Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los investigadores
y los medios de comunicación con ellos de devanan los sesos intentando
explicarse por qué los dos jóvenes chechenos, los autores del atentando de
Boston, actuaron como actuaron, por qué devolvieron con odio un historial de
ayudas sociales, becas, oportunidades ofrecidas, etc. Casi nunca se aclara
demasiado. Las explicaciones, finalmente, no suelen ser más que una cadena de
tópicos que constituyen nuestra intento de ponernos en la mente de alguien que
no comprendemos.
Intentar
encontrar explicaciones al odio no suele ser sencillo porque su función
precisamente es la de deformar la percepción, cambiar los valores que nos hacen
filtrar las situaciones, a los demás y a nosotros mismos. Buscamos los motivos
que llevan al odio y, sin embargo, suele ser el odio el que engendra la motivación
amplificándola y dándole coherencia para justificar el acto. No nos encontramos
ante situaciones racionales, sino justo ante lo contrario. Pedimos racionalidad donde
no hay sino una combinación anómala de motivos distorsionados por la lectura de
la propia situación, una conjunción de motivos externos que se utilizan para
ajustar los internos.
El
diario El Mundo recoge esta necesidad
de comprensión que todos albergamos, la que nos hace preguntarnos sobre los
motivos y causas:
La investigación se centra ahora en encontrar pistas sobre la
radicalización de los hermanos y qué contactos tuvieron en Boston y en
Daguestán y Chechenia, donde Tamerlan pasó más de seis meses el año pasado.
Un tío asegura que su sobrino se convirtió en fanático por culpa de un
amigo armenio que "le lavó el cerebro". "Quiero subrayar lo del
origen armenio... Empezó ahí", dijo a la prensa el parlanchín Ruslan
Tsarni.
Watertown, la pequeña ciudad a 14 kilómetros
de Boston donde se dirigieron los hermanos en su fuga, tiene la tercera
comunidad armenia más grande del país. La ciudad alberga el mayor museo sobre
la historia armenia de Norteamérica.*
La
extraña combinación entre chechenos —que dicen que solo son enemigos de los
rusos—, de musulmanes —que los hermanos dicen defender—, ahora de armenios —que
tienen como foco de su odio a los turcos— y de causas personales por determinar
configuran un laberinto motivacional que el propio sujeto no tiene porqué
comprender. No siempre los motivos se pueden explicar de forma clara. Lo que
está "claro" en la mente, puede dejar de estarlo cuando se trata de
convertir en palabras, cuando se intenta que otro lo comprenda.
Los interrogadores aseguran que el estadounidense de origen checheno
explicó que asesinó a un niño de 8 años y a dos veinteañeras e hirió a casi 300
personas para defender el Islam. Dzhojar dijo que su religión está
permanentemente "amenazada" y los yihadistas tienen que
"luchar" para contraatacar. El chico citó las guerras de Afganistán e
Irak, según varias fuentes de la investigación.
La obsesión con la invasión de Estados Unidos
de estos dos países concuerda con la conversación que tuvo Dzhojar al día
siguiente del atentado, en su Universidad de Dartmouth, a una hora y media de
Boston. Zach Bettencourt, de 20 años, se encontró por la noche con su compañero
en el gimnasio e hizo una referencia al atentado, que era lo más comentado en
el campus. Dzhojar no se alteró y, según el estudiante, dijo: "Estas cosas
pasan en otros países, en Irak o en Afganistán. Tragedias como ésta pasan todo
el tiempo. Y es triste".*
¿Qué es
triste? ¿Que ocurran? Hablaba de ello
como si fuera un testigo, no el causante, como si se hubiera enterado por la
prensa. ¿Cinismo hipócrita, disimulo? La dislocación de la mente, su capacidad
de pensar desde esquinas opuestas, de tener el odio para matar y apenarse por
las muertes que se causan es una de esas cosas que no llegamos a entender o que
consideramos falsas. Los detalles que vayan saliendo a la luz, incluidos los
que aporte con su testimonio, irán componiendo un retrato irregular de
motivaciones y frustraciones, de distorsiones en el tiempo, de auto justificaciones.
The New York Times, como otros medios, busca igualmente
qué hace "distinto" a alguien por los pequeños detalles de su vida
virtual, a través de sus perfiles en las redes sociales:
The
younger brother, Dzhokhar, in particular, seemed utterly immersed in American
pop culture, and concerned with the sorts of things that preoccupy many young
men — girls (“miss u.s.a. is so sexy”) and good times (“I am the best beer pong
player in Cambridge. I am the #truth”). In fact, much of his Twitter feed is
distinctive only in its ordinariness — ordinariness that stands in such
startling contrast to the horror of what happened last week in Boston.
There are lots of references to musicians like
Chris Brown, Jay-Z and Michael Jackson; television shows like “Breaking Bad”
and “Game of Thrones,” and movies like “Spider-Man” and “Finding Nemo.” He
prattles away about Nutella and Frosted Flakes, complains about typos and
losing his remote. “Pop-up adds are the worst, on par with mosquitoes,” he
tweets on June 17, 2012.**
¿Cuál es el salto que hay que dar para pasar de
"Buscando a Nemo" a poner una bomba que destruya vidas, de llenar una
olla de clavos y bolas de rodamientos? Quizá, en su mente, no haya tanta y el mundo sea para él mar abierto lleno de peligros, una agresión constante.
La relación entre los hermanos añade un componente más en la construcción del odio, multiplica la dificultad de su comprensión. A las preguntas de la radicalización de Tamerlan, se unen las de la transmisión a Dzhokhar, personalidad distinta formada en la relación con el hermano. La prensa se pregunta igualmente por el proceso de "lavado de cerebro" de la esposa norteamericana del hermano mayor, la que mantenía con su trabajo a la familia. Son extrañas historias sobre fascinación, sobre seducción, que esconden debilidades y extrañas atracciones.
El
testimonio de la víctima que les pudo identificar —Jeff Bauman, el hombre que perdió ambas
piernas en la explosión y que pidió dar una descripción a la policía— dijo que
uno de ellos le miró fijamente a los ojos antes de depositar la mochila con la
bomba a sus pies. Es en esa mirada, en su intensidad, es donde radica el secreto
oscuro del odio. Lo que pasó por su mente en esos instantes, rodeado de
personas que disfrutaban del momento, que reían junto a sus familias, solo lo sabe él.
* "Dzhojar dice que atacó el maratón de
Boston por las guerras de Irak y Afganistán" El Mundo 23/04/2013
http://www.elmundo.es/america/2013/04/23/estados_unidos/1366744371.html
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