sábado, 28 de septiembre de 2024

Las migraciones

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Las primeras páginas de todos los medios hablan de la emigración, convertida ahora en la primera preocupación de los españoles. Corrijo: los medios no nos hablan de la emigración, nos hablan del número de personas que llegan en cayucos, de los que mueren por el camino, de las mafias, de los que no caben en los centros de recepción, de los menores no acompañados, etc. ¿Es de extrañar que sea la "inmigración" la primera causa de preocupación? Pero ¿qué significa "preocuparse"? ¿Se preocupa de la misma manera el ultraderechista que ve una "invasión" que el solidario frente a la aventura que supone meterse en un cayuco con un bebé en los brazos? ¿Se preocupa de igual manera el que piensa que le quitan el puesto de trabajo que quien se enfada por la proliferación de mafias explotadoras? Evidentemente, preocupación significa muchas cosas. Y es indudable el papel de los medios en este círculo vicioso de información y reacción.

Se echa en falta —al menos no lo veo— el recuerdo de España como reciente país migratorio. Nuestro olvido de la historia, especialmente entre los jóvenes a los que les parece algo muy lejano o inexistente, algo de otro mundo.

Pues sí, España fue también un país de emigrantes, nos solo los obvios a América, donde se nos llama "gallegos" por algo en Argentina o a país como Venezuela, acogedora de canarios. Existe una emigración española por Europa antes de que pasáramos a ser miembros de la Unión Europea, algo reciente.

La migración española hacia Europa se nos ha olvidado. La España pobre y rural, de la boina y el arado es nuestra realidad hasta que empieza el llamado "desarrollo". Hasta que esa nueva España se consolidad, millones de españoles se reparten por el mundo a trabajar en los países ricos que necesitan de pobres para su propio desarrollo. Ya no son los exiliados políticos de guerra y posguerra, sino los que no encuentran trabajo y se lanzan al mundo, al lo que sea, que son aprovechados sus dineros que envían a casa para sostener a sus familias.

Estoy releyendo el siempre importante y esclarecedor trabajo de Alvin Toffler, El shock del futuro, obra publicada en 1970, en el que podemos leer en el capítulo dedicado a la movilidad creciente de ese mundo cambiante y acelerado: 

Acuden a millares desde Argelia, España, Portugal, Yugoslavia y Turquía. Todos los viernes por la tarde, mil obreros turcos toman el tren en Estambul para dirigirse a las tierras prometidas del Norte. La cavernosa estación terminal de Múnich se ha convertido en punto de desembarco de muchos de aquéllos, y en dicha ciudad se publica ahora un periódico en lengua turca. En la enorme fábrica «Ford», de Colonia, más de una cuarta parte de los obreros son turcos. Otros extranjeros se desparramaron por Suiza, Francia, Inglaterra, Dinamarca y Suecia. No hace mucho, en la ciudad del siglo XX de Pangboune, Inglaterra, camareros españoles nos sirvieron a mi esposa y a mí. Y en Estocolmo visitamos el «Vivel» restaurante de la ciudad baja que se ha convertido en punto de reunión de los emigrados españoles que ansían música flamenca mientras comen. No había allí ningún sueco; salvo unos cuantos argelinos y nosotros, todo el mundo hablaba español. Por consiguiente, no me sorprendió descubrir que los actuales sociólogos suecos discuten acaloradamente si las poblaciones obreras extranjeras deben ser absorbidas por la cultura sueca o animadas a conservar sus propias tradiciones culturales; precisamente la misma disputa en que se enzarzaron los técnicos sociales americanos en el gran período de libre inmigración en los Estados Unidos.*

Es un simple apunte, pero muy significativo de una realidad migratoria relativamente reciente. Españoles y turcos forman parte de ese tejido que se expande mayoritariamente por la Europa rica.

Recordamos haber tratado aquí el problema que suponía para el gobierno alemán la ida no hace mucho de Recep Tayyip Erdogan a Alemania a dar mítines electorales para los comicios turcos. Alemania está llena de turcos que se quedaron allí más tiempo que los españoles que regresaron cuando nuestro país prospero.

Ahora somos país receptor de migrantes y eso nos "preocupa". Nuestro pasado migratorio debería ser un recordatorio sensible sobre en qué debemos depositar nuestra "preocupación".

Hoy muchos de nuestros más meritorios jóvenes emprenden viaje hacia zonas en las que pueden desarrollar su formación ante la falta de oportunidades aquí. Es una exportación de lujo, una pérdida de "capacidad" de producción por nuestro techo de cristal en muchos sectores de vanguardia. Aquí hemos manifestado nuestro rechazo a eso que llaman la "sobrecualificación", que no es más que una condena por parte del tejido empresarial a la formación avanzada. 

La triste realidad es que nuestra pobre oferta intelectual de trabajo es parte del negocio turístico, al que le sobran los estudios por innecesarios. Mucha de esa mano de obra necesitada es cubierta por la inmigración que viene huyendo de una pobreza más intensa y ve nuestras oportunidades como más valiosas que las que sus propios países les ofrecen. Por eso es importante recordar nuestro pasado y trabajar sobre nuestro presente, sobre lo que ofrece a propios y extraños. Estamos ignorando el debate sobre el modelo de país que necesitamos. Nos están dirigiendo a un modelo de forma que parezca "imposible" cualquier otro. Hoy vemos las consecuencias del modelo turístico, lo que deja fuera como posibilidades. Intereses empresariales y políticos se imponen a un futuro modelo distinto del actual.

No podemos convertir ese drama humano que supone la huida de la muerte, de enfermedades, de la represión, etc. en juego político o en retórica hueca. Debemos entender sus raíces y consecuencias, muchas veces fruto de nuestra inoperancia e insensibilidad.

La movilidad, tal como la trataba Alvin Toffler, implicaba el desarraigo, pero esa huida en busca de futuro no siempre es por ambición de mejoras sino por mera supervivencia, No se trata de construir vallas más altas o refuerzos policiales, sino de crear oportunidades para la supervivencia allí donde no las hay. La mejor forma de convivencia es la creación de un mundo con desarrollo más equilibrado. Desgraciadamente, ya sea por oportunismo político, por manipulación, etc. se busca responsabilizar a los que huyen de la pobreza de la nuestra o de cualquier otro problema.

Por supuesto que hay también problemas, pero sobre eso es sobre lo que hay que trabajar. Los medios no hablan tanto de eso. Solo cuentan los que bajan de cada cayuco, los cadáveres que se encuentran en el mar o llegan arrastrados a las playas. Poco más.

Hay demasiada demagogia con un drama humano de este calibre.

* Toffler, Alvin (1970): El shock del futuro. trad. de J. Ferrer Aleu.

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