente clasificables, según sus palabras. Otra cosa es que no le guste escucharlo y se enfade, como cuando demandaron a Madonna por ponerle una cruz gamada en la frente a una foto suya durante un concierto de la cantante en 2012. Molesto, sí, pero son riesgos del oficio cuando se afirman ciertas cosas.
Marine
Le Pen no ama las "naciones"; ama un tipo de "nación". El
debate no está —como a ella le interesa plantear— entre el "amor a la
patria" y el burocratismo supranacional. Eso es pura demagogia. La
verdadera cuestión, que a ella no le interesa, es que su modelo de "amor a
la patria" es incompatible con un modelo de patria decente y humanitaria.
Lo que predica Le Pen no es patriotismo sino el egoísmo, que es el amor de uno
mismo prescindiendo de los otros. Y da igual que ese "yo" sea "Marine
Le Pen" o "Francia" porque en su mente son la misma cosas. El
truco del nacionalismo es precisamente ese, la apropiación de la nación que se
piensa en términos exclusivos. Las "naciones", invento reciente
—aunque le fastidie a Artur Más—, son una forma de gestión emocional del
espacio en la que se identifican los intereses de unos con los del resto. De la
Revolución Francesa salen dos concepto en lucha el de "nación" y el
de "ciudadanía", el primero va por la vía emocional, sentimental y
romántica, se centra en símbolos, poemas, árboles o santuarios; el segundo, por
el contrario, es más abstracto y se centra en los derechos, que no se
consideran propiedad de nadie sino que aspiran a la universalidad. El
nacionalismo es belicista e imperialista si se lo propone —Rusia acaba de dar
un buen ejemplo—, ve a los demás como fuerzas opuestas y siempre está temeroso
de perder una "identidad" que es la base de su fuerza. Por el
contrario, la idea de "ciudadanía" se centra en los derechos
—Declaración universal— que trata de ampliar más allá de sus fronteras creando
unidades superiores no ligadas meramente a la "tierra" o a la
"lengua" —las dos ideas centrales del nacionalismo burgués romántico—.
Rusia,
el país más grande del mundo, se acaba de anexionar Crimea, unos cuantos
kilómetros cuadrados, con la excusa de que todos aquellos que hablen ruso están
bajo su protección. La lengua ha sido definitiva. Después ha declarado
"tierra santa" —¡curioso!— la península de Crimea. Los demás países
que se llenaron de rusos durante la dominación soviética están temblando ante
la posibilidad de que Rusia apunte hacia ellos su "santidad"
lingüística. La BBC explica el silencio de algunos países bajo la
"influencia" de Rusia: "En general, las exrepúblicas soviéticas
de Asia Central, temerosas de sufrir su propio "momento ucraniano"
tendieron más a sembrar sutiles dudas respecto a la decisión [de] Moscú que a
celebrarla."**
Todos los que tengan población rusófona estarán pensando lo
mismo. Rusia es un caso interesante de conversión del imperialismo
"internacionalista" al imperialismo "nacionalista", que también lo fue anteriormente. Primero
llevaba la revolución como Unión Soviética, cantando "La
Internacional" y ahora lleva de nuevo, con el zarismo actual, el
nacionalismo a golpe de soldados, folclore y cantos.
Los
movimientos nacionalistas como el Frente Nacional, como bien señala Le Pen, son
"antieuropeístas" y "antiglobalización". Le llama la
atención, en su segunda referencia a España, que no se haya producido una
modificación "nacionalista" del panorama político español:
—¿Han tenido contactos ya con algún partido
español?
—No. Y es algo que me sorprende. España es un
país muy apegado a su libertad, que no ha osado aún crear una fuerza que
critique la Unión Europea y esa política de austeridad que le han impuesto.
Pero las cosas pueden cambiar muy deprisa, dada la situación. Ya se ha visto en
Italia. Está surgiendo un movimiento que dice "hasta aquí hemos
llegado" y que podría encontrar un eco en el pueblo español.
Puede
esperar sentada Marine Le Pen, pues el mapa político español tiene sus
peculiaridades. Los grandes partidos son europeístas,
como lo es una mayoría de la población por más que se despotrique, lo que no
significa que se esté de acuerdo con las medidas que se toman siempre. No se
van a poner en contacto, por ahora, con ella. Los partidos "nacionalistas", por otro lado, lo tienen complicado para dirigirse a ella por varios motivos. El
primero es el desprestigio internacional, el estigma que supondría, que no les interesa y menos cuando
quieren ser "aceptados" por Europa. Los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos,
en segundo lugar, tienen desde hace mucho su poder municipal y autonómico sin
necesidad de tener que reivindicar nada; sencillamente están dentro de la Constitución
por ese lado.
El "nacionalismo" del Frente Nacional es de la "totalidad"
de Francia, mientras que nuestros nacionalismos son "regionales" y se
definen contra la "nación española" negándola o contra su pertenencia a ella. Existe el
agravante de reivindicar los nacionalismos vascos y catalanes —se menciona poco, pero está en las
reivindicaciones de unos y otros— partes del sur de Francia, ya se llamen "Euskadi
norte", "países catalanes" o de cualquier otra forma.
Mientras
los nacionalismos como el de Le Pen se definen frente a entidades nuevas, como
"Europa", los nacionalismos regionales se definen contra su propia
unidad superior (España, Italia...) y piden ser aceptados por la siguiente
(Europa) en igualdad de condiciones. Y Europa ha sido clara en su respuesta. Los problemas europeos vienen directamente de los "nacionalismos estatales" e indirectamente, por los motivos contrarios, de los "nacionalismos regionales", los que aspiran a ser nuevos estados y aspiran, por tanto, a sumarse a todos los elementos supranacionales como forma de reconocimiento explícito. Cada uno es un problema distinto para la idea de Europa y un reto para su futuro.
Por más
que se muestre sonriente, el ideario de Marine Le Pen no es para sonreír.
Aunque trate de desmarcarse de los musculosos intelectuales de Amanecer Dorado,
no hay muchas diferencias. Los griegos prefieren apalear por su cuenta por los
recortes europeos, mientras que Marine Le Pen prefiere que lo haga la Policía
porque ella es una "señorita", todo un detalle por su parte:
En cuanto a la seguridad, no hay más que ver
las estadísticas para darse cuenta de que hace falta una acción más firme de
las fuerzas de orden y la Justicia, coordinada con las autoridades locales
porque la Policía Municipal debe de servir para algo más que poner multas...*
Pese a lo que pone en el cartel de su padre, Marine Le Pen, ha creado junto con el holandés Wilders —otro amante de las naciones— la "Alianza Europea por la Libertad". Si se
suman todas sus opiniones, el resultado es claro. Su estrategia no es hablar de
su ideología sino de los problemas de la gente ofreciéndose como solución. Le
Pen, por ejemplo, se ha centrado como objetivo en los pequeños comercios, cuyos
problemas son fáciles de presentar como llegados de "Europa" o de la
"globalización".
Respecto al pequeño comercio, resulta
asombroso constatar cómo el PS o la UMP han consentido ambos por igual las
prácticas de competencia desleal de las grandes superficies, desde su
instalación en el centro de las ciudades hasta sus horarios de apertura
dominical... El pequeño comercio merece ser defendido, no sólo por el aspecto
económico sino por su componente social.*
Su
estrategia es siempre la misma, ligar los problemas con sus
"soluciones". Sin embargo, todo esto no son más que acciones
estratégicas para lograr vencer las resistencias que sus otras intenciones
conllevan. Las declaraciones de su compañero de viaje, el xenófobo holandés
Wilders, muestran que el deseo de pasar a la acción más allá de las sonrisas
beatíficas, cuando se tiene más poder —como ha ocurrido en Grecia o Italia—, se
manifiesta pronto y violentamente.
La
apropiación nacionalista por parte de partidos como el Frente Nacional francés
es síntoma de varias cosas. En primer lugar, crecen con el descontento; es un
motivo para mejorar las cosas y no darles razones o motivos. Segundo: crecen
con la desinformación; la unidades como "Europa" necesitan alcanzar
una nitidez que no tienen. No me refiero solo a la información de las
instituciones europeas, sino de la "cultura europea". Si Rusia ha
invadido Crimea en nombre de la lengua rusa, dando un nuevo sentido a la
afirmación de Wittgenstein sobre los límites
del lenguaje, Europa es una conjunto de países con lenguas distintas, por
lo que es más difícil construir una "identidad cultural" partiendo de
las culturas nacionales. Sin embargo, eso no es imposible si se pone énfasis en
los elementos con los que es posible identificarnos que son muchos. Se han potenciado
siempre los elementos nacionales en detrimento de una cultura más cosmopolita.
La Historia moderna surgió para servir de sostén teórico y académico a las
naciones recién creadas que necesitaban compartir un discurso, una narrativa
propia que les diferenciara de aquellos de los que querían distinguirse. Eso lo
seguimos viendo hoy.
La
mayor aportación de Europa —de Francia, si se prefiere, aunque fastide a Le Pen— es la idea de los
derechos universales, que es la contraria al nacionalismo que solo cree en sus
propios derechos locales. Que Marine Le Pen considere que se debe tratar a la
inmigración como si fueran el virus de la gripe es un síntoma claro de que
"su" Francia no es la de todos, solo la suya, por más que se envuelva
en banderas y cante La Marsellesa en la ducha todas las mañanas.
El
éxito relativo de estos planteamientos no es más que el resultado de problemas
sin resolver que aprovechan, por un lado, y la indefinición de la identidad
europea, que los políticos comenten el error de dejar en el aire, por el otro. Es difícil
construir "Europa" sin una "identidad europea". El error
político tiene su origen en un nadar y guardar la ropa en el tema europeo.
A los
partidos les interesa presentarse como "mediadores" con Europa más
que como parte de una "Europa" plena. Es un error pensar que son los políticos
quienes tienen que crear o definir la identidad de los europeos. Somos nosotros los que
debemos crearla cada día marcando nuestras acciones con el espíritu de lo que
consideremos que es Europa, como idea e ideal. Europa no "es"; se
hace con nuestras palabras, con nuestros movimientos y reconocimientos, de la
misma manera el "antieuropeísmo" se hace con los de Le Pen, Wilders,
los de Amanecer Dorado o la Liga Norte.
En el
fondo, uno es "europeo" porque puede meter en su vida a Proust,
Kafka, Joyce, Cervantes, Rabelais, Shakespeare, Dante, Chopin, Mozart, Beethoven, Descartes, Kant, Camus, Unamuno, Pavese, Svevo, García
Lorca, Pessoa, Nietzsche, Picasso, Renoir, Dickens, Ibsen, Mann, etc. no como elementos extraños o exóticos, sino con la naturalidad que
dan las raíces culturales comunes por encima de las diferencias nacionalistas. Todos son diferentes, pero es sus diferencias o a través de ellas, nos hemos formado culturalmente los europeos. Europa no es una esencia; es una tensión. Las
naciones se enfrentan en los campos de batalla pero se unen con las horas de
lectura, en las salas de los museos o en las de conciertos. Hay momentos de la Historia
en que se pone el foco en la diferencia, en otros son las causas y obras
comunes lo que debe se debe llevar a primer término. El que por encima de siglos de guerras exista una cultura que podamos
considerar propia es un síntoma no de esencialismo
europeo, sino de voluntad constructivista, de cosmopolitismo previo al nacionalismo decimonónico, que nos sigue contando la Historia desde su punto de vista. El propio Renan
lo señaló: lo más importante para una nación es la voluntad de serlo.
Mientras
Le Pen juega con la carga emocional y los sentimientos de la idea de
"nación", a nuestros políticos solo se les ocurren las "ventajas
del mercado", algo que supone un problema cuando el mercado no funciona
como debiera por las crisis propias o ajenas.
Pero
"Europa" no es el "mercado", con sus alzas y bajas, sino mucho
más; algo que está todavía por definir rastreando en nuestra historia y, sobre
todo, en nuestro deseo de futuro. Europa existe porque usted se siente europeo, no al revés. Se puede ser europeo de muchas formas, como se puede
ser francés de forma muy diferente a como le gustaría a Marine Le Pen. Ella es
francesa a su manera; los demás a la suya. Ella canta La marsellesa, pero también la cantó Jean Renoir con ideales muy distintos a través del cine, por ejemplo.
Tampoco es bueno —porque lo
aprovecharán— definir Europa como "antinacionalista", como "anti
Le Pen"; se deben buscar argumentos mejores que caer en el mismo truco
movilizador sentimental, el "frentista". En la Francia abstencionista se pide el voto para
"frenar a Le Pen". Y ella está muy contenta porque la convierte en la gran rival, en la que se enfrenta al sistema, una nueva Juan de Arco, que es el papel que le va al pelo y bajo cuyo monumento da discursos encendidos prometiendo salvación y santidad, pureza y firmeza.
Es con la abstención, con el desinterés por Europa, como Europa se muere. Europa
es, sobre todo, tarea por hacer, historia por recorrer con otros ojos.
*
"'Lo de Melilla se soluciona quitándoles la sanidad, la escolarización y
las ayudas sociales'" El Mundo 25/03/2014
http://www.elmundo.es/internacional/2014/03/25/5331f11d268e3e7b688b457d.html?a=6b9efc0f2cd25afda1f25286b11f9a60&t=1395819112
**
"¿Con qué aliados cuenta Rusia?" BBC Mundo 26/03/2014
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/03/140325_ucrania_rusia_crimea_aliados_nc.shtml
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.