Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
espectáculo bochornoso de la política española empieza a hacerse insoportable.
¿Son conscientes en la "clase política" de este efecto y sus
consecuencias? Ya no es cuestión de un partido u otro. Es el conjunto donde,
con raras y loables excepciones se valora la educación (las formas)
y los objetivos (la mejora de la sociedad en su conjunto). La democracia es el
arte de ponerse de acuerdo en las mejores soluciones a los problemas de todos.
Por contra, lo que vemos en una cacofonía insultante entre ellos y un insulto
complementario a la inteligencia de quienes les escuchan.
Lo que llega hoy a la política tiene poco que ver con muchas personalidades que llegaban hace tiempo tratando de aportar sus conocimientos previos, adquiridos en sus ámbitos laborales y personales. De catedráticos a juristas, pasando por todo tipo de profesionales que trataban de aportar algo positivo al sistema. Hoy las personas más valiosas huyen de la política
En algún momento esto se torció y empezaron a llegar personas atraídas por el efecto llamada de la mala educación. Los méritos selectivos estaban en la respuesta rápida, el insulto fácil y el sarcasmo con base de la selección. A esto se le añade, por supuesto, la obediencia, la sumisión absoluta al jefe de turno. Los partidos hoy son un centro de aplaudidores, ausencia absoluta de crítica.
Los
medios, además, lejos de recriminar esto a los que lo hacen, prolongan sus
peleas con las suyas propias en forma de debate, por llamarlo de alguna forma.
Igual que se selecciona a político agresivo y chillón, insultante, los perfiles
de muchos profesionales en los medios son seleccionados por su capacidad de ofrecer
un espectáculo complementario, una prolongación del político.
Entre
los políticos no existe un diálogo real, sino un espectáculo en el que tratan
de llamar la atención de las audiencias mediante todo tipo de excesos verbales,
incluso gestuales. La cámara les apunta y ellos cambian el gesto. No se dirigen
unos a otros, sino que tratan de proyectar una sensación negativa del otro. No
hablan de ellos mismos, carentes de ideas; el gran espectáculo está en
despellejar las ideas del otro, con fundamento o sin él. Todos parecen haber
asistido al mismo cursillo veraniego de "comunicación política", con
idéntico provecho y resultados. Al que no se deja llevar, le aburren e
indignan.
El problema real es que esto ahora se está transmitiendo a la calle. En gran medida, debido a las jugadas (visibles e invisibles) que los propios políticos crean para tapar su inoperancia, su incapacidad de ir más allá del insulto y alcanzar algún tipo de soluciones.
La
clase política necesita calentar la calle, que no sean ellos solos los que
actúen, sino que se amplié el protagonismo agresivo. La acción política se
desdobla entre las actuaciones ante las cámaras y demás medios y la respuesta
que se pide en las calles.
Nuestro peculiar reparto de poder —central, autonómico y municipal—, completado con el "reparto" mediático hace que el ruido no se agote, que se expanda y lleve los conflictos a la calle.
Ya sea
porque los ciudadanos no confían en los partidos (proliferan los grupos civiles)
y en las instituciones, lo cierto es que se está formando un clima peligroso o,
al menos desagradable. Vuelven a proliferar todo tipo de manifestaciones y los
gritos en las calles ya se igualan con los gritos en comisiones, cámaras e
instituciones; alcanzan ya a los platós y emisoras que aprovechan el caos para
atraer a sus audiencias alentándolos. Es un efecto de realimentación unos de
otros en una tormenta perfecta: políticos, calles y medios.
Esto no
tiene nada que ver con los debates políticos, ni con el derecho a la protesta o
a la libertad de expresión. Todo esto se ha convertido en un fin en sí mismo,
donde ya no importa la solución del problema o la contribución a solucionarlos,
sino el ruido por sí mismo.
Todo
ello en su conjunto es un síntoma de decadencia política del sistema y, lo que
es peor, un empeoramiento de la salud democrática. Las nuevas generaciones
crecen alejándose de un espectáculo que no acaban de entender o lo malinterpretan
sumándose a una violencia ambiental creciente.
La
acumulación de errores y chapuzas, del apagón a los bosques incendiados,
pasando por las danas, no son más que la muestra de que no están a lo que
deben, que los seleccionados para los cargos son incompetentes e incapaces de solucionar cualquier problema.
Quienes
se benefician más de todo esto son los más radicales, que se presentan como
alternativa al caos. Impugnan la mayor, la totalidad del sistema, mostrando que
los demás se desentienden de los problemas y solo ellos acabarán con los
conflictos. Se ofrecen para acabar con todo. Los jóvenes son sus principales
apoyos, a los que es más fácil atraer con demagogia.
Demasiado ruido, demasiada inoperancia, demasiados errores y chapuzas. Es necesario crear una democracia tranquila, de soluciones y no una mera exhibición de fallos y gritos. Las malas costumbres se aprenden rápido y son difíciles de erradicar.




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