Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ahora nos lo dicen desde Túnez y pronto podrán decirlo igualmente en Egipto. Alto y claro: “Aseguraban que tendríamos que escoger entre la dictadura y los talibanes, pero hay una tercera vía, la de los ciudadanos que quieren ser libres"*. La que así habla es la escritora tunecina Sihem Bensedrine en una conferencia en Barcelona, donde residía. Ha vuelto de Túnez y trae la voz de los que están allí. Van quedando al descubierto las tácticas con las que se ha mantenido al mundo árabe bajo control durante décadas, la estrategia combinada de la represión interior y el apoyo exterior dado a los dictadores. Fue la forma que tuvieron algunos países occidentales de resolver sus etapas coloniales. Dejaron dictadores que les aseguraban los intereses en la zona. Los dictadores, despreocupados de cualquier otra circunstancia, se dedicaban a su pasión favorita, acumular dinero en los seguros bancos europeos o americanos. Son el resultado de unos enfoques cínicos de las relaciones internacionales en las que las tiranías permitían dormir tranquilos a los gobiernos de otros países. Los países árabes están cambiando su forma de gobernarse; nosotros tenemos que cambiar nuestra prepotente manera forma de ver el mundo. El escándalo del inicial ofrecimiento de apoyo policial francés, la antigua metrópoli, para sofocar la “revuelta” tunecina nos debería hacer reflexionar sobre nuestro modelo de diplomacia y de relaciones internacionales. Reflexionar y exigir que esto cambie. Los dictadores se han sentido seguros en sus puestos y no han tenido más que decir la palabra “integrismo” para que Occidente se sacudiera sus bolsillos y seguir sus reinados represivos.
Es importante que Túnez muestre al mundo el deseo de libertad que le mueve y que ha guiado sus acciones. Es muy importante para Egipto. El fantasma del “integrismo” puede ser sustituido por el del “caos”. Todos los argumentos del régimen egipcio y de sus apoyos exteriores van en el sentido de que lo que llega es el “caos”. Hemos comentado en ocasiones el peligro de que la estrategia pueda ser hacer deteriorarse la situación hasta que se justifique una intervención militar que restaure el “orden”. El pueblo egipcio está dando ejemplo de civilidad y sentido de la responsabilidad y el mundo lo está viendo. La estrategia de generar el caos para que luego lleguen los salvadores significaría repetir de nuevo el juego. Para muchos, esa actuación sería intolerable.
La pregunta es ¿qué espera Mubarak? ¿cuál es el plan B? Sabe que esta situación le debilita más cada día, dentro y fuera. Se sabe cadáver político, pero Mubarak es la punta del iceberg. El cambio en Egipto tiene que producirse en los dos sentidos, de arriba abajo, reorganizando el estado, y de abajo arriba, eligiendo democráticamente a las personas que representen las aspiraciones del pueblo. Ese debe ser el compromiso de un país que no se arriesga así para meterse en nuevas cárceles.
Las palabras de la escritora tunecina son válidas para cualquier escenario: "Hemos hecho la revolución en tres semanas pero la democracia no la podremos hacer en dos. No hay prisa. Sólo pedimos que nos dejen trabajar tranquilos, y que no nos impongan el modelo, ya que la democracia tunecina será creada por los tunecinos". A Egipto le queda algo más, pero deben ser cautos y firmes porque es mucho lo que está en juego. Los dictadores, que aceptan el mandato del destino, son bastante reacios a escuchar más allá de sus camarillas.
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