Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Vivian
Maier fue niñera durante su vida, nos cuenta El Mundo*, pero cultivó una pasión oculta, la fotografía. El
descubrimiento casual de 100.000 negativos y otros materiales gráficos,
películas de Super8, comprado a ciegas en una subasta —donde había llegado por
impago de un local de guardamuebles— por un joven que intentaba escribir sobre
la historia de su barrio, nos muestra la obra de una gran fotógrafa, aclamada
hoy por todo el mundo.
Maier captó
con su cámara miles de momentos que no tenía posibilidad económica de revelar
en su totalidad. Hay cientos de rollos de color y blanco y negro por sacar a la
luz. Nos dicen que murió sola en un apartamento que le pagaban a medias algunos
de los niños que cuidó a lo largo de su vida. Murió en 2009, el día antes de
que Maloof intentara poner en contacto con ella. La casualidad la ha convertido
ahora en una celebridad, admirada y estudiada. En mayo habrá una exposición en
Valladolid, que después seguirá su marcha hasta París y Estocolmo.
John Maloof |
Vivian came here from France in the early
1930's and worked in a sweat shop in New York when she was about 11 or 12. She
was not Jewish but a Catholic, or as they said, an anti-Catholic. She was a
Socialist, a Feminist, a movie critic, and a tell-it-like-it-is type of person.
She learned English by going to theaters, which she loved. She wore a men's jacket,
men's shoes and a large hat most of the time. She was constantly taking
pictures, which she didn't show anyone.**
Vivian Maier podía permanecer oculta tras su exterior, el estereotipo de la "nanny". No quiso compartir con nadie esa pasión por ver, esa percepción del detalle en la exploración del continuo que es el mundo que nos rodea. ¡Cuántas pasiones por la vida se esconden tras los silencios! Y eso es lo que aflora en las imágenes captadas en un mundo que miraba a través de la cámara protectora. La fotografía callejera es la ocasión de callejear, de salir al exterior. Nos dicen en El Mundo «Lo primero que Maier pidió en la casa donde trabajó más de 20 años fue un cuarto propio y una cerradura.»** Ni los niños a los que cuidó supieron de su pasión fotográfica e interpretan que era fruto de la distancia existente entre el servicio doméstico y los empleadores. Pero más bien parece soledad buscada, perímetro de seguridad de una personalidad sensible, artística, escondida, que usa las distancias sociales para protegerse. Su pasión es suya, su propia visión del mundo. La cerradura era la defensa de esa pasión por recoger con la cámara lo que la rodeaba.
“Cuando intenté buscarla ya era demasiado
tarde, al principio y durante bastante tiempo solo supe su nombre”, explica
Maloof en conversación telefónica desde Chicago. A punto de cumplir 32 años, y
con un documental sobre la fotógrafa en ciernes, reconoce que el creciente
interés por Maier le está desbordando. “Mi vida ha cambiado, no puedo solo con
tanto material. Quiero hacer este trabajo con extremo cuidado, preservar su
obra con cabeza. Ella ha sido un ejemplo para mí, una artista que trabajó solo
para sí misma, sin ninguna presión externa, probablemente de la manera que
muchos desearían y no pueden”.
Nadie
más lejos que Vivian Maier del artista mediático que busca la máxima proyección
en un mundo estridente y llamativo, que necesita del ruido estruendoso para
atraer la atención. Maier es lo contrario, una persona unida por el silencio y
el retiro a su pasión personal, incompatible con otras miradas, con la
explicación, con la controversia, etc., que definen el campo artístico
contemporáneo. ¿Cuántas personas, como ella, esconden su arte —poesía, pintura,
fotografía...— de la mirada ajena?
Maier se fotografíó como sombra sobre las superficies, como reflejo es espejos y escaparates; no como personas, sino como imagen reflejada. Captaba su huella en los objetos mientras pasaba desapercibida. Las salidas con los niños eran la excusa perfecta, el camuflaje, para llevar su cámara y recoger el mundo en el que ella se fijaba atenta mientras que se volvía invisible ante los demás. Sus imágenes recogen sus miradas, su curiosidad consigo misma, como objeto de exploración, como parte de su entorno.
Maier no era "fotógrafa"; usaba la fotografía. A la
profesionalización de las artes se contrapone el uso personal,
el "aficionado", recuperando su carácter esencial, nuestro desarrollo
estético. Sin
pretensión profesional, satisface la necesidad personal de verdad y belleza. No nacemos espectadores ni profesionales. Nacemos con el deseo de ver, de comprender, de encontrar armonías y disonancias.
Encerrados en ámbitos
laborales cada vez más deshumanizados, rígidos, que solo buscan extraer
rendimientos de la persona, la salida estética, el cultivar campos que nos permitan
dotarnos de vida interior, se convierte en una necesidad. El arte no debe ser
algo separado de la vida. Cada persona debería tener esa posibilidad de
desarrollarse en una línea propia, ser capaz de expresarse a través de
cualquier medio que le procurara la satisfacción de sentir libremente, más allá
del éxito o del juicio ajeno, como experimentación de su propio misterio. No
hace falta público, ni crítica, ni éxito.
Vivian Maier trabajó de niñera; le gustaban los niños. Puede que le gustara su trabajo y fuera eficiente en sus tareas. El trabajo para ella probablemente era la parte alimenticia de su vida, el rígido contacto normalizado con los demás. Pero el verdadero contacto, el que le satisfacía realmente, era el que mantenía con el mundo a través del objetivo de una cámara. La pasión por mirar, por recoger esos instantes de vida que se escapa, es lo que ella llevó hasta el lugar más íntimo para preservarlo. Era suyo.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/04/20/actualidad/1366471251_608940.html
** http://vivianmaier.blogspot.com.es/2009/10/unfolding-vivian-maier-mystery.html
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