Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
resultados de las elecciones municipales que se están celebrando hoy en Turquía
y Francia tienen carácter ambas de plebiscito más allá de las alcaldías. Parece
un signo de estos tiempos electorales sacarle interpretaciones a los votos más
allá de los resultados reales. En Francia las elecciones se ven como un
referéndum sobre François Hollande y en Turquía sobre Recep Tayyip Erdogan, si
bien por motivos muy distintos. Al presidente francés se le acusa de no haber
cumplido sus promesas electorales y no haber cambiado el rumbo acoplándose a
las circunstancias, mientras que la acusación contra Erdogan va mucho más allá
y abarcan desde escándalos de corrupción de sus ministros y acusaciones contra
él mismo, las depuraciones políticas de Policía y Judicatura, la promulgación
de leyes contra las libertades como el "cierre" de Twitter y YouTube,
declarado ilegal por los propios jueces turcos. A Hollande se le puede acusar
de equivocarse, pero lo de Erdogan va mucho más allá.
Lo más
preocupante del resultado de las elecciones municipales francesas es que el
castigo a la izquierda dé alas a la extrema derecha del Frente Nacional y vaya
introduciéndose en distintos ámbitos desde los que ir ampliando su influencia.
Hasta el momento, los partidos "republicanos" estaban de acuerdo en
que el Frente era un mal ante el que había que tomar medidas. Esta vez la
derecha francesa prefiere un claro descalabro de los socialistas para avanzar
aunque esto signifique una ventaja para los nacionalistas franceses. La jugada
es arriesgada, sobre todo por la proximidad de unas elecciones europeas en las
que el crecimiento nacionalista en diversos países puede plantear serias
dificultades al proyecto europeo, objetivo al que se dirigen todas las miradas.
El Frente Nacional tiene tanto interés en hacerse con los municipios que le
puedan caer como en boicotear las instituciones europeas. Son las dos caras
complementarias de su programa. Usará ambas como forma de captación creciente
de votos. Si Europa no es capaz de avanzar como proyecto, los nacionalistas
irán avanzando y tomando posiciones. Su estrategia, como la de otros, es
eliminar el bipartidismo y alcanzar la fuerza suficiente como para que se le
requiera en la "gran batalla", la de los grupos mayoritarios.
Las
declaraciones que comentamos el otro día de Marine Le Pen eran, dentro de su
retórica, muy claras en un punto: derecha
o izquierda les da igual, se aliarán
con aquellos que defiendan la idea de "nación". Eso significa que el
"Frente Nacional" es realmente, por si había dudas, un frente
"antieuropeo". Debería ser un aviso para los "europeístas",
una advertencia de que el proyecto europeo requiere de una implicación más
activa frente a lo que se está movilizando por distintos países. Que los
nacionalistas busquen una "alianza europea antieuropeísta" no debería
verse como una paradoja, sino como un ejemplo de que el enemigo contra el que
luchan está más definido y accesible para desacreditarlo, la difuminada "Europa". Mientras Marine Le Pen se rodea de himno, bandera y da mítines bajo la estatua de Juan de Arco, los partidarios de Europa son entes difusos. A los "nacionalistas" les resulta fácil hacer una caricatura de Europa en la que centran el origen de todos los problemas. A los europeístas, en cambio, les resulta extraño enfrentarse a la retórica emocional nacionalista; solo se enfrentan a ella cuando les supone un problema electoral. Y esto tiene un coste.
Las
elecciones municipales en Turquía tienen también una gran trascendencia.
Turquía es un claro ejemplo de conflicto entre dos mundos en una misma
superficie. Una democracia puede funcionar bien cuando lo que se pone sobre el
tablero son decisiones que, aunque nos parezcan muy diferentes, mantienen una
estabilidad general, la del sistema. En Turquía no se enfrentan los partidos
sino dos formas diferentes de concebirse como sociedad. Cada una de esas
visiones afecta a la otra parte, pues la incluye.
Las
posibilidades de erosión de la figura de Erdogan y de su partido tienen un
límite: el islamismo. Haga lo que Erdogan haga, siempre podrá apelar a algo que
le trasciende y con lo que motivar a los electores, el elemento religioso. Las
tácticas islamistas, una vez que obtienen el poder, implican la transformación
social para convertir su base electoral en base social. Esto implica que el islamismo se extiende como
"normalidad" desde las instituciones del estado modelando las
costumbres y las mentes. El "islamismo" no es un partido político
compitiendo por la alternancia en el poder; es más que eso. Es una estrategia
para llevar a la sociedad hacia un punto determinado, el de la fusión del
estado con la religión, que es de donde emanan las leyes. En un estado islámico
la religión no se convierte en algo privado
sino que se extiende para cubrir lo público
y regirlo.
Desde
el punto de vista político, la erosión de Erdogan tiene el límite de la
islamización social. Los que vean que el avance de sus oponentes implica una
pérdida de influencia islamista, seguirán votando a Erdogan pues lo verán como
una cuestión religiosa y no estrictamente política. En el pensamiento islámico,
lo político no es algo aparte, sino que está supeditado a lo religioso. Por eso
Erdogan puede hablar de conspiraciones,
porque siempre se presentan como un objetivo al que las fuerzas del mal tratan de derribar. Son los enemigos los que
garantizan lo correcto de sus
acciones. Si son atacados, es el razonamiento, es que lo hacen bien. El interés de los gobiernos autoritarios en
mostrarse como víctimas de una conspiración es siempre el mismo, la garantía de
su verdad. Este planteamiento paranoico
suele surtir efecto en unos electorados polarizados a los que se les convence
de que con su voto está manteniendo el
mandato divino. El islamismo funciona
siempre de la misma manera, de Egipto a Turquía.
La
preocupación que manifiestan muchos ciudadanos turcos es la misma: ¿qué
ocurrirá si Erdogan, tras sus actuaciones autoritarias, sale de nuevo reforzado
de las elecciones municipales? Hacen bien los ciudadanos turcos en temer lo que
pueda ocurrir tras las elecciones municipales. La fragmentación de la oposición
turca favorece a los que se agrupan bajo la bandera religiosa islamista. Los
habrá que aplaudirán su autoritarismo pues lo percibirán como una forma piadosa de enfrentarse a las fuerzas
oscuras del ateísmo.
Nos
dicen que la popularidad del presidente Hollande es la más baja registrada
desde el comienzo de la V República, en 1958. La expectativas sobre Hollande —que
iba a cambiar el rumbo de Europa— se fueron diluyendo y el país dejó de tomarlo
en serio. Él tampoco ayudó mucho. Si el beneficiario de su hundimiento resulta
ser el Frente Nacional, Hollande habrá hecho un flaco favor a Francia y a
Europa, más allá del fracaso de sus políticas. Tampoco lo habrá hecho la
derecha francesa, que prefiere la revancha sobre Hollande antes que limitar el
avance de Marine Le Pen y sus correligionarios. La derecha francesa piensa que
siempre podrá frenar el avance de su competencia directa, el Frente,
sustrayéndole partes de su discurso nacionalista
o social, tremendo error que se acabará
pagando caro.
Las
urnas están abiertas en Francia y Turquía. Los resultados de ambas elecciones serán
importantes para ellos y, en este mundo interconectado, para los demás. Lo que
ocurra en Europa nos afectará siempre, de una forma u otra, en especial si una
parte de los que se presentan lo hacen con un programa "antieuropeo",
con el objetivo de desmontar la Unión. Y lo que ocurra en las puertas de Europa
también, pues Turquía es una pieza importante en una zona cada vez más
complicada desde que Rusia abrió nuevos conflictos a los ya existentes, no
menos complicados.
Veremos
los resultados en una horas; sus consecuencias, en mucho tiempo.
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