Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La imputación
de la infanta Cristina es un episodio delicado, pero probablemente necesario
una vez puestos y a estas alturas. De no hacerse así, quedará la sospecha de su
inocencia y la certeza de que los miembros de la monarquía son intocables. Si posteriormente
todo queda en nada, habrá quien se queje y siga dudando, pero se habrá pasado
por los juzgados, al igual que han pasado presidentes autonómicos, diputados y
ex ministros y solo ha ocurrido lo que
tenía que ocurrir en cada caso. Que el juez señale que se ha producido la
imputación para "despejar dudas", creo que va en ese sentido, el de la
responsabilidad institucional. Lo importante para todos es que las
instituciones funcionen como deben hacerlo en un Estado de Derecho y que la
justicia llegue hasta donde deba llegar, que es siempre el esclarecimiento de
los hechos. La mayoría de las opiniones dadas coinciden en esto. Algunos hablan
de un "triunfo del Estado de Derecho" pero me parece un tanto
excesivo por una cuestión casi estética.
Las instituciones funcionan y los triunfos son para el deporte u otras
actividades competitivas y aquí no debe competir nadie porque cada condenado,
sea quien sea, nos afecta colectivamente.
Recoge
el ABC las palabras del magistrado:
«Hallándonos en la recta final de la
instrucción, no parece procedente que ésta se ultime gravitando la más mínima
sombra de sospecha sobre la intervención que haya podido tener y si fuere otra
la valoración que su versión arrojara, se depuren las responsabilidades que
procedan»*
Y esto
es sensato. Las cabezas de las instituciones, desde la patronal a los
sindicatos, de los partidos a la SGAE, del Poder Judicial a la Academia Gallega
de la Lengua, van pasando por los juzgados a dar explicaciones, coherentes o
fantásticas, según los casos. Nuestra particular "alfombra roja" es ahora
la puerta de los juzgados, donde hacen guardia los medios de comunicación, consultando
sus anotaciones para ver a quién le toca cada día no se vayan a equivocar de "trama",
"operación", etc. Que la justicia funcione es bueno; que tenga que hacerlo todos los días, escándalo tras escándalo ya no lo es tanto. Hablamos de juicios "mediáticos". Es un error; no es cuestión de los medios. Es la sociedad misma la que se sienta en los banquillos. Y eso es lo que se debería transmitir; menos el "espectáculo" y más nuestro compromiso y voluntad de que esto cese y cambie. Hay que dar menos trabajo a los jueces vigilando mejor.
Las
palabras de Hollande ayer contra su ex ministro de finanzas y sus cuentas sin
declarar fueron rotundas: "nos mintió a todos"; la salida del
presidente alemán, lo fue igualmente. Si no se atajan, los problemas crecen. En
España tenemos las urgencias saturadas.
Pero tiene que resolverse; tenemos que aprender cómo defendernos de nuestros
propios males y problemas. Esto debe ser una vacuna, un compromiso colectivo. Una situación como esta,
prolongada o institucionalizada a la
italiana, una sangría institucional permanente, no es un futuro deseable.
Salimos
de la dictadura y estaba mal visto señalar
o hablar de los problemas que se acumulaban, de los defectos que dañaban al
sistema y de los incumplimientos que debilitaban su credibilidad, porque hacerlo
era "minar" la democracia. Hoy, en los países europeos atacados por los virus
de la corrupción, las oscilaciones son hacia movimientos caóticos,
como en Italia, o hacia un aumento de los fascismos, como en Grecia. Ninguno de
los dos caminos llevan a la gobernabilidad responsable, con sentido
del "estado" y de la "sociedad", que son dos cosas
distintas. No basta vivir en una democracia; hay que
cuidarla y fortalecerla de forma constante.
Hay que
ser y querer ser cívicos, cultos, prósperos,
en resumidas cuentas, mejores. Son aspiraciones permanentes y no objetivos de contables,
determinados en euros. No hacen falta "líderes carismáticos" sino
personas inteligentes, comprometidas con sus principios y con la sociedad;
personas capaces de "recortar" a los corruptos de sus partidos, de denunciarlos. Nos
sobran "técnicos" y engominados y nos faltan personas sensatas; nos
sobran comunicadores y necesitamos personas con criterio que tengan algo que
decir. La política democrática necesita de pericia y sensibilidad, de ideas y
principios. Ni vocacionales sin preparación, ni profesionales sin vocación. Y
la vocación es servir, el compromiso con todos. Sobran bocazas y falta diálogo.
Creo
que no hay que dejar de aspirar a la gobernabilidad y a la convivencia, a la
justicia y a la solidaridad. Eso se consigue con responsabilidad, civismo y
sentido de solidaridad entre todos.
Cualquier cosa que vaya en otra dirección, de la apatía a la violencia, es
negativa y no nos sacará del agujero. No digo de la "crisis", porque
entiendo que la crisis es un episodio circunstancial y desenmascarador de
nuestras debilidades y patologías sociales y políticas acumuladas.
Necesitamos
vernos con claridad para poder rectificar; no vale la tentación cosmética sobre nuestra alfombra roja de
la vergüenza. Luz, taquígrafos... y
¡acción! Y que sea lo que Dios quiera y la Justicia vea.
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