Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mientras
el gobierno Cameron ha organizado un gran funeral como homenaje la figura de la ex primer ministra Margaret
Thatcher, los que no la valoran tan positivamente su recuerdo han creado su
propia forma de celebrarlo: llevar hacia el número uno de la lista del "Top
40" de la BBC una canción alusiva, "Ding dong, the whitch is
dead", perteneciente a la banda sonora de la película El mago de Oz (The wizzard of
Oz 1939). Estar en la lista del Top 40 implica que la BBC tendría que
emitirlo en el programa que da cuenta de las canciones. La polémica lleva toda
la semana en los medios de comunicación y en las instituciones: ¿se debe
emitir? En el momento en que escribo esto, la canción se encuentra en el número
10 de la lista. Para los políticos conservadores, las calificaciones oscilan
entre el "insulto inaceptable", la "falta de respeto" y el
"mal gusto". Los políticos se encuentran divididos entre el respeto institucional
a la BBC, el respeto a la memoria de la fallecida y el respeto a los gustos del
público, un conflicto de intereses.
La
decisión de la BBC es emitir solo unos segundos de la canción. De esta forma
cumple con su función de no interpretar los motivos de sus oyentes para
seleccionar las canciones y no censurarles y realiza una acción "diplomática"
respecto a las presiones políticas para que no emita la canción. Puede
satisfacer a todos o, lo más probable, a ninguno. Será atacada por recortar el "tema"
y por haber emitido el breve estribillo de la canción, que se limita a repetir
"Ding, dong. The witch is dead" como alegría de los pequeños munchkins
ante la muerte de la bruja. En el terreno de lo simbólico, con que sea emitida
unos segundos será considerado un éxito para los que lo han promovido. No hace
falta más.
Hoy muchas
batallas son mediáticas. Sin que se haya emitido todavía la canción —el
programa es hoy— han conseguido que el estribillo "Ding, dong. The witch
is dead" sea —como acaba de ocurrir al escribirlo yo— repetido en millones
de páginas de periódicos y medios digitales, ya sea para apoyarlo o para
atacarlo. La polémica es el objetivo, lo más rentable.
De que Margaret Thatcher sea una figura histórica
trascendente, no lo duda nadie. La interpretación del sentido de esa figura es
lo que mueve pasiones contrarias, sentimientos opuestos, de la admiración y el
respeto hasta el odio más profundo y el desprecio a su legado. Alguien que pasa
a la Historia diciendo "¡no, no, no!" entre sus frases más
recordadas, no puede ser indiferente.
La virulencia de las celebraciones de la muerte de un
dirigente en un país democrático pueden parecer excesivas, pero, como ha
señalado también The Mirror al recordarla en su portada, fue la "mujer que dividió al país",
que marcó un antes y un después, pero sobre todo una polarización extrema de la
sociedad.
El mundo se encuentra hoy bajo los efectos de aquel tandem
creado a ambos lados del Atlántico entre Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Marcaron sus políticas y las de los demás, incluso las de sus propios
opositores quienes no tuvieron más remedio que transitar sobre sus surcos o les
faltó más valor para cambiarlos. Decidieron que el tamaño de los estados era el
problema, que lo eran las decisiones de sus dirigentes. Menos las suyas.
Crearon, sobre todo, una gran metáfora, la de la
"responsabilidad", llevando al discurso político y a las
instituciones la idea de que los estados fomentaban la irresponsabilidad de las
personas al ampararlas. La madurez, decían, es que los individuos asuman los
riesgos de sus propias decisiones. La gran crisis en que nos vemos inmersos —en
gran medida, hija de sus acciones— nos demuestra la falacia de ese
planteamiento, que la "ley del embudo" es la verdadera ley del
capitalismo salvaje que ellos retomaron: el beneficio es individual, las
pérdidas colectivas. Crearon, además, una respuesta comodín a todos los
problemas: cualquier problema creado es porque no se ha liberalizado lo
suficiente. Una respuesta que constituye una salida de emergencia a las
responsabilidades por lo que se hace a quienes lo hacen. Nunca han hecho
bastante, sino que les queda por hacer. La culpa es de los demás, que se resisten.
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