Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
sociólogo Ulrich Beck firma en el diario El
País una reflexión —bajo el título "De la apatía a la transformación"*—
en el que se hace eco de una afirmación de Le
Point equiparando 2013 con 1789, la fecha de la Revolución Francesa. «Vivimos en “tiempos revolucionarios”, aunque sin revolución y sin
sujeto revolucionario. Aquello que en otro momento se llamó con la mejor
conciencia “revolución” ha entrado a formar parte del estado de cosas, por así
decirlo»*, escribe Beck. Parte de nuestros problemas, nos viene a decir,
provienen de la falta de percepción de las nuevas situaciones, del agotamiento
histórico y conceptual del modelo vigente. «El prefijo “pos” es la palabra clave de
nuestra época: posmodernidad, posdemocracia, constelación posnacional. “Pos” es
el bastón de ciego de los intelectuales: la pequeña palabra para el gran
desconcierto que lo preside todo. »*
Se centra Beck en el corsé que suponen las viejas
ideas, que actúan como freno, frente a las nuevas situaciones. Su análisis
comienza en Francia, como estado-nación, y termina con la totalidad de Europa,
tratando de provocar debates que nos saquen de los encierros en los que nuestra
propia Historia nos ha situado. «Si la suma de los riesgos globales conmociona
un país, se abren tres posibilidades de reacción: retirada, apatía o
transformación.»* Tras analizar las dos primeras opciones, que serían formas
inadecuadas de respuesta, Beck se decanta por la necesidad de la transformación
de los modelos existentes.
La
clave de la tercera respuesta, la transformación, hay que encontrarla en el
futuro de Europa, y no en la tentación de buscar refugio en los grandiosos y
turbulentos pasados nacionales. Necesitamos un debate de ámbito europeo sobre
cuestiones como estas: ¿Cuál es el sentido y el objetivo de la UE? ¿Puede
decirse siquiera que la UE tenga algún sentido? ¿Por qué Europa? ¿Por qué no el
mundo entero? ¿Por qué no han de lograrlo en solitario Francia o Alemania,
Italia, España, Grecia, etcétera?*
Por más
que se planteen sobre el papel, las preguntas de Beck no son sencillas para los
ciudadanos europeos. Las cuatro razones que propone —frente al euroescepticismo
nacionalista— son la transformación de los enemigos en vecinos (aunque sean
"malos vecinos"); que Europa, dice, es una "póliza de seguros"
para no caer en la "insignificancia" en un mundo global; la importancia
de la respuesta común a los riesgos globales; y, finalmente, la posibilidad de
construir un "estado-nación" distinto, cosmopolita, una forma de
entender la nación diferente a la
fórmula del XIX. Estos son sus cuatro desafíos, las cuatro oportunidades,
señala Beck, que los nuevos tiempos ofrecen a Europa para adentrarse en el
futuro.
Es indudable que Europa necesita de una importante revisión conceptual, que hay muchos elementos que deben ser pensados de forma distinta a como lo han sido hasta el momento. El mejor recordatorio de esto son los desajustes y desequilibrios producidos en este tiempo, las fricciones creadas y los silencios ignorados.
El
desafío que Europa tiene por delante, además de los señalados por Ulrich Beck,
que son reales, está en la disolución de los estados-nación sin que se produzca
la creación de una "nación continental". Hasta el momento, la idea de
Europa ha servido para diluir las naciones estado, aumentar los nacionalismos —en algunos incluso la xenofobia y el racismo— en diferentes países (Reino Unido, Grecia, Finlandia...), e intensificar los
nacionalismos secesionistas en diversos estados con más virulencia. Los casos del
aumento de los nacionalismos internos de España, Italia, Bélgica, Reino Unido,
etc. no son casuales. Se corresponden precisamente con el resurgimiento de esa
idea decimonónica, romántica, de un regreso, de un camino hacia
un pasado —aunque sea mítico— en vez de hacia el futuro. No quieren ser "Europa" sin ser antes "estado-nación", la infancia perdida, no quieren rediluirse primero en un "estado que le absorbe" y después en la unión donde se les vuelve a absorber.
Los conflictos europeos —¿o la idea misma de "Europa"?— está
agravando las tensiones vecinales, sí, pero están renovando también las tensiones internas. No se camina armoniosamente hacia el futuro, sino hacia un pasado mal
resuelto. Muchos han visto "Europa" como un aliento hacia la
desintegración —dejar de ser lo que se es para ser lo que no se ha sido— más que para la integración. En ningún otro espacio europeo
podemos entenderlo mejor que aquí, donde hemos pasado del "estado
nación" al "estado marca" o al "estado franquicia". Lo
que se nos ha esfumado es la "nación española", concepto que algunos
consideran de mal gusto y quimérico. No deja de ser interesante que los argumentos
esgrimidos contra el "nacionalismo" sean quedarse fuera del
"euro" y de "Europa".
Europa
se debate hoy entre los estados poderosos que no tienen ningún interés en
diluirse como "Unión Europea" porque les va muy bien así, y los que por
debajo se quieren dividir porque piensan que así les irá mejor. Los problemas
no son solo con los "vecinos", sino también dentro las "familias".
Hoy no solo tenemos "posvecinos", sino también "posfamiliares",
por usar con ironía el símil de Beck. La "nación cosmopolita" no parece muy próxima ni querida por sus presuntos beneficiarios.
Es
necesario que las preguntas de Beck y otras muchas más tengan un debate profundo; ese es su
objetivo, debatir. Pero las respuestas a esas preguntas no son las mismas según los
niveles en los que se realicen. Los argumentos de Beck son racionales mientras
que una parte importantes de los debates sobre las naciones son emocionales.
Eso lo hace todo mucho más complejo. Pero las cosas complejas no tienen porqué ser necesariamente irracionales.
La idea de una "nación cosmopolita", que ha sido defendida desde hace ya tiempo por Beck, es atractiva, pero lo pensamos pocos. La idea europea puede llegar a ser un nuevo romanticismo. En estos momentos la situación es que los vecinos hacen mucho ruido y en casa no nos hablamos.
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