Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
artículo de la británica Lucy Kellaway en Expansión,
titulado "Las empresas pagan más a los calvos y a las rubias"*,
destila humor e ironía sobre la llamada "economía biológica", un nuevo
"campo académico" que se dedica a establecer correlaciones entre características
físicas y cosas como, por ejemplo, el sueldo de los directivos. Todo el mundo
parece estar muy preocupado por este tipo de trivialidades causales en las que
los grandes números contradicen el sentido común. No me refiero al sueldo,
claro, que no sería lógico considerar "trivial", sino a las
conexiones que se establecen con elementos que aparentemente no tienen nada que
ver.
Si
realizáramos un estudio cuyas conclusiones fueran que los "pívots" de
la NBA mejor pagados son los más altos, encontraríamos cierta lógica porque la
altura, en este caso, es un elemento relevante para la función que realizan.
¿Pero qué tiene que ver la altura, el color del pelo o si son calvo? Señala
Lucy Kellaway refiriéndose a este la proliferación de este tipo de estudios:
Cuantos más leo, más me inquieta la
conclusión a la que todos señalan: los altos, los poderosos, los guapos y los
que poseen una voz grave cosechan resultados bastante buenos. Los bajos,
gordos, débiles y con voz chillona triunfan menos.
Los estudios más conocidos hacen referencia a
la altura. Un sondeo de 2005 revelaba que los consejeros delegados de la lista Fortune 500 eran de media 6,3 cm más
altos que la media de EEUU. La mayoría de los CEO son muy conscientes de esta
ventaja. Cuando USA Today preguntó
recientemente si preferirían ser 5 cm más altos o tener pelo, casi todos se
decantaron por la altura. Ser calvo no reduce las posibilidades de éxito de un
hombre, sino que parece aumentarlas. Según un estudio de la escuela de negocios
Wharton, a los ojos de otros hombres, los calvos tienen un aspecto más
dominante. También se tiene la imagen de que son más altos y fuertes que
aquellos cuyas cabezas están cubiertas por una gruesa mata de pelo.*
Lucy Kellaway |
El gran
descubrimiento que estos estudios aportan no es que el ser calvo —como Steve Jobs o Jeff Bezos— permita tener
un mejor sueldo, no. El gran descubrimiento es la trivialidad del mundillo de los
directivos, que deja de ponderar otras cosas más importantes, centrándose en lo externo. Si son esas características las que mueven este mundillo, se explica uno el lamentable estado
de nuestra economía y empresas. Uno no es más inteligente por ser calvo, sin duda, digan lo que digan los números, especialmente si uno se afeita la cabeza para parecerlo.
Pero
hay un segundo descubrimiento, el del "siguiente escalón". No se
trata en este caso de los "directivos bien pagados" sino de los "economistas
bien pagados" por hacer este tipo de estudios, con lo que llegamos a la
sorpresa inicial mostrada por Lucy Kellaway: su proliferación. Proliferan,
sencillamente, porque a los que son "altos, calvos y bien pagados"
les gusta escucharlo y leerlo. Les ofrece motivos de satisfacción y eso hace
que además se ser atractivos los calvos, también lo sean los estudios que
hablan de ellos. Hay también otra conclusión además de la del "siguiente
escalón" que es la de la "maniobra de distracción". El que haya
economistas que se dediquen a "esto" y no a lo que realmente debería
ser su campo es por dos motivos: el primero es que hay demasiados economistas y
el segundo que la gente ya no confía en ellos a la vista de los resultados
catastróficos apara la mayoría de los mortales, los que no son directivos.
La
inflación de los economistas es un hecho. Desde que todo ha pasado a ser mirado
por el "filtro de la eficiencia", revisado por analistas económicos,
etc., hay que recolocarlos en nuevos campos que les permitan sobrevivir. Para
ello amplían sus estudios a cosas como la "neuroeconomía" o la
"economía biológica" que son muestras claras del estancamiento de la
Economía cuando más falta hace. Si pensamos que el desarrollo del
"liderazgo" (otro campo emergente) se basa en generalidades simples y
en aspectos como la barba, las calvas o la altura, nos damos cuenta de lo poco "sólido" de este mundo. También nos informa de otras dos cosas: lo mimético del
campo de los ejecutivos —algo que también se puede observar en el color de las
corbatas por temporadas— y del gusto por la distinción del resto. Según esto, a los directivos
les gusta parecerse entre ellos pero diferenciarse del resto de los mortales, los
que cobran menos que ellos. Es algo que se puede observar en la puerta de
cualquier edificio comercial.
En lo que respecta a las mujeres, los
economistas biológicos han perfeccionado su definición de lo que se entiende
por belleza y, por desgracia para las morenas, conlleva ser rubia. Un estudio
de la Universidad de Queensland concluyó que las rubias ganan de media un 7%
más que el resto.
No
especifican los estudios si las "rubias" han de ser naturales o "de
bote", como se decía antes; tampoco si las mechas implican sueldos
fluctuantes o tienen alguna franja específica entre las naturales y las
morenas. Pienso en el caso de Rebecca Brooks, la mano derecha de Rupert Murdoch
y en su amplia melena pelirroja. ¿Estuvo ahí el origen de su caída? ¿Era una
buena combinación, según la economía biológica, la de un calvo y una pelirroja?
No sé y Lucy Kellaway no dice nada al respecto. La articulista sí da, en
cambio, información sobre otras formas de la naturaleza:
Y con relación a los gordos, sus resultados
son especialmente malos. Hay una pequeña ecuación de la Universidad de Nueva
York que relaciona el peso con el dinero que se deja de ganar. Un aumento de la
masa corporal del 1% aparentemente equivale a una caída de los ingresos del
0,6%.
No
dicen los estudios si esa pérdida salarial se compensa, por ejemplo, por el
ahorro en gimnasios, "personal trainers", saunas, raquetas y pistas
de pádel, comida macrobiótica, bebidas isotónicas, etc. que suelen ser la causa
de esa delgadez, cuando no lo es la tensión en la que viven. No ganan más los que estén delgados, es que llevando esa vida de tensión, las personas que tengan los problemas asociados con la obesidad duran poco. Estar en forma es una necesidad, sí, de superviviencia. Por eso visitan gimnasios, además de para hacer y cultivar amistades, capítulo importante de su actividad. Hay que tener cuidado con los efectos y las causas, con no confundirlos.
Los economistas
—incluso los no biológicos— saben la importancia de la "buena imagen"
por la transmisión de normalidad o de confianza no ya a los mercados sino a los compañeros de mesa. Son los signos externos los
primeros —a veces los únicos— que se ven. Podrían decir —puede que lo hagan—
que los directivos que se muerden las uñas ganan un 3% menos que el resto.
Tendría su sentido porque un directivo "nervioso" no es buena señal,
es decir, no transmite confianza ni credibilidad. Lo mismo se puede decir de
las ojeras, un tic o del pulso tembloroso.
Lo que
sí se puede decir, sin lugar a dudas, es que el estudio es demasiado
"occidental". No sabemos si estos criterios funcionan en la economía
china o en los países islámicos, en los, por ejemplo, que las barbas son
importantes. La presencia de mujeres directivas en estos casos es también muy
reducida, además de no haber "rubias". ¿Estamos ante un caso de "economía
biológica" matizada por la "cultura"? Lo que parece evidente es
que quienes realizan, cobran, financian y leen este tipo de cosas son de por
aquí.
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