Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay algo que no me casa en la interpretación que se hace desde la SGAE de la situación de las artes en su informe anual. No me gusta tampoco la forma en que se interpreta el problema cuando se habla de "vencedores y vencidos" en cuanto al consumo cultural en el artículo de RTVE.es firmado por Esteban Ramón que lleva por título "La cultura tras la pandemia: del boom de los conciertos a la caída de las salas de cine"*.
Crecimiento de la música popular, lenta recuperación de las artes escénicas, y preocupación por las salas de cine. El Anuario SGAE 2025 de las artes escénicas, musicales y audiovisuales, presentado este viernes, revela los datos de 2024 y completa ya un largo estudio longitudinal de 25 ediciones en las que se pueden sacar conclusiones de las tendencias de consumo cultural de este siglo en España, el impacto de la crisis de 2008, y sobre todo, un panorama de vencedores y vencidos tras la pandemia.
“El impacto de la pandemia de covid ha provocado un miedo capas sociales de mayor edad y también un mayor atrevimiento en la juventud”, resume el presidente de la Fundación Sgae, Juan José Solana. “El miedo se ve en la escasa asistencia a espectáculos como teatro, sobre todo, y el cine. Y el atrevimiento provoca más afluencia a espectáculos musicales y de entretenimiento en general. Es algo como parecido a lo que ocurrió tras la II Guerra Mundial: olvidarse a base de mucho entretenimiento”.*
La idea de "vencedores y vencidos" tiene una serie de implicaciones bélicas que nos alejan de la realidad del problema, que se entiende en términos de "competencia" o "conflicto", una perspectiva perversa de interpretar la cuestión de las "artes", que deberían formularse como "negocios" escénicos, musicales y audiovisuales, que es el que se percibe como fondo. Es decir, se prescinde de un enfoque cultural en beneficio de una concepción competitiva en la que hay un total que gastar y unas formas de repartirlo. No hay ciudadanos más o menos cultos, simplemente formas de gastar en unos campos u otros. No es cuestión del gusto, sino del gasto.
De esta forma se hace girar todo sobre un factor lo suficientemente coherente, el efecto de la pandemia: las personas mayores no van al teatro o al cine por "miedo", mientras que los "atrevidos jóvenes" no tienen miedo por apretujarse en los macro conciertos, Simple, demasiado simple.
Si los adultos tuvieran "miedo" habría aumentado la producción y difusión de DVD, BD y 4K para ver el cine en sus casas, algo que no ha ocurrido. Más bien lo contrario, la posibilidad de comprar este tipo de discos con películas ha desaparecido porque los grandes comercios han eliminado sus secciones de cine. Simplemente, las han retirados. Uno de los grandes centros comerciales madrileños, como pude comprobar ayer mismo, ha hecho desaparecer definitivamente los estantes dedicados al cine. Estos años dejó dos estantes testimoniales. Ayer no quedaba nada de una sección en las que podías echar horas rebuscando entre los miles de películas. Ahora tienes que buscar en su página web en la que el material cinematográfico que ofrecen proviene en su mayoría de otras empresas. Simplemente: han hecho desaparecer el cine de sus estantes.
El aspecto económico de esta situación cultural lleva a la competencia entre sectores por captar atención y dinero. Podemos poner la pandemia como excusa, pero la realidad no encaja bien. Si es la "seguridad" lo que prima, debería crecer la oferta para dispositivos caseros, algo que no ocurre, que vemos desaparecer de los estantes, a menos que se argumente que los adultos también tienen miedo a entrar en unos grandes almacenes o tiendas a comprar.
A lo que asistimos realmente es a una feroz lucha por lo que hay en los bolsillos en medio de una gran crisis económica y cultural. Es económica porque se resuelve finalmente en compras, ya sean de entradas o de discos; es cultural porque nos dirige hacia determinadas zonas y las aleja de otras. Esta misma mañana se emitía un programa para dar cuentas de la situación digital de los comics y se daba como explicación que los dibujos digitalizados evitan esa molesta situación de tener que "leer". La reciente polémica con una "influencer" que decía que eso de los libros era poco más o menos que una cuestión de ego, de sentirse superior y que estaba sobrevalorado leer nos da pistas de por dónde van los tiros.
No hablamos de cultura. Nuestra sociedad es cada vez más inculta, lo que ya no es visto como un problema si el problema, por ejemplo, es tener que leer, ver "viejas" películas o escuchar viejas canciones.
Hemos construido una sociedad del consumo instantáneo y que se vuelca en el momento. ¿Hay algo más efímero que un concierto, algo que pondere la pertenencia grupal (no se va solo al concierto), el sentido colectivo? Volcarse en el momento quiere decir que no existe sentido de la pertenencia más que al grupo o tribu, que no se amplía el sentido más allá del presente. La palabra "pasado", junto con "ideas", "legado", etc. configuran el marco de lo perdido. Una vez pregunté en esos mismos almacenes por un libro y al decirles la fecha, cuatro o cinco años atrás, me dijeron que no lo tenían porque era "muy antiguo". La etiqueta de "antiguo", que antes podía entenderse como un valor añadido, ahora tiene un sentido despectivo, de obsolescencia. Por supuesto, me han dicho, lo que no se pide se destruye, se hace desaparecer porque ocupa "espacio", lo peor que puede ocurrir.
Hemos perdido nuestro sentido de lo que debe ser una persona culta. Solo contemplamos la dimensión del consumo y este lo dirigimos de forma sutil a través de esa herramienta que son las redes sociales y los influencers, que son solo un invento para salvar el olvido de los medios tradicionales.
Los ministerios y consejerías de Cultura solo actúan para repartir subvenciones y promociones. No hay una idea estable de lo que significa ser culto, sobre cuál ha de ser su repertorio. El papel que debería cumplir el sistema educativo se incumple en beneficio de una idea de dirección hacia el empleo y la eficacia en un sentido estrictamente laboral. No formamos personas, sino futuros empleados, aunque el destino final se atender la barra de un bar o servir a los turistas en sus mesas.
El mundo de la cultura tenía un sentido responsable hace unas décadas. Hoy se identifica con el consumo y se diseñan y fabrican sus piezas. Pasamos de una a la siguiente. No hay conciencia de la cultura como un fondo en el que crece la persona.
Esto se refleja en muchas cosas que vemos, del acoso a los suicidios, de las violaciones a las estafas a los más débiles, del maltrato al desprecio a los mayores, considerados como cargas. La cultura, por supuesto, no es la panacea, pero si un contrapeso a toda esta barbarie, en sentido físico y moral, a la que asistimos cada día, lo que incluye la "barbarie política", incluido la falsificación de títulos universitarios y la incitación directa o indirecta a la violencia y la ausencia de diálogo.
Si la cultura nos da racionalidad, sentido crítico, la barbarie del consumo instantáneo nos trae justo lo contrario. Ya sea por la política o por la incitación al consumo, somos más manipulables, lo que nos lleva a las urnas, a viajar a un país remoto o a una compra impulsiva. En los periodos intermedios, nuestros ojos se desplazan por las pantallas de nuestros teléfonos en busca de algo que mirar, algo diseñado para mantener nuestra atención y nuestra vida con "sentido" hasta el episodio siguiente.
Necesitamos reflexionar sobre nuestros modelos de persona, de sociedad y de cultura. Es urgente porque esta es ya la segunda generación, la de los que han crecido en casas en las que no hay libros, no se ven películas ("soy más de series"), no se va a las salas, etc. Solo se vive en un tiempo puntual, no lineal; un tiempo sin historia, sin legado, sin más valor que el de la novedad.
La idea misma de "industrias culturales" intentaba definir el cambio y la actitud. Nosotros vemos los resultados. Lo podemos comprobar en las preguntas que se nos dirigen cada día en las aulas, resultado del desconocimiento más absoluto de lo que ha ocurrido antes en cualquier dimensión. La cultura es interconexión; unas cosas nos sirven para comprender otras. Sin ello, sencillamente, no entendemos nada. La cuestión es entonces ¿hay algo que comprender más allá del consumo?
Mucho me temo que las personas colocadas en las instituciones culturales públicas y privadas están más pendientes del beneficio económico que del beneficio cultural. Y esto supone que lo que no sea rentable desaparece, incluido el cine, las salas, etc. Tienen que crearse instituciones que ponderen y defiendan otro concepto de la cultura. Es una necesidad urgente.
El Covid simplemente aceleró un problema que ya estaba sobre la mesa. Podemos contentarnos con echarle la culpa, pero la realidad es más compleja y hay mucho de nuestra responsabilidad, de la política a la educación pasando por los propios responsables de las "industrias" a los que les importa poco la cultura en sí. Los mayores "tienen miedo", los jóvenes son osados apenas explica nada y asegura que por ahora no hay solución a algo que no se considera problema.
* Esteban Ramón "La cultura tras la pandemia: del boom de los conciertos a la caída de las salas de cine" RTVE.es 17/10/2015 https://www.rtve.es/noticias/20251017/cultura-tras-pandemia-del-boom-conciertos-a-caida-salas-cine/16775529.shtml






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