Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace ya
mucho tiempo que comenzó la costumbre de hablar de la "muerte" de la
novela, del teatro, de la poesía, etc., de las diversos géneros que le toquen
más de cerca a aquel que es preguntado. Se comenzó, es cierto, con cosas muy
modestas, como la "muerte de narrador", la "muerte de la
rima", pequeñeces de especialistas. Luego se pasó a muertes más amplias
—muertes de género— con las que inquietar a las personas que se preocupan por
estas cosas, que suelen ser pocas y las mismas. A veces a algunos, a lo grande,
les da por ser apocalípticos y hablan de la "muerte de la Literatura"
y los más egoístas —porque no dejan nada al resto— de la "muerte del
Arte".
El
diario ABC titula "Luis Goytisolo y el R.I.P. de la novela", que
sinceramente me parece periodísticamente un poco cursi e históricamente un poco
drástico, porque la inscripción se pone ya sobre la lápida, no dejando ni un
margen para una "agonía" unamuniana previa. De la defunción y
entierro se nos informa con motivo de la concesión a Goytisolo del premio
Anagrama de Ensayo, con un texto titulado "Naturaleza de la novela",
que debería probablemente ser modificado al más pictórico "Naturaleza
muerta de la novela", quedando más bien en bodegón. El ABC abre con el
siguiente párrafo su entrevista con el autor:
“Soy optimista respecto al futuro de la gran
literatura”, afirmaba Luis Goytisolo tras anunciarse que su libro Naturaleza de
la novela había obtenido el Premio Anagrama de Ensayo 2013, dotado con 8.000
euros. Y añadía: “en la actualidad leemos a los clásicos griegos y seguiremos
haciéndolo en el futuro”. Rotundo, de entrada, pero con un matiz de enorme
calado a continuación: “La novela está en declive. No acabará, pero será
distinta”. “La considero en fase de extinción”, afirma el autor en el epílogo
del libro.
No recuerdo un caso de ciclotimia tan exagerado en un solo párrafo, de paso del optimismo a la extinción. Entre uno y otra, media esa afirmación de que "leemos a los clásicos griegos" que sirve de transición entre la realidad y la irrealidad. La única explicación que se me ocurre para que a Luis Goytisolo le haya mejorado el ánimo entre cuando escribió el ensayo y cuando hace estas declaraciones es la concesión del Premio, que siempre dará algo de optimismo. Lo que ocurre es que si te dan un premio por anunciar la muerte de algo que se supone que los premios estimulan, de una parte de la cultura, siempre te quedará un sabor agridulce.
El ensayo,
por ejemplo, podría haber sido sobre "la muerte del ensayo", que
probablemente sea más preocupante por lo que tiene de carencia actual de ideas.
Las buenas novelas se pueden leer siempre porque abordan problemas eternos del
ser humano —el ser humano es su propio principal problema—, mientras que los
ensayos pueden quedar desfasados en el momento en que se vinculan no con la
eternidad y sí con el aquí y el ahora. Una cosa es aspirar a ser leídos siempre
y otra cosa es que seamos eternamente actuales.
Señala
el diario:
Luis Goytisolo relaciona el futuro de la
lectura con el de la creación literaria. La novela, concluye en el epílogo de
Naturaleza de la novela, es un género que “ha dejado de renovarse, de abrir
nuevos caminos, y quienes de un tiempo a esta parte empiezan a cultivarlo no
suelen hacer sino repetir fórmulas con mayor o menor talento. No es imposible
que en el futuro alguien escriba una gran novela, pero sí tan improbable como
que en la actualidad alguien componga una sinfonía equiparable a las de Mozart
o Beethoven”.*
La idea
puede extenderse a casi todos los campos literarios, en los que la renovación
es casi un pecado. Desde que las reglas de mercado determinan de forma casi
absoluta la producción cultural, no es posible esperar casi nada nuevo. El periodo
de la novela moderna tiene dos fuerzas que convergen: la aparición de unos
nuevos públicos letrados que demandan temas próximos a ellos, a su
sensibilidad, y por otro el cambio de la idea de artista que supusieron los
romanticismos, una redefinición total. De esta forma, el público quería nuevas
obras y una parte de los autores querían nuevos modelos. La interacción entre
unos y otros posibilitó que además de la corriente de consumo, tradicionalista,
de la literatura popular, existiera otra que buscaba en la "experimentación"
ampliar sus horizontes creativos, aunque fuera a expensas del público, al que
se empezó a considerar reaccionario.
Esas dos corrientes se concretan —la idea ya la expresó Pierre Bourdieu— en el "comercialismo" y la "vanguardia" y en todos sus grados intermedios, cuyas proporciones son en ocasiones distorsionadas por la ponderación artística de los críticos e historiadores respecto a la realidad histórica de sus públicos. Estudiamos a los diferentes, pero el público prefiere a los iguales.
No
basta con que la Naturaleza nos regale los genios de Mozart y Beethoven, cuya
conexión con sus públicos y mecenas fue muy grande. Esa misma respuesta ya no
la tuvieron un Joyce o un Kafka —de quien dice Milan Kundera que tras odiar
toda su vida la ciudad de Praga se convirtió en su "santo patrón"
gracias a las agencias de viajes—. No es lo mismo hablar de "publico"
en los siglos XVIII, XIX, XX y ahora en el
XXI. Nos son lo mismo en su constitución ni en sus motivaciones y hábitos.
Tampoco es la misma la concepción del arte ni del artista, que comienza
precisamente a definirse en todo este proceso histórico que comienza a mediados
del siglo XVIII. Existe la variable esencial de la "educación", cuyas
modificaciones desde el siglo XVIII hasta hoy son enormes y que casi nunca se
analizan o se hace separadamente.
Mezclamos
aspectos míticos de la cultura con aspectos históricos, ficciones de musas con
datos empíricos. No se puede ser "esencialistas" en el análisis de la crisis de la cultura, hay que indagar en las causas sociales. La novela ha estado en "transformación" mientras ha habido públicos
receptivos para mantenerla así, editores que se arriesgan y autores que tienen
un compromiso renovador con su trabajo. Para que surjan nuevas obras tiene que
darse una conjunción de sensibilidades que no es frecuente hoy porque no existe
el mismo grado de compromiso con el desarrollo del arte (algo de idealistas y críticos)
que con el balance de resultados. Tiene que haber públicos capaces de valorar
la innovación y nuestros desastrosos métodos de enseñanza de las humanidades no
son los más adecuados. Todo pasa por el público, que es la sociedad misma. Que surjan genios es una cuestión genética; que seamos
capaces de entenderlos y valorarlos, de mantener su legado, en cambio, es un
problema educativo.
No preguntes por quién doblan las campanas...
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