miércoles, 2 de febrero de 2011

El dedo de Mubarak

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

En una cena con amigos egipcios, poco antes de las navidades, me contaban una anécdota de Mubarak. Desconozco si es real, pero, en cualquier caso, es significativa. Esto es lo que ocurre en las dictaduras por la falta de transparencia: a falta de verdades, proliferan las anécdotas, bulos, chistes y leyendas. Me contaban mis amigos, digo, que al entrevistar para una cadena de televisión alemana a Hosni Mubarak y ser preguntado sobre si se iba a presentar a las elecciones, el presidente señaló con su dedo índice hacia arriba. El periodista alemán, sorprendido, levantó su mirada esperando encontrar la respuesta a su pregunta directa en el techo de la habitación. Cuando el dedo del dictador señala hacia el cielo, la mirada del sensato no pasa del techo. No es estrictamente necesario ser alemán para hacerlo. Cualquier persona sensata lo hubiera hecho igual.

El deporte nacional egipcio ha sido especular sobre si Mubarak se iba a presentar a las elecciones. Cuando finalmente su dedo recibió respuesta y decidió, obediente, seguir su destino, realmente lo estaba decidiendo, aunque no en la forma que él esperaba. A veces, los dedos son difíciles de interpretar. Cuando me contaron la anécdota, les comenté que había que dejar de apuntar el dedo para arriba y comenzar a apuntarlo al pecho, a uno mismo, que es quien debe decidir. No es otra cosa lo que ha hecho el pueblo egipcio y, con días de antelación, el pueblo de Túnez.

A veces a los dictadores les pasa como al filósofo Tales, que por tanto mirar hacia las estrellas escudriñando su destino, se precipitan en un agujero. La anécdota de Tales sirvió para que Hans Blumenberg* especulara sobre la relación entre la teoría y la realidad y lo que ocurre cuando te preocupas más de la primera que de la segunda. No siempre es posible mirar hacia el cielo y evitar caer en los agujeros reales. Hay gente que se empeña en leer su futuro en las estrellas cuando debería leerlo en las caras de los que tiene alrededor.

Esta vez, la risa de la muchacha tracia, la que se desternilló por la caída de Tales, es la cólera de un pueblo harto de no ser escuchado, de no ser atendido en sus reivindicaciones y anhelos más elementales, y de que un dedo pregunte hacia arriba cuando debería hacerlo hacia abajo. Los egipcios, los tunecinos y otros que les seguirán han decidió decir basta a esos dedos levantados.

Hay muchos dedos levantados en el mundo árabe, muchos dedos apuntando al cielo. También hay muchos agujeros en el suelo, agujeros de tal tamaño que pueden tragarse rápidamente a los propietarios de esos dedos conectados con la eternidad. Triste e irónico destino el de los propietarios de esos dedos-antena: ¡rellenar los agujeros que su desidia provocó durante decenas de años! De todo ello se puede sacar una moraleja histórica: nunca dejes que un agujero se haga tan grande como para convertirse en tu propia tumba.

* Hans Blumenberg (1999): La risa de la muchacha tracia. Una protohistoria de la teoría. Valencia, Pre-Textos.



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