Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las
primeras páginas de todos los medios hablan de la emigración, convertida ahora
en la primera preocupación de los españoles. Corrijo: los medios no nos hablan
de la emigración, nos hablan del número
de personas que llegan en cayucos, de los que mueren por el camino, de las
mafias, de los que no caben en los centros de recepción, de los menores no
acompañados, etc. ¿Es de extrañar que sea la "inmigración" la primera
causa de preocupación? Pero ¿qué significa "preocuparse"? ¿Se
preocupa de la misma manera el ultraderechista que ve una "invasión" que
el solidario frente a la aventura que supone meterse en un cayuco con un bebé
en los brazos? ¿Se preocupa de igual
manera el que piensa que le quitan el puesto de trabajo que quien se enfada por
la proliferación de mafias explotadoras? Evidentemente, preocupación significa
muchas cosas. Y es indudable el papel de los medios en este círculo vicioso de
información y reacción.
Se echa
en falta —al menos no lo veo— el recuerdo de España como reciente país
migratorio. Nuestro olvido de la historia, especialmente entre los jóvenes a
los que les parece algo muy lejano o inexistente, algo de otro mundo.
Pues
sí, España fue también un país de emigrantes, nos solo los obvios a América,
donde se nos llama "gallegos" por algo en Argentina o a país como
Venezuela, acogedora de canarios. Existe una emigración española por Europa
antes de que pasáramos a ser miembros de la Unión Europea, algo reciente.
La
migración española hacia Europa se nos ha olvidado. La España pobre y rural, de
la boina y el arado es nuestra realidad hasta que empieza el llamado
"desarrollo". Hasta que esa nueva España se consolidad, millones de
españoles se reparten por el mundo a trabajar en los países ricos que necesitan
de pobres para su propio desarrollo. Ya no son los exiliados políticos de
guerra y posguerra, sino los que no encuentran trabajo y se lanzan al mundo, al
lo que sea, que son aprovechados sus dineros que envían a casa para sostener a
sus familias.
Estoy releyendo el siempre importante y esclarecedor trabajo de Alvin Toffler, El shock del futuro, obra publicada en 1970, en el que podemos leer en el capítulo dedicado a la movilidad creciente de ese mundo cambiante y acelerado:
Acuden a millares desde Argelia, España,
Portugal, Yugoslavia y Turquía. Todos los viernes por la tarde, mil obreros
turcos toman el tren en Estambul para dirigirse a las tierras prometidas del
Norte. La cavernosa estación terminal de Múnich se ha convertido en punto de
desembarco de muchos de aquéllos, y en dicha ciudad se publica ahora un
periódico en lengua turca. En la enorme fábrica «Ford», de Colonia, más de una
cuarta parte de los obreros son turcos. Otros extranjeros se desparramaron por
Suiza, Francia, Inglaterra, Dinamarca y Suecia. No hace mucho, en la ciudad del
siglo XX de Pangboune, Inglaterra, camareros españoles nos sirvieron a mi
esposa y a mí. Y en Estocolmo visitamos el «Vivel» restaurante de la ciudad
baja que se ha convertido en punto de reunión de los emigrados españoles que
ansían música flamenca mientras comen. No había allí ningún sueco; salvo unos
cuantos argelinos y nosotros, todo el mundo hablaba español. Por consiguiente,
no me sorprendió descubrir que los actuales sociólogos suecos discuten
acaloradamente si las poblaciones obreras extranjeras deben ser absorbidas por
la cultura sueca o animadas a conservar sus propias tradiciones culturales;
precisamente la misma disputa en que se enzarzaron los técnicos sociales
americanos en el gran período de libre inmigración en los Estados Unidos.*
Es un
simple apunte, pero muy significativo de una realidad migratoria relativamente
reciente. Españoles y turcos forman parte de ese tejido que se expande
mayoritariamente por la Europa rica.
Recordamos
haber tratado aquí el problema que suponía para el gobierno alemán la ida no
hace mucho de Recep Tayyip Erdogan a Alemania a dar mítines electorales para
los comicios turcos. Alemania está llena de turcos que se quedaron allí más
tiempo que los españoles que regresaron cuando nuestro país prospero.
Ahora somos país receptor de migrantes y eso nos "preocupa". Nuestro pasado migratorio debería ser un recordatorio sensible sobre en qué debemos depositar nuestra "preocupación".
Hoy muchos de nuestros más meritorios jóvenes emprenden viaje hacia zonas en las que pueden desarrollar su formación ante la falta de oportunidades aquí. Es una exportación de lujo, una pérdida de "capacidad" de producción por nuestro techo de cristal en muchos sectores de vanguardia. Aquí hemos manifestado nuestro rechazo a eso que llaman la "sobrecualificación", que no es más que una condena por parte del tejido empresarial a la formación avanzada.
La triste realidad es que nuestra
pobre oferta intelectual de trabajo es parte del negocio turístico, al que le sobran los estudios por innecesarios.
Mucha de esa mano de obra necesitada es cubierta por la inmigración que viene
huyendo de una pobreza más intensa y ve nuestras oportunidades como más
valiosas que las que sus propios países les ofrecen. Por eso es importante
recordar nuestro pasado y trabajar sobre nuestro presente, sobre lo que ofrece
a propios y extraños. Estamos ignorando el debate sobre el modelo de país que
necesitamos. Nos están dirigiendo a un modelo de forma que parezca
"imposible" cualquier otro. Hoy vemos las consecuencias del modelo
turístico, lo que deja fuera como posibilidades. Intereses empresariales y
políticos se imponen a un futuro modelo distinto del actual.
No
podemos convertir ese drama humano que supone la huida de la muerte, de enfermedades,
de la represión, etc. en juego político o en retórica hueca. Debemos entender
sus raíces y consecuencias, muchas veces fruto de nuestra inoperancia e
insensibilidad.
La
movilidad, tal como la trataba Alvin Toffler, implicaba el desarraigo, pero esa
huida en busca de futuro no siempre es por ambición de mejoras sino por mera supervivencia,
No se trata de construir vallas más altas o refuerzos policiales, sino de crear
oportunidades para la supervivencia allí donde no las hay. La mejor forma de
convivencia es la creación de un mundo con desarrollo más equilibrado.
Desgraciadamente, ya sea por oportunismo político, por manipulación, etc. se busca
responsabilizar a los que huyen de la pobreza de la nuestra o de cualquier otro
problema.
Por
supuesto que hay también problemas, pero sobre eso es sobre lo que hay que
trabajar. Los medios no hablan tanto de eso. Solo cuentan los que bajan de cada
cayuco, los cadáveres que se encuentran en el mar o llegan arrastrados a las
playas. Poco más.
Hay demasiada demagogia con un drama humano de este calibre.
* Toffler, Alvin (1970): El shock del
futuro. trad. de J. Ferrer Aleu.
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