Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé
cómo encajarán los negacionistas de la violencia de género las dos noticias que
están hoy en nuestras portadas. A los crímenes que se cometen cada día, hay que
añadir en la contabilidad, estos dos casos: el de Gisèle Pélicot, la mujer vendida por su
marido durante años mediante sumisión química* y el de la atleta Rebecca
Cheptegei, recién fallecida, quemada viva por su novio**
Los dos
desgraciados casos representan los extremos de las dos modalidades, la del largo
camino de abusos, perfectamente planificado y ejecutado durante décadas y de la
explosión de violencia que lleva a comprar gasolina y esperar su regreso a casa
para rociarla y prenderla.
Los dos
casos son variantes extremas de una misma forma de violencia que comienza con
la negación de la humanidad de la mujer, con su conversión en un ser degradado,
deshumanizado, una pieza al servicio absoluto del varón, con control total de
su destino.
En el
caso ocurrido en Francia, cuesta reconocer el grado de maldad necesario para
hacerlo por parte de esa extraña comunidad agresora alrededor de la víctima. En
20minutos se nos dice sobre el caso:
Gisèle Pélicot, la mujer a la que su marido drogaba para que otros hombres la violaran, ha declarado este jueves en el macrojuicio que se celebra en Aviñón (sureste de Francia) contra 51 acusados, en el que ha querido que el proceso se haga en público para que "se sepa todo" y ninguna otra mujer sufra una sumisión química. "Para mí el mal está hecho", ha señalado la víctima, que ha renunciado a que todo se hiciera a puerta cerrada "en nombre de todas esas mujeres que tal vez nunca serán reconocidas como víctimas".
Gisèle, de 71 años y que desconocía lo que su esposo hacía con ella, ha dicho en su primera intervención ante el Tribunal de lo Criminal de Vaucluse que los policías le salvaron la vida "al investigar en el ordenador del señor P.", que es como se ha referido a su esposo, con el que está en proceso de divorcio. "Durante cincuenta años siempre apoyé a mi marido y en ese tiempo nos mantuvimos unidos", ha señalado antes de puntualizar que su mundo "se hundió" el 2 de noviembre de 2020, cuando los convocaron a los dos en comisaría y le enseñaron las imágenes que le habían descubierto.
La mujer también ha relatado que en un primer momento le costó reconocerse, que se vio "inerte", "dormida" y que se dio cuenta de cómo abusaban de ella. "Violación no es la palabra correcta, es barbarie. No son escenas de sexo, son escenas de violaciones. Hay dos o tres encima de mí y yo estoy inerte", ha aseverado. "Me sacrificaron ante el altar del vicio", ha agregado rotunda. *
Es difícil asimilar esto, esta "barbarie", tal como la define correctamente la víctima. Es muy difícil dar sentido pleno al significado "hundimiento del mundo "a ese descubrimiento de la víctima cuando le enseñan ese otro lado, el oscuro y desconocido de su propia vida. No se puede imaginar si quiera.
En el texto se nos dice sobre su estado:
En la declaración, la septuagenaria, que sufre enfermedades de transmisión sexual por las violaciones, además de trastorno de estrés postraumático con ideas suicidas, no ha dudado en reconocer que en su interior es "un campo de ruinas", a la vez que ha pedido que la Justicia sea ejemplar con el que fue su esposo y el resto de acusados. "Cuando me enteré de todo lo único que quería era desaparecer", ha afirmado.*
Sí, es
muy difícil imaginarlo y más todavía aceptarlo.
La
cuestión ya no es que su marido sea un monstruo. Los cincuenta y uno que han sido identificados pasarán por el banquillo son un fenómeno individual y social que
hay que desentrañar, un reto social de asimilación primero y de explicación
después.
Aquí
insistimos siempre en la comprensión porque las teorías se nos quedan cortas
ante este tipo (y otros muchos casos). ¿Cómo se puede asimilar desde la sociedad
francesa la continuidad de la violación, el abuso de unos y otros, violando a
una mujer inerte ofrecida por su marido, cómo se puede llevar esa doble vida?
Son muchas y muy pocas respuestas y las que hay demasiado genéricas.
Lo que ha hecho Gisèle Pélicot al pedir que el juicio sea abierto, esa petición de que se sepa todo, es un avance. Necesita de explicaciones a lo que ella misma no comprende. No se trata solo de determinar la culpabilidad (están grabados en violación en el ordenador de su marido), se trata de ir más allá y entender el origen de esos monstruos que habitan junto a ti, que te encuentras en un supermercado, en el ascensor, ese vecino amable que nunca despertó sospechas.
El caso de la atleta ugandesa es otro ejemplo de esa monstruosidad en diferente modelo:
La atleta
ugandesa Rebecca Cheptegei, que participó en el maratón de los
pasados Juegos Olímpicos de París, ha muerto en el hospital
de Kenia en el que había ingresado después de sufrir un ataque de su novio, que
presuntamente la roció con gasolina y le prendió fuego, según ha trasladado
este jueves el centro médico donde se encontraba ingresada en estado crítico
desde el pasado domingo a causa de las quemaduras.**
La frialdad
de ir a comprar el bidón de gasolina para prender fuego a la deportista es
también otro rasgo de la idea de posesión tras la violencia. La mujer no es un
igual sino una propiedad, una pertenencia del agresor. Aquel viejo "la maté porque era
mía" es una declaración desnuda de toda retórica que se da tras la mayor
parte de los casos.
Podemos
considerar patológicos estos casos, pero son patologías sociales, como
evidencia el caso francés con claridad. No se trata solo de conductas individuales,
sino de algo más, algo que permite crear un marco de aceptabilidad que acaba produciendo sus víctimas.
Hace
unos días escuchábamos las disculpas de un alcalde por haber cantado una
canción pedófila. La excusa era que la canción era muy popular en su pueblo.
Hay algo que se transmite de forma
"normalizada" por muy diversas vías y que acaba en la mente de
personas que pueden acabar traduciéndola en conducta personal.
Hay
conductas que se pueden manifestar y que estaban ahí como posibilidad. Hace
falta entenderlas para combatirlas, para evitar que se reproduzcan. El
crecimiento de la violencia se debe explicar más allá de la llegada del verano,
como señalábamos aquí hace unos días. Nos quejamos de la violencia sobre las
mujeres, pero seguimos aceptando las miradas machistas sobre ellas desde los
videoclips a los seriales en una sociedad cada vez más sexualizada, que
alimenta fantasías y frustraciones.
Los dos casos señalados son, desgraciadamente, dos gotas en un mar de violencia de diferentes grados y unas mismas víctimas. Por más que nos fijemos en las diferencias, ambas parten de una misma violencia propietaria. Es la que surge de un falso fondo social que no cambia, que va a más, porque lo niega. Estamos retrocediendo en lo esencial. Cada día suceden más hechos que nos parecen imposibles.
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