viernes, 31 de octubre de 2025

Demasiado ruido, poco diálogo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El espectáculo bochornoso de la política española empieza a hacerse insoportable. ¿Son conscientes en la "clase política" de este efecto y sus consecuencias? Ya no es cuestión de un partido u otro. Es el conjunto donde, con raras y loables excepciones se valora la educación (las formas) y los objetivos (la mejora de la sociedad en su conjunto). La democracia es el arte de ponerse de acuerdo en las mejores soluciones a los problemas de todos. Por contra, lo que vemos en una cacofonía insultante entre ellos y un insulto complementario a la inteligencia de quienes les escuchan.

Lo que llega hoy a la política tiene poco que ver con muchas personalidades que llegaban hace tiempo tratando de aportar sus conocimientos previos, adquiridos en sus ámbitos laborales y personales. De catedráticos a juristas, pasando por todo tipo de profesionales que trataban de aportar algo positivo al sistema. Hoy las personas más valiosas huyen de la política

En algún momento esto se torció y empezaron a llegar personas atraídas por el efecto llamada de la mala educación. Los méritos selectivos estaban en la respuesta rápida, el insulto fácil y el sarcasmo con base de la selección. A esto se le añade, por supuesto, la obediencia, la sumisión absoluta al jefe de turno. Los partidos hoy son un centro de aplaudidores, ausencia absoluta de crítica.

Los medios, además, lejos de recriminar esto a los que lo hacen, prolongan sus peleas con las suyas propias en forma de debate, por llamarlo de alguna forma. Igual que se selecciona a político agresivo y chillón, insultante, los perfiles de muchos profesionales en los medios son seleccionados por su capacidad de ofrecer un espectáculo complementario, una prolongación del político.

Entre los políticos no existe un diálogo real, sino un espectáculo en el que tratan de llamar la atención de las audiencias mediante todo tipo de excesos verbales, incluso gestuales. La cámara les apunta y ellos cambian el gesto. No se dirigen unos a otros, sino que tratan de proyectar una sensación negativa del otro. No hablan de ellos mismos, carentes de ideas; el gran espectáculo está en despellejar las ideas del otro, con fundamento o sin él. Todos parecen haber asistido al mismo cursillo veraniego de "comunicación política", con idéntico provecho y resultados. Al que no se deja llevar, le aburren e indignan.

El problema real es que esto ahora se está transmitiendo a la calle. En gran medida, debido a las jugadas (visibles e invisibles) que los propios políticos crean para tapar su inoperancia, su incapacidad de ir más allá del insulto y alcanzar algún tipo de soluciones.

La clase política necesita calentar la calle, que no sean ellos solos los que actúen, sino que se amplié el protagonismo agresivo. La acción política se desdobla entre las actuaciones ante las cámaras y demás medios y la respuesta que se pide en las calles.

Nuestro peculiar reparto de poder —central, autonómico y municipal—, completado con el "reparto" mediático hace que el ruido no se agote, que se expanda y lleve los conflictos a la calle.

Ya sea porque los ciudadanos no confían en los partidos (proliferan los grupos civiles) y en las instituciones, lo cierto es que se está formando un clima peligroso o, al menos desagradable. Vuelven a proliferar todo tipo de manifestaciones y los gritos en las calles ya se igualan con los gritos en comisiones, cámaras e instituciones; alcanzan ya a los platós y emisoras que aprovechan el caos para atraer a sus audiencias alentándolos. Es un efecto de realimentación unos de otros en una tormenta perfecta: políticos, calles y medios.

Esto no tiene nada que ver con los debates políticos, ni con el derecho a la protesta o a la libertad de expresión. Todo esto se ha convertido en un fin en sí mismo, donde ya no importa la solución del problema o la contribución a solucionarlos, sino el ruido por sí mismo.

Todo ello en su conjunto es un síntoma de decadencia política del sistema y, lo que es peor, un empeoramiento de la salud democrática. Las nuevas generaciones crecen alejándose de un espectáculo que no acaban de entender o lo malinterpretan sumándose a una violencia ambiental creciente.

La acumulación de errores y chapuzas, del apagón a los bosques incendiados, pasando por las danas, no son más que la muestra de que no están a lo que deben, que los seleccionados para los cargos son incompetentes e  incapaces de solucionar cualquier problema.

Quienes se benefician más de todo esto son los más radicales, que se presentan como alternativa al caos. Impugnan la mayor, la totalidad del sistema, mostrando que los demás se desentienden de los problemas y solo ellos acabarán con los conflictos. Se ofrecen para acabar con todo. Los jóvenes son sus principales apoyos, a los que es más fácil atraer con demagogia.

Demasiado ruido, demasiada inoperancia, demasiados errores y chapuzas. Es necesario crear una democracia tranquila, de soluciones y no una mera exhibición de fallos y gritos. Las malas costumbres se aprenden rápido y son difíciles de erradicar. 

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