Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Se
llamaba Mayada Ashraf, tenía 22 años y era periodista. Esta muerta. Tenía los
mismos años que los alumnos a los que doy clase cada día. Ayer me encontré a
una antigua alumna a punto de terminar la carrea en unos meses y le pregunté
qué tal le iba. Me dijo que salía de una clase sobre "agencias de
prensa" y que estaba recuperándose del impacto que le había causado.
Quería que aquello fuera su vida. Hablamos sobre el futuro, lo complicado que
estaba. Le dije que el futuro empieza cada día, que no se cegara, que aunque se
encontrara con algo muy distinto fuera, mantuviera los ideales de lo que le
gustaría hacer vivos. Me acordé de ella, de lo que hablamos, cuando vi la
muerte de la joven periodista egipcia. Quizá porque tenían la misma edad y
probablemente el mismo sueño.
Me
enteré de la noticia de la muerte de Mayada Ashraf, periodista de Al-Dostour (La constitución), un periódico
independiente egipcio, mientras estaba todavía en la calle, a través de la
tableta, hace un par de horas. Cuando he llegado a casa, vi la noticia en
AhramOnline y después fui a su periódico, Al-Dostour.
Cuatro fotos rotando nos muestran un resumen sin piedad de una vida de 22 años
y una vocación. La primera nos muestra a Mayada Ashraf con su máquina digital
en la mano, sonriendo; la segunda su cabeza en una charco de sangre; la
tercera, su cara hinchada y la última una mujer rezando junto a unas flores que
cubren el cadáver. Sus compañeros no han querido sustraer a sus lectores el
destino de Mayada. la brutalidad profunda de su muerte, un caído más en la
irracionalidad que está convirtiendo las calles en un caos de destrucción y
muerte.
No sé
cuántos artículos pudo escribir Mayada Ashraf en su vida; no sé si, en su
juventud, le dio tiempo a poder contar mucho de lo que veía a su alrededor. Ella
tenía dieciocho o diecinueve años cuando los jóvenes egipcios se lanzaron a la
calle a reclamar un futuro, desesperados por la desidia de un régimen anestesiado
por su propia degeneración. Es probable que ella también saliera a la calle a
reclamar su derecho a un futuro y eligió un camino: el periodismo.
Con los
años, el periodismo se puede convertir en una profesión cínica y desengañada.
Pero a la edad de Mayada es una fascinante tarea, llena de entusiasmo y
dedicación, de sacrificio y entrega. Es el deseo de contar lo que ocurre, como
en este caso, desde el lugar mismo de los acontecimientos. Y puede volverse una
trampa mortal, como lo ha sido ahora. Una bala acabó con esos sueños. A veces
los sueños de los periodistas se mueren poco a poco, encanecen perdiendo la
alegría; es el hartazgo de ver un mundo que no aprende. Pero aquí los sueños
han muerto cuando apenas estaban despertando. No ha habido tiempo para la
desilusión, que queda para los vivos.
No es
fácil ser periodista en muchos lugares del mundo. Y el verdadero periodismo en
casi ninguno. En Egipto es más complicado cada día. Unos matan las palabras y
otros a los mensajeros. Lo que no te quita la censura, te lo quita un disparo.
Hace mucho que la prensa egipcia se ha llenado de "visionarios" que
recelan de los que dicen honestamente lo que ven. Unos son conspiradores, otros
están vendidos. Muchos serían felices con verdades por decreto, sin
discrepancias. Hay también, afortunadamente, voces valientes que saben que el
único camino es el de la honestidad que saca la verdad modesta de las cosas. El
periodismo no necesita de grandes verdades; solo hablar de lo que ve, decir lo
que se piensa. Y allí donde más falta hace el sacrificio es mayor y se vuelve
un bien escaso.
Morir
en una situación absurda, como le ha pasado a Mayada Ashraf, no sirve de mucho.
Ni a ella, ni a nosotros, ni a su familia, que la recordará siempre. Ella
formará parte, aunque no llegue nunca a saberlo, de la larga cadena de
periodistas muertos para intentar explicar al mundo lo que el mundo no quiere
entender. Pero esa era la profesión que había elegido, la que le deparó la
felicidad de poder escribir, de contar la locura que la rodea.
Tengo
una gran admiración por algunas periodistas egipcias que tienen el valor de
decir muchas cosas sensatas en un mundo insensato. Mayada Ashraf se ha quedado
en el camino, pero la tendré en esa misma consideración. Descanse en paz.
¡Cuidaos!
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