Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer
hablábamos de las migraciones y de las desgracias que acompañan el proceso, de los
abusos y la necesidad de comprensión apelando a nuestro propio pasado migrante.
Pocas horas después se producía una estremecedora desgracia de nuevas muertes
en el mar.
Los
titulares lo reflejan en los medios: "La Ruta Canaria suma una nueva
desgracia con 48 muertos en un cayuco que ha volcado cerca de El Hierro" (ABC),
"Al menos nueve muertos y 48 desaparecidos tras volcar un cayuco frente a
las costas de El Hierro" (RTVE.es), "Canarias suplica ayuda tras el
naufragio en El Hierro que ya es la peor tragedia migratoria de su historia:
"No podemos soportar más"" (20minutos), "Relato de una
tragedia en Canarias: “Se oían los gritos en plena noche”" (El País), algunos
medios importantes revisados hoy ignoran el suceso. Para ellos no ha existido o
no tiene importancia informativa.
Como se
puede apreciar, la valoración va desde "nueva desgracia" a "peor
tragedia", mostrando distintas percepciones de esta situación dantesca de
un pánico colectivo tras varios días a la deriva y sin alimentos. "No
saben nadar", nos dicen como explicación de lo ocurrido. Es difícil
imaginar lo que se siente en esos cayucos, hacinados, con miedo que estalla en
pánico.
Pero el
máximo aprovechamiento, indicábamos ayer, se logra en los que consiguen
"preocupar" a la población ante la llega de inmigrantes, presentados
como una especie de seres cuyo objetivo es nuestra destrucción, la de nuestro
orden y cultura, Como hace Trump, que es en gran parte el modelo, presenta al
que llega de fuera como un criminal, alguien de quien se deben defender para
evitar esa destrucción del orden perfecto.
Se
echan de menos los planes para una recepción normalizada de los que llegan y no
presentarlos como causantes de desorden y peligro.
Desgraciadamente,
la inmigración se ha convertido en causa de disputa política, como vemos en
determinados países europeos, en los que produce una escisión social. La
noticia de la victoria del partido inti migración de la ultraderecha en Austria
es una más de las que nos llegan con cada elección que se produce. El discurso
inti inmigración es fácil de articular y más sencillo que muchos otros
políticos. Por encima del drama humano que supone, el salto al vacío, son las
diferencias lo que se exponen, reales o inventadas.
No se
expresa la mayoría de las veces el drama del que huyen, lo que supone que
familias enteras, mujeres con bebés o embarazadas, se lancen a una aventura
peligrosa de cientos o miles de kilómetros hasta llegar a una playa en las que
suben hacinados a un cayuco en el que son abandonados a su suerte. Por el
camino han sufrido todo tipo de abusos y vejaciones, explotaciones físicas y
económicas, a manos de mafias locales.
Más
allá de la cuestión de la legalidad de la migración está el drama humano al que
no podemos hacer oídos sordos que nos llevaría a nuestra propia deshumanización.
La realidad de lo humano, la dignidad de toda vida está por encima de muchas
cosas que se construyen sobre ella... o al margen.
Vimos
los llamamientos en los Estados Unidos por parte del entonces presidente, Donald Trump, a acudir con
armas a vigilar las fronteras, a disparar los que intentan pasar al "paraíso"
de los privilegiados. Lo hace recorriendo un largo camino igualmente de
vejaciones, malos tratos, robos, etc.
Los
flujos están muchas veces creados como cadenas de abusos en los que las mafias
locales, muchas veces en connivencia con las autoridades locales
—indistinguible a veces— explotan a los que siguen adelante hasta llegar a ese
mar tras el que nos encontramos nosotros.
El drama africano, como el americano, es el de la ruta de la pobreza a otras formas de explotación. La riqueza se ha conseguido muchas veces con el trato con dictaduras y gobiernos corruptos que hacen que proliferen esas mafias, que buscan la salida de parte de su población para el reenvío de capitales a las familias que se quedan y que contribuyen a la entrada de dinero en sus países.
Lo que vemos es la dramática punta del iceberg de una situación inhumana en sus propios países. No se les puede pedir que permanezcan en ellos si no se modifica esa situación de pobreza, de explotación y represión de cualquier intento de cambio. La gente no se va de su país a hacer turismo (a esos los recibimos bien); se va por desesperación, por ausencia de oportunidades.
Por
supuesto —ya lo decíamos ayer— hay que regular la inmigración. Pero lo que hay
que hacer es afrontar con realismo, inteligencia y humanidad la situación
actual. Casos como los de ayer no se deberían repetir y, sin embargo, se
repetirán. Las quejas entre administraciones no son más que lamentos tratando
de no enfrentarse a la realidad lanzando hacia arriba los problemas. La crueldad
de la situación solo es equiparable a la falta de acierto. Habrá gente
comprometida, gente que se deja la piel ante el drama humano, pero no es lo
general ni lo adecuado. El temor político a ser atacados por "efectos
llamada", "debilidad", etc. pesa mucho a la hora de actuar y
encontrar soluciones humanitarias, que deberían ser lo principal.
Somos, nos dicen los estudios, de los países europeos con un mayor porcentaje de personas nacidas fuera de España, un 18%. Con todo, nuestra España envejecida y vaciada necesita de población ante nuestro problema demográfico. Más allá de todo esto están las vidas de las personas, los que el mar se traga ante nuestros ojos.
Hace
falta un plan integral, algún tipo de sistema que maneje la complejidad del
conjunto. Hay que construir un sistema entre todos que nos permita mirarnos al espejo por
encima de cualquier otra consideración. No podemos seguir viendo desaparecer
ante nuestros ojos cincuenta personas, hundirse ante nosotros, sin ser capaces
de hacer nada.
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