Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En la
magnífica película que recoge la vida de Temple Grandin, la mujer autista que
consiguió llegar a catedrática de veterinaria en los Estados Unidos, cambiando
la visión que se tenía del autismo y de sus posibilidades de romper las
barreras que supone, hay varios momentos en los que se enfrenta a la muerte.
Tocando los cuerpos inertes de los animales sacrificados, pregunta angustiada: «¿Dónde
están? Antes estaban aquí y ya no están.» Los
cuerpos quedan vacíos, sin vida, inánimes. Sea lo que sea, el cuerpo
muerto ya no es el cuerpo vivo.
Recogen los medios los problemas que encuentra el
propietario de la funeraria que se ha hecho cargo de los restos de Tamerlan Tsarnaev,
el autor del atentado de Boston, ante la negativa de los cementerios de la zona
para que sea enterrado allí:
Peter
Stefan, propietario de la funeraria, afirma que recurrirá a la ayuda del
Gobierno si no logra encontrar pronto un lugar de descanso para Tsarnaev. «Todo
el mundo merece un entierro, no importa de quién se trate», dijo Stefan en una
entrevista telefónica el pasado viernes. Stefan asegura que ha sido objeto de
duras críticas por su decisión de aceptar el cuerpo de Tsarnaev, y que está
preparado para las protestas frente a su negocio, la funeraria Graham, Putnam y
Mahoney.*
Stefan defiende algo más que su negocio. Defiende el
derecho a ser enterrado. El no permitir el enterramiento no es una medida de lo
que haya hecho, sino de lo que nosotros somos capaces de hacer. No afecta al
criminal, sino a nosotros mismos, a nuestra propia humanidad. Él no va a ser
peor: nosotros, sí. La respuesta al terrorismo no es la intransigencia.
Denegar el enterramiento es una forma de castigo que
escapa del castigo de la Ley. Ya no es Justicia. Solo las sociedades más crueles
han negado el derecho a ser enterrado. Solo los criminales más desalmados
—muertos sin alma— niegan el derecho al enterramiento. La portada de La Razón de hoy nos muestra una imagen
de la madre de Marta del Castillo, la mujer que lucha junto a su familia para
poder recuperar el cuerpo de su hija asesinada por desalmados que suman al crimen
en sí la tortura que añaden a la
familia negándose a señalar dónde está el cadáver. "El mejor regalo sería
el cadáver de mi hija", titula el diario en su portada, extraña frase en el Día de la Madre, pero que todos comprendemos. Todo el mundo
entiende el dolor de la familia, un dolor que la sociedad ha hecho suyo compartiéndolo. Todos
acompañarán a los restos de Marta del Castillo, todos se alegrarán por su
familia, porque esa tortura infame haya acabado.
No será eso lo que ocurra en el entierro de los restos del que fue autor de un cruel atentado. Pero debe ser enterrado; sin honores, en soledad, pero enterrado. Los ciudadanos que rechazan el entierro de Tamerlan Tsarnaev se deshumanizan e incumplen un pacto ancestral de los vivos con los muertos, con los que ya no están, como decía Temple Grandin. El derecho a ser enterrado no es un derecho individual, sino colectivo, es de todos porque ya no hay individualidad, solo la materialidad del cadáver, volvemos a ser barro, tierra. El entierro no es un acto espiritual, sino profundamente terrenal: polvo al polvo. La espiritualidad está en nosotros, los vivos. Desear el mal más allá de la muerte es irracional y nos pervierte; es venganza.
El propietario de la funeraria ha orientado de forma
clara su defensa del enterramiento:
Stefan
quiere cambiar la mentalidad de los responsables de los cementerios con los que
ha hablado, y que no ha identificado. El dueño de la funeraria que guarda el
cadáver de Tamerlan Tsarnaev se compara con los médicos que lo trataron antes
de su fallecimiento y los abogados que defenderán a su hermano menor, Dzhokhar.
Stefan espera encontrar pronto un lugar para el enterramiento. «Esta situación
se ha alargado demasiado en el tiempo», afirma.*
No es fácil reprimir la ira y el dolor, pero nuestro
sentido de lo justo debe estar por encima de muchas cosas, de los deseos más oscuros. El enterramiento no
afecta a los muertos, sino a los vivos, a sus familias, que son quienes los han
de enterrar. Katherine Russell, la esposa americana de Tamerlan Tsarnaev, se ha
negado a reclamar los restos del que fuera su esposo; no hay mayor ruptura o distanciamiento. Lo
ha hecho la familia, que ahora busca un pedazo de tierra en el que enterrar los
restos.
A la familia de Marta del Castillo se le niega cruelmente
el derecho a enterrar los restos de su hija; a la familia Tsarnaev se le niega
la tierra en donde enterrar los de su hijo. Marta fue una víctima inocente;
Tsarnaev un asesino. Sus vidas son incomparables y las diferencias están claras en cómo los recordamos. Las diferencias entre ambas vidas son claras y están en los que acompañan a las familias. Hoy "todos somos Marta" y nadie es
Tamerlan Tsarnaev.
*
"El cuerpo de Tamerlan Tsarnaev no tiene cementerio donde ser
enterrado" ABC 04/05/2013
http://www.abc.es/internacional/20130504/abci-tamerlan-tsarnaev-cementerios-201305041652.html
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