Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace algún
tiempo tuvimos ocasión de dedicar una entrada del blog a los suicidios de la
empresa France Télécom. Hay empresas que además de los datos económicos habituales
acumulan muertes por suicidios. Quizá deberían empezar a contabilizarse en los
balances anuales y en los informes a sus juntas de accionistas; quizás
establecer unos objetivos de suicidio entre sus empleados y pedir
responsabilidades a sus ejecutivos si se sobrepasan o no se llegan a cumplir.
Otros, con mentes mejor amuebladas para la Economía, podrán decir que quizá los
suicidios son indicadores aceptables de que la empresas están en el buen camino, que confirman que se
toman las medidas adecuadas para la eficiencia del sistema, que no se puede
trabajar bien sin angustia. Un día como ese llegará y los gráficos de suicidios
se exhibirán sin pudor, sin negar su causa, en los despachos y juntas.
Hoy le
toca —de nuevo en Francia— a La Poste, la empresa de correos. El diario El
Mundo recuerda el caso de France Télécom y lo compara con esta nueva oleada de
suicidios:
La fama se la ganó a pulso la operadora. Entre 2007 y 2010 su proceso
de reestructuración sepultó a medio centenar de sus asalariados. Fue tras la
privatización de la compañía. Había que recortar gasto y efectivos sin mermar
el beneficio y en esta ecuación la dirección del grupo no valoró los riesgos
para la plantilla.
La Poste vive hoy un proceso similar, también con rastro de sangre. En
los últimos meses la crisis ha ido in crescendo. Se contabilizan 70 casos,
según los sindicatos.
Dos trabajadores se han quitado la vida en pocos días y otros dos lo
han intentado.*
El diario recoge la frase dejada por el último de los suicidas en su nota de despedida: "El interés general y el respeto humano han dejado su lugar a la competencia malsana". Sin retórica alguna, la desnudez de la frase deja en evidencia la deshumanización de un sistema que, por el contrario, ha desarrollado los discursos justificadores de ese tránsito, de esa involución moral, destruyendo cualquier valor hasta convertir precisamente la ausencia en un único valor aceptable y asumible: el beneficio egoísta. El ciclo que comenzó con las teorías de los libertinos y la naturalización del mundo concluye en el minimalismo ético de la ganancia: lo inmoral es no querer ser un depredador. A la pregunta clásica sobre por qué se unen los seres humanos, la respuesta es el parasitismo, para beneficiarse unos de otros. Ya no ha lugar a filosofías, a circunloquios.
El
diario El País entrevista en Washington
al mexicano José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE:
Pregunta. Gigantes como Apple, Google o
Microsoft pagan impuestos mínimos fuera de EE UU. La OCDE ha detectado que
muchas multinacionales pagan el 5% en impuestos de sociedades cuando las pymes
abonan el 30%. ¿Cómo es posible?
Respuesta. Esa es la paradoja, y fíjese
que en la situación política: en un momento en que los Gobiernos necesitan más
dinero porque hay problemas de ingresos y gastos públicos. Así que los
Gobiernos suben los impuestos, ¿a quién? A las pymes y a las familias, porque a
los otros no hay manera. Obviamente, no funciona.**
No sé si el término correcto es "paradoja" o si, por el contrario, existe una lógica profunda acorde con el sistema. Las empresas se hace poderosas no para ser justas, sino para no tener que participar de la debilidad de la justicia. Porque la justicia, la ética, la moral, ya lo advirtieron los libertinos y sentenció Friedrich Nietzsche, no son más que formas de la debilidad, frenos que se pretende aplicar a los poderosos para protegerse de su avance. El verdadero síntoma del poder es no sentirse culpable. El poderoso lo es porque no siente remordimientos porque sus empleados se suiciden uno tras otro, porque consigue él mismo liberarse de la angustia que les lleva a quitarse la vida. Ese es el verdaderamente poderoso, el que consigue alejar de sí angustia y culpabilidad. Es la definición del sociópata. Hasta Raskólnikov lo entendió.
Así empieza a ser nuestra "economía", que no es una "abstracción" o una "realidad paralela", sino la descripción de nuestras relaciones sociales, de nuestro comportamiento y organización. Ha dejado de ser "social" para ser "sociopática". La expresión de Gurría ante la pregunta —"a los otros no hay manera"— revela que el síntoma del poder es ese estar al margen, esa marginalidad que no es la del paria, sino la del privilegiado absoluto, la del que se rige por su propia ley, una ley que le hacen a medida y que él inspira y dicta.
El
carácter sociopático de esta forma de economía lo podemos apreciar en las
declaraciones, aparecidas en un libro, en Francia, del presidente de La Poste:
...Jean Paul Bailly, para quien no hay
ninguna crisis en su empresa. Dice que la tasa de suicidios en el grupo
"es inferior a la del resto de la población" y señala que las muertes
acumuladas hasta la fecha son fruto de una mala mezcla: "Fracaso
profesional y fragilidades personal".*
Él, en cambio, es una buena mezcla entre indiferencia y cinismo, entre hipocresía y pragmatismo, la mezcla perfecta como para que no le aparten de sus fines de eficiencia y rentabilidad detalles sin importancia como esas muertes de seres débiles, personas que no son capaces de valorar lo que se ha invertido en ellos en formación y deciden acabar con su vidas. Tiempo y dinero perdidos.
Mientras
se elijan para los puestos directivos a personas como Jean Paul Bailly o a los
que están al frente de esas empresas multinacionales con las que, como dice
Gurría, "no hay forma", el mundo irá a peor sin remedio. Y lo hará
porque el que "vaya mejor" se definirá sobre esos criterios de "eficacia"
y "competencia" que ellos mismos establecen. Continuará el sacrificio
de muchos para que unos pocos —muy pocos— vivan escandalosamente mejor sin que
nadie les toque, consultando sus apretadas agendas en las que anotan las
visitas de los que les piden por favor que vayan a sus países o ayuntamientos,
desmantelando leyes y derechos para que ellos accedan a "emprender" allí
sus negocios, mientras algunos de los futuros suicidas derraman lágrimas de
agradecimiento porque ellos, los más poderosos, les han concedido la gracia de
asentarse en sus pueblos.
El
desprecio profundo con el que Jean Paul Bailly ha hablado de los suicidas de su
empresa, como profesionales fracasados
y personalidades débiles, es
elocuente y nos confirma porqué está donde está, el presidente perfecto. Él
representa lo contrario: éxito y fortaleza. Hay virtudes que son una carga
pesada para ascender. Son los nuevos libertinos, ligeros y eficaces.
*
"Suicidios en La Poste, tras la senda de France Télécom". El Mundo 20/04/2013
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/19/economia/1366363024.html
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