Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Todavía
sobrecogido, destrozado, por la noticia del secuestro del mono de Justin Bieber
por parte de la potencia hegemónica Alemania, —¡Angela,
devuélvele el mono!—, leo con estupefacción gracias a ese automatismo editor
llamado "¡otras noticias que te pueden interesar...!" con que el
diario ABC nos anima a la lectura, el siguiente titular: "El antidepresivo
que provocaba orgasmos al bostezar"*. Debo confesar que me temo lo peor.
Me veo una España, ¡qué digo!, Europa entera entre gemidos, escuchando
discursos políticos, reuniones en Bruselas, en Ferraz, en Génova, etc. y
experimentando sacudidas, no de ira, sino espasmos amorosos de origen incierto.
¿Qué me pasa?
En un
círculo infernal, diabólico, me deprimo (motivos de sobra), me tomo el
antidepresivo (a ver si no lo quitan de la Seguridad Social), bostezo (porque
todo me viene al pairo), y ¡zas...! Que
haya medicamentos cuyos efectos secundarios sean los orgasmos, lo puedo
entender. Pero me choca el proceso explicativo en su conjunto. Dicen en ABC:
"Extrañados por este inusual fenómeno que, además, afectaba a personas de
ambos sexos, varios científicos estudiaron los diferentes casos."* ¡Cuántos
secretos se esconden tras ese "además" en este "inusual
fenómeno"! ¡Qué riesgo para el gasto farmacéutico!
Pero no
corran a las farmacias. Cuando leo el segundo párrafo, el diario ABC nos cuenta
que esto venía reproducido en un "artículo publicado en una revista
científica en 1995 y que recoge Ian Crofton en el libro «Historia de la ciencia
sin los trozos aburridos»"*. Pero, agárrense —se supone que uno lee las noticias
del día— cita como fuente un enlace en algo llamado "Xataka Ciencia (La
ciencia de forma sencilla)", una publicación digital del 11 de abril de
2013 (hace más de un mes) en el que se dice lo siguiente:
Estos días se estrena en España una película
sobre un fármaco antidepresivo que tiene unos efectos secundarios nada
agradables, precisamente bajo el título de Efectos
secundarios. Viéndola, sin embargo, me acordé de un antidepresivo que
apareció en 1981 cuyos efectos secundarios, por el contrario, eran mucho más
agradables. Quizá demasiado.
Y es que muchas de las personas que lo
tomaban experimentaban orgasmos incontrolables cuando bostezaban.
Dichos efectos fueron informados por tres
psiquiatras del Hospital Regional de Saint John, en New Brunswick, en el Canadian Journal of Psychiatry, tal y
como explica Ian Crofton en Historia de
la ciencia sin los trozos aburridos.**
Lo de
la fecha de 1995 no aparece por ningún lado, pero quizá les pareció demasiado
rancia la noticia de 1981 y decidieron quitarle unos cuantos años para que se
justificara la información más allá del recuerdo que un señor ha recuperado con
motivo de una película que se estrenó ese fin de semana. No es otro el caso. ¿A
cuento de qué trae esto ahora el periódico?
Yo les
estoy contando algo que ABC contó hace una semana, que ya había contado en un
blog un señor, que se acordó que había leído un libro de otro señor, que lo
leyó en un diario canadiense que publicó algo que había ocurrido en 1981.
¡Noticias frescas! ¿Y quieren que la gente compre periódicos para enterarse de
lo que ocurre cada día?
—¡No nos hemos olvidado, Angela; devuélvele el mono a
Justin!
Pero
picado por la curiosidad de qué se esconde tras un título como el de Crofton, Historia de la ciencia sin los trozos
aburridos, decido avanzar en el artículo de "Xatakaciencia", lo
de los orgasmos pero sin trozos aburridos:
Cada vez que bostezaban, dijeron dichos
pacientes, tenían un orgasmo. Una mujer “admitió tímidamente que esperaba
seguir tomando el medicamento con un tratamiento a largo plazo”, mientras que
un hombre se vio obligado a llevar permanentemente un condón, en caso de que en
el autobús encontrara a un pelmazo que lo hiciera bostezar. Una mujer de edad
mediana que fue hospitalizada solicitó que se le quitara la medicación, porque
en el ambiente hospitalario no había manera satisfactoria de resolver sus
“ansias sexuales irresistibles”. Un cuarto paciente, un hombre casado, informó
de una experiencia bastante distinta del medicamento: cada vez que bostezaba
“experimentaba una sensación tan intensa de agotamiento y debilidad que tenía
que tenderse durante diez a quince minutos."
¡Asombroso!
¡Hay que ver cómo gana la Ciencia sin todas esas tonterías que le ponen! Con
casos como estos, no hay fracaso escolar, no hay sociedad que se resista al
avance de la Ilustración. Tienen razón los editores: si además de quitarles el
IVA, les quitan a los libros trozos aburridos que les sobran, se vendería un
montón, se apasionarían muchos más con las lecturas y seríamos todos como el
Doncel de Sigüenza, tumbados y con un libro en las manos.
—¡Te la estás jugando, Angela! El mono,¡ ya!
Ahora
que, gracias a la difusión de la Ciencia sin trozos aburridos, todos estamos
más cerca de la verdad, sospechamos que Angela Merkel puede querer quedarse con
el mono para experimentos científicos y mantener la vanguardia investigadora de
su país. Por eso el ministro alemán Peter Altmaier ha ido a visitar al mono, a hacerse
fotos con la celebridad retenida —¡los políticos siempre chupando cámara!— y
ver las posibilidades de futuro. Y en Alemania el futuro es otra cosa.
No contentos con explotar al pulpo Paul, ahora le toca el turno al mono de Justin. Preveo más disturbios juveniles; es demasiada provocación.
No contentos con explotar al pulpo Paul, ahora le toca el turno al mono de Justin. Preveo más disturbios juveniles; es demasiada provocación.
Alemania,
¿cuándo pararás?
*
"El antidepresivo que provocaba orgasmos al bostezar" ABC 16/05/2013
http://cordoba-origin.abc.es/tecnologia/redes/20130516/abci-antidepresivo-orgasmos-bostezar-201305152330.html?utm_source=abc.es&utm_medium=modulo-sugerido&utm_content=noticia-AB&utm_campaign=outbrain=obinsite
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