Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Recupero
para el camino de vuelta a casa un texto de las estanterías de mi despacho en la
Facultad. Es una edición de una conferencia —aunque el autor se niega a darle
ese estatus— dada en 2005 en el Foro de la UCM, titulada "Democracia y Universidad". El autor es el premio Nobel portugués, José Saramago, quien
presume en la misma de no haber pasado por la Universidad, pero ser llamado por
ellas como premiado escritor.
En la
primera parte de la "charla" nos habla del destino cambiante de las
palabras en el tiempo, de cómo una veces significan algo y después cambian su
sentido. Nos habla también de errores de las palabras, como el uso que se le da
a "educación", cuando es algo distinto a lo que se debería usar,
"instrucción", que es lo que las instituciones y los profesionales
deben hacer, instruir. "Educar", en cambio, ni es su papel ni pueden
hacerlo por más que lo intenten.
Enlazo
lo dicho por Saramago con un tema habitual en nuestras comidas universitarias,
un espacio parea casi todo, incluido lo que nos encontramos cada año en las
aulas. Hoy ha sido un día especialmente de debate en este sentido.
En la
lectura de Saramago, me quedo con una gran verdad que nos lleva a lo dicho en su
conferencia y en nuestra sobremesa:
No hay solución para la universidad, para sus problemas, si no se encuentra solución antes a los problemas de la enseñanza primaria y media; todo es un bloque homogéneo y coherente, tanto en lo bueno como en lo malo. A la universidad tendrían que llegar alumnos instruidos y educados. ¿Cómo hacerlo? Habrá que encontrar las fórmulas. Lo contrario es no respetarse, jugar con malas cartas una partida que no puede acabar bien. Y recordemos que la mesa de juego es la sociedad. (35-36)
Lo que
plantea Saramago es cierto, no por ello sencillo de resolver. El problema con
que nos encontramos los universitarios es precisamente la dependencia que
encontramos para nuestro trabajo de "instrucción", de la doble
transmisión del conocimiento y una cierta actitud, un cierto espíritu crítico,
cuando precisamente nos encontramos con fuerzas que van en la dirección
contraria.
No se trata en absoluto de liberar de su responsabilidad a la Universidad; la tiene... y mucha.
La
crisis, por decirlo así, es del sistema y abarca desde sus primeros escalones
hasta los últimos. Desgraciadamente no hace falta un exceso de sentido crítico para percibirlo.
En estos años, profesores jóvenes han vuelto al borde de la desesperación del
aula al darse cuenta de la distancia existente entre ellos y los que están
sentados en sus aulas.
Lo que
se reduce es la idea de ambición, de deseo de aprender, de ir más allá, que
debería estar presente en un porcentaje suficiente entre el alumnado. Sin embargo, esto no ocurre. Hay
como una especie de anestesia general, la muerte del deseo de saber, la idea de
que el "saber" solo es "conocimiento", algo que existe
fuera de nosotros y a lo que se puede acceder en cualquier momento.
La idea
de que el conocimiento es algo exterior y almacenable fuera ataca la principal
función de la educación y de la instrucción: la transformación de la persona.
Hay una extraña distancia que hace creer que el individuo viaja en el tiempo
accediendo a los conocimientos que necesita y deshaciéndose de ellos cuando no
le hacen falta. Es un efecto del llamado presentismo, que es uno de los males
actuales.
La cuestión es ya muy seria y debe comenzar, como bien señalaba Saramago, desde el inicio mismo de los procesos de instrucción y educación, por respetar la distinción hecha por el escritor, que señala:
La universidad es el último tramo formativo en el que el estudiante se puede convertir, con plena conciencia, en ciudadano; es el lugar de debate donde, por definición, el espíritu crítico tiene que florecer: un lugar de confrontación, no una isla donde el alumno desembarca para salir con un diploma. (36)
Comparto la idea de Saramago: la Universidad no solo instruye, sino que debe formar "ciudadanos", una categoría que le sirve para afrontar la idea de democracia, el segundo concepto de la conferencia,
Han pasado casi veinte años. La gravedad ha ido en aumento y, lo que es peor, nos hemos ido acostumbrado a esta degradación cultural y cívica. Las ideas suplementarias de la IA y de los archivos de las redes no hacen sino agudizar esa idea. De las aulas salen "empleados" eficientes y menos "ciudadanos", críticos tal como señala Saramago. Cada vez esos empleados son menos necesarios ante los procesos de automatización. Queda frustración, ira y un desconcierto crecientes.
Hay mucho por hacer.
—
Saramago, José (2005) Democracia y
Universidad. Foro Complutense, Universidad Complutense de Madrid, 76 pp.
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