Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
cosmética ya no vale. Los diarios abren estos días con las desastrosamente
bajas puntuaciones de los "líderes" políticos. Habrá que empezar a
buscar otra palabra que los defina mejor; "líderes" suena a sarcasmo.
Y se lo han ganado a pulso por motivos diversos, pero en el fondo los mismos.
Se les han acabado los argumentos. Ya no se cree, básicamente, en la clase política
y se la percibe más como una casta privilegiada que ha practicado una forma de
hacer política poco productiva para el país y muy productiva para ellos. Hablo
de "percepción", de lo que la gente dice tomando un café, del
"justos por pecadores", del "lugar común". Hemos perdido "ideología"´—contrato con compromiso de permanencia— y se ha ganado en "radicalismo"
unos y en "apatía" otros. Es la respuesta al único sentimiento que
une a todos, el descontento, el partido mayoritario.
La
encuesta del CIS deja a los partidos grandes a los pies de los caballos en
cuanto a liderazgo. La gente no cree ya en ellos. Las estrategias de unos y
otros chocan contra el descontento ciudadano que ve que sus problemas no se
solucionan, que se acrecientan. Lo de "estar en el buen camino" se ha
escuchado demasiadas veces y la gente pide "presente", no un "futuro
distante", una zanahoria frente a la nariz. Quieren llegar a final de mes,
de este mes; pagar sus hipotecas, la letra del coche, lo que sea.
Mientras
la oposición inicia una batalla por administrar su propio desastre y ver quién
lucirá en los carteles en las próximas elecciones, el gobierno intenta hacer
comprender que el crecimiento del paro es el camino hacia la creación de empleo,
que primero te prenden fuego y luego resucitas como ave Fénix. ¿No nos podríamos ahorrar el primer paso?,
piensa la gente; por si acaso. No lo
tienen fácil ninguno de ellos. Nadie lo tiene fácil. Solo los demagogos, para
los que el terreno está abonado.
Los
políticos europeos están descubriendo algo: que no tienen en sus manos tantas
armas como pensaban. A la Europa de las ventajas,
le sigue ahora la contrapartida de las limitaciones,
la pérdida de armas tradicionales para combatir las crisis económicas que sin
solidaridad son difíciles de atajar. Pero su retórica no ha cambiado, no se han
adaptado a las nuevas situaciones porque Europa es solo un fondo sobre el que
se recortan las siluetas de los países. Los problemas de cada uno están aquí,
pero muchas soluciones las tienen que aprobar todos y ahí ya no hay acuerdo
porque los intereses son divergentes.
La
crisis de liderazgo consume a todos —España, Italia, Francia...—, erosionando
la imagen y hundiendo en el descrédito a los dirigentes. En Francia, el diario Le Monde habla de que François Hollande
está "en chute libre dans les sondages". En la portada de su edición
digital una manifestante enmascarada, con la boca cruzada por una cinta
adhesiva roja, muestra una pancarta: "François, écoute ton peuple". ¿Y
sus promesas? François Fressoz titula la penúltima entrada de su blog en el
diario: "François Hollande : la résilience pour seule arme".
La
"resiliencia" es la capacidad psicológica de resistir en la
adversidad, de sobreponerse al dolor. Esta "resiliencia" parece ser
la "virtud" que los líderes necesitan en tiempos de zozobra como los
que vivimos. Aguantar. ¿Y nosotros? Pero lo preocupante realmente es la sensación de
impotencia que los políticos transmiten por encima de sus credos. ¿Son
simplemente "ineficaces"?, nos preguntamos todos. ¿O hay algo más? Sería trágico descubrir que el diseño de
Europa imposibilita cierto tipo de medidas a los gobiernos. ¿Y si Europa no quiere? ¿Quién es "Europa"?
El luxemburgués Jean Claude Juncker acaba de señalar que es
inaceptable la actitud del "norte" de Europa respecto al "sur". Lo ha dicho en Portugal, mientras le hacían Doctor Honoris Causa, no en Alemania. Un poco tarde,
quizá, para decirlo, pero siempre viene bien que alguien lo diga.
Lo que
parece evidente es que además de cambiar los políticos debe cambiar la
política. Y eso es bastante más difícil. No parecen suficiente los cambios de caras con los que los partidos
pretenden sobrevivir a sus desastres, porque tras esas caras nuevas se esconde
lo mismo: personas que han pasado su corta vida a la sombra del partido y de
los dirigentes. Tienen mucho que demostrar. En Francia, los lectores de Le
Monde se burlaban de las pretensiones de Jean François Copé al reclamar "un
nuevo 1958", es decir, la refundación de la V República, con la que se
enfrentaron a la inestabilidad gubernamental de entonces y a la crisis
argelina. Descrédito de la derecha y de la izquierda francesas. También. El desplome de
la confianza en Hollande está, como decían, en caída libre en solo un año de
gobierno. La euforia de su elección, de la creación de un frente europeo para frenar a Alemania se ha quedado en la fuga de
Depardieu, que se ha hecho ruso.
La
pérdida de soberanía limita las posibilidades de reacción de los gobiernos, que
quedan supeditados a las aprobaciones comunes, con lo que los debates
ideológicos quedan relativamente en segundo plano, como estamos comprobando por
las inútiles alianzas entre países para frenar la única ideología vigente en Europa:
el "merkelismo". El resto es
aguantarlo. Los titulares de hoy nos confirman el liderazgo incontestable de Merkel
en Alemania. Los alemanes se sienten seguros con ella. Tiene controlada a
Europa. ¿Está loco George Soros cuando dice que Alemania debería salir del euro?
Las
promesas quedan bien en las campañas nacionales, pero luego los límites de lo
posible son otros. Los países intervenidos en mayor o menor medida dejan de
hacer lo que quieren —que cada vez es menos— y hacen lo que les dicen —que cada
vez es más—. Francia no está intervenida pero también ha chocado con el muro
alemán, que no son los alemanes sino los intereses de sus bancos y grandes industrias,
convertidos en café para todos. La
última vez que nuestros partidos mayoritarios se pusieron de acuerdo en algo
fue para cumplir la exigencia de Merkel: fijar el techo de déficit en la Constitución.
Los
políticos suspenden todos en la encuesta del CIS, con los líderes mayoritarios
en descrédito absoluto —incluso entre sus propios votantes—, no dan la talla
evidentemente ante los ojos de los ciudadanos. O si la dan, como dijo una vez Alfredo
Pérez Rubalcaba, es que no lo saben comunicar. Quizá los sordos somos nosotros.
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