Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿En qué
momento pierden los gobernantes el sentido de la realidad? ¿En qué momento
comienzan a vivir en un mundo distinto al nuestro? A las 6 de la mañana, cada
día, suena el despertador y enciendo el televisor para escuchar las primeras
noticias de la mañana. Siempre hay un momento de temor del que el mundo haya
ido a peor, que Israel siga bombardeando, que a Putin se le haya ocurrido una
nueva maldad, a que Biden se haya caído al bajar de un avión, a que nos hayamos
enfadado con otro país de Hispanoamérica, de nuevas lluvias torrenciales, etc.
Esta
mañana nos mostraron a un señor que vivía, por contra, en el País de las
Maravillas. Todo estaba en "su mejor momento en décadas", "pese
a guerras, pandemias", etc. Con mis ojos todavía somnolientos, pude verlo,
pude ver su nombre escrito en el rótulo. Era nuestro presidente Sánchez, Pedro
Sánchez.
Aquel país que describía en su visita a Nueva York para la asamblea anual de Naciones Unidas era el nuestro. Con "nuestro" me refiero al suyo y el mío, no al de Pedro Sánchez. Usted y yo vivimos en un mismo país; Pedro Sánchez ha acabado fabricando un país del que vuelve periódicamente a contarnos cómo es, lo bien que funciona, la envidia que nos tienen todos.
Sánchez
engrosa así la lista de los habitantes de esos países imaginarios, como los de Alicia, Billy
Wonka y otros, que lograron huir de la realidad y volver de la fantasía para
contárnosla, Si Maduro puede trasladar la Navidad a octubre, ¿por qué debemos
privarnos de ese tipo de privilegios? ¿Y por qué no debemos contarlos a los
cuatro vientos desde Naciones Unidas?
En el
país descrito por Sánchez el turismo no
suscita protestas de nadie porque lo encarezca todo, no hay problemas de
vivienda y todos los sueldos permiten alquilar pisos, los jóvenes se emancipan
pronto porque disponen trabajos estables. El sistema educativo
nos deja una cultura sobrada para ir por la vida y los estudios realizados
hacen que encontremos los trabajos adecuados a nuestra formación... En fin, un
país tan feliz que todos quieren venir y el que se marcha es por inadaptado o
envidioso.
A Pedro
Sánchez no le importa que su hermano y su esposa estén investigados, que no
consiga los votos para sacar adelante sus proyectos porque sus socios de
gobierno se niegan; tampoco que esté en conflictos con la mitad de las
Autonomías... y un sinfín de problemas que no lo son para Pedro Sánchez.
Los
españoles estamos acostumbrados a estos países de ensueño en el que viven con
música de violines los presidentes príncipes azules.
Me viene a la mente la historia del joven Buda, quien ,aislado en su palacio desde su nacimiento, creía que no existía el dolor ni el sufrimiento. Un día, camuflado, se escapó de palacio y se enteró de lo que vale un peine. Visto lo visto, el dolor y el sufrimiento se convirtieron en el centro de la cuestión. ¿Escapará Sánchez a lo Buda, camuflado? ¿Saldrá de La Moncloa con su disfraz y se mezclará entre las gentes?
No sé
si Sánchez es consciente de los problemas reales y de cómo afecta a la gente
real en el país real. Muchos habrán considerado su descripción del país como
feliz en exceso hiriente, casi un insulto. Otros se habrán encogido de hombros
en la cola del desempleo, en la del banco para solicitar un crédito o mientras
pedalean como repartidores. Algunos, pocos, habrán aplaudido esa realidad feliz de la que disfrutan.
No hay que ser optimista o pesimista. Un gobernante debe ser realista, algo difícil. Pero también es difícil que alguien arregle los problemas cuya existencia niega.
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