Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Las
campañas y acciones del gobierno ruso contra todo aquel que le lleve la
contraria en sus curiosos criterios —sobre lo que es democrático, los derechos
humanos, o el que solo los opositores rusos se mueran por polonio, etc.— se ha
centrado esta vez en las ONG, la forma que la sociedad tiene de organizarse
para intentar defenderse ante los desmanes.
Las
organizaciones civiles que se le oponen padecen registros físicos e
informáticos para detectar quiénes reciben apoyos del exterior. Si reciben un
céntimo del exterior pasan a ser consideradas "agentes extranjeros" e
incluidas en un registro especial a tal efecto. La finalidad es doble: cortar
apoyos a los que se les enfrentan y posibilitar el discurso acusador de ser "agentes
internacionales" maquinando para derribar a los defensores de los
verdaderos intereses del país, que es como se suelen presentar los gobiernos
autoritarios y los dictadores.
El discurso
autoritario tiende a ser cada vez más "nacionalista", como en el caso
de Putin en Rusia, porque en él se concentran los elementos emocionales y
paternalistas que permiten el refuerzo del líder y sus medidas. Venderse como
defensores de una patria, herederos de unos héroes fundadores, portadores de
los valores iniciales, etc., forman parte de esa emocionalidad radical —de las
raíces— del discurso político autoritario, que se hace populista. Así, el
político o la institución se manifiestan como portadores y defensores de las
esencias patrias y acusan a los demás de estar vendidos a potencias
extranjeras, de ser traidores a los intereses del pueblo, un pueblo del que
ellos tienen la exclusiva defensa. Los gobiernos que carecen de sentido
democrático nunca consideran que los demás puedan estar en desacuerdo,
simplemente son conspiraciones desatadas por los enemigos, envidiosos de la
grandeza del país, del camino que ellos les han marcado. La discrepancia es
siempre traición a los sagrados principios de la patria, al pueblo mismo, que
debe repudiarlos.
La idea
de Putin —y de otros con igual sentido pobre de la democracia— es que si un
céntimo viene de más allá de sus fronteras son "agentes extranjeros"
y sus actividades consideradas como "injerencias" que pueden ser
penadas. Eso viniendo de alguien que dirigió la KGB tiene su lado irónico. Algunas
ONG rusas se han negado a prestarse al juego y pueden ser sancionadas con
multas millonarias. Para el discurso descalificador es doblemente rentable: las
arruina económicamente y señala que tienen algo que ocultar, lo que las
convierte en culpables, minando su imagen pública y los apoyos internos.
En su
visita a Alemania, un país con una gran presencia, acción y conciencia de las
ONG, Putin ha recibido todo tipo de muestras de desagrado por diversos grupos: por la homofobia creciente del régimen, las críticas de las feministas, por su apoyo político y armamantístico al gobierno de Siria, la falta de limpieza electoral y una larga lista de agravios acumulados por sus políticas.
En su visita a la Feria industrial de Hannover del brazo de la canciller Angela Merkel,
unas activistas del grupo "Femen" se abalanzaron sobre la comitiva sin prendas
superiores para protestar contra su presencia en Alemania y sus acciones en
Rusia. El diario Clarín, de Buenos
Aires, recoge la reacción de Putin tras el incidente:
“Lo disfruté. Sin una acción como ésa se
hablaría menos de esta feria”, ironizó Putin en la rueda de prensa posterior
junto a Merkel. “No le veo nada terrible”, afirmó, aunque se lo notó incómodo.*
La
mujeres se habían escrito, entre otras cosas, en el cuerpo "Fuck dictator". La cara de Vladimir
Putin mirando a las activistas de Femen no es precisamente de importarle muchos los
rótulos. Forma parte de su personalidad el cultivo de esa imagen
"viril". Ese "lo disfruté" en sus declaraciones es su forma
de proclamarlo, de insinuar la pena que le produjo que los servicios de
seguridad se interpusieran. Su indiferencia irónica ante las protestas forma parte también de la imagen prepotente, autosuficiente que cultiva. En un país de
tiburones, la imagen de Putin es siempre la de la fuerza, la imagen del que
puede controlar cualquier situación con mano firme.
Cuando
la canciller Merkel le ha reprochado en público que venda armas al régimen
sirio, Putin ha dicho que él vende armas a un gobierno legítimo, lo cual es otro desprecio a la comunidad internacional y
al propio pueblo sirio que padece los efectos de ese armamento. Pero a él le da
igual. Le da igual que se encadenen, incineren, canten en las iglesias pidiendo
a la Virgen que los libre de él, que muera la gente en siria, etc. El que
protesten por donde vaya, como ha dicho, lo
disfruta.
Vladimir
Putin es quizá el efecto histórico de la figura de Vladimir Gorbachov, su "contra
imagen". Allí donde Gorbachov se ganó el respeto del mundo por romper con la
tosquedad de los dirigentes soviéticos y por su capacidad de diálogo, Putin
vuelve al modelo anterior, al gruñido fuera y la sonrisa en casa. Se siente fuerte.
Seguro que le encanta regresar para reírse con sus subordinados de lo mucho que se indignan con él en Occidente cuando sale de gira. Cada vez que se dé una vuelta por países democráticos tendrá ocasión de disfrutar de nuevo, seguro.
Curiosamente, la única imagen positiva de Putin encontrable en un país democrático en estos días es la de los que tenían su dinero en Chipre pidiéndole ayuda a él y a su Rusia. Interesante contraste.
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