Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno
nunca deja de sorprenderse. Leo en 20minutos
de hoy el siguiente titular "'Sologamia', mujeres que se casan consigo
mismas: "Nunca más me voy a abandonar""*,un reportaje firmado por Elena del
Estal.
No deja
de ser una interesante de respuesta a un amplio problema que causa diversas
reacciones. El problema podría ser definido como la desilusión por la forma en
que se nos vende el amor o, incluso, su falta, en una sociedad que comercia con
todo. El amor es un sentimiento complejo, que no nos engañe la rotundidad del
término. Puede que tengamos cada uno nuestra idea del amor, que no tiene necesariamente
que coincidir con la de los demás, incluso con la de nuestra pareja. Si pueden
diferir las ideas, también pueden hacerlo las de la duración o la intensidad.
Leemos
el origen de esto de la sologamia:
El 17 de diciembre de 2011, en una iglesia bilbaína transformada en espacio teatral, May Serrano se preparaba para desafiar la tradición. Junto a ella, otras nueve mujeres - de entre 21 y 56 años, solteras, casadas, divorciadas, con y sin hijos - iban a dar sus primeros pasos hacia un compromiso inédito: casarse consigo mismas.
"Fue como una boda al uso", recuerda May, que aquel día iba vestida de blanco. "Había música, se leyeron poemas, y cada una preparó sus votos personales". Guiadas por la actriz Maribel Salas como maestra de ceremonias y frente a un público de unas cien personas, las 10 mujeres leyeron en voz alta a qué renunciaban y a qué se comprometían. "Y después hicimos un voto colectivo, el típico 'me quiero en la salud y en la enfermedad'". Eran las primeras mujeres que hacían esto en España.
Casi 14 años después, May define aquel acto como "una gamberrada", pero sin quitarle ni un ápice de su propósito: la idea era abrir un debate sobre el amor romántico. "Somos naranjas completas y no necesitamos ni príncipes azules ni medias naranjas para ser personas", recuerda hoy por teléfono desde su Teruel natal.
La ceremonia nació del colectivo Mujeres Imperfectas, un grupo que se reunía para soltar etiquetas y exigencias, y que a través de este ritual ponía también sobre la mesa una reivindicación: la de conocerse de verdad y aprender a estar con una misma.*
Lo que me choca y me interesa es la incapacidad de escapar del ritual, la boda, y todo lo que conlleva. Podemos prescindir o redirigir el amor hacia nosotros mismos, pero no podemos hacerlo del ritual que la acompaña. Y es que es el ritual el que define la situación. Un ritual es como un texto compuesto de diversos signos y lenguajes, desde el ramo de flores al anillo, pasando por la marcha nupcial de Mendelssohn, que se hizo famosa (nos explica la Wikipedia) "cuando sonó en la boda real de Victoria de Sajonia-Coburgo-Gotha y el futuro Federico III de Prusia, exactamente el 25 de enero de 1858".
En la "sologamia" nos sobra el otro, pero eso también debe ritualizarse, quizá para no sentir que nos falta algo, el encuentro con los amigos, los abrazos, las flores...
Más allá del aspecto del ritual está el significado de la doble acción, la renuncia y la afirmación. Por un lado se renuncia a estar en una situación de inferioridad, algo que la sociedad resalta. Bástenos con pensar en la diferencia de matices entre los términos "solterón" y "solterona" para comprenderlo. Al primero no le "han cazado"; a la segunda, en cambio, se le ha pasado el tiempo y el atractivo. Obviamente, los tiempos han cambiado, pero las palabras quedan marcadas.
Como bien señalan en el texto, lo que se intenta sacudir es la idea de que estar solo es un castigo, una situación defectuosa y frustrante. No se trata solo de cómo se ve uno mismo, sino de eso que podríamos llamar la "mirada social" que se siente sobre uno cuando no has encajado en el molde. Todo lo que no se ajuste, se ve como imperfección.
Entra en juego entonces sacudirse esa idea y hacerlo reafirmándose en el amor a uno mismo, donde entra el ritual. Uno puede quererse, pero se trata de que los demás lo entiendan, lo acepten y te apoyen. La pregunta "¿...y cuándo te casas?" se hacía mucho más a las mujeres, lo que implicaba cierta premura al considerar que la "belleza" tenía fecha de caducidad y había que hacerlo rápido. Muchas mujeres han sufrido esta tortura que en el fondo no era más que una concreción del sistema de valores patriarcales, muy desigual para hombres y mujeres.
Quererse a uno mismo y comprometerse con ese amor, no verlo como un fracaso, es bueno si nos ofrece seguridad y confianza. El ritual es la forma de manifestar el compromiso, tal como lo es en el amor de dos, una celebración. En estos tiempos de variantes y experimentaciones, comprometerse con uno mismo es un acto de reafirmación.
Lo mejor es que se distancia de ese amor dulzón del que nos hablan canciones, películas y novelas rosas. El amor no ha sido realmente eso, sino un camino duro, una negociación a dos sin violines de fondo. La sologamia va contra esa pérdida de autoestima que puede abrir brechas en la vida y búsquedas desesperadas. Conocerse, respetarse uno mismo... es el mejor camino, solos o acompañados.
¿Es el fin? No, creo que es más bien un "por ahora". Divorciase de uno mismo debería ser más fácil que hacerlo de otra persona. Lo importante es el mensaje que se envía a los otros y la aceptación del valor propio.
Claro, habrá quien piense que es otra vuelta de tuerca para mantener vivo el gran negocio de la bodas, de seguir vendiendo tartas, trajes, flores y banquetes ahora que parece de baja un poco. El ritual tiene un precio.




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