Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Una de
las cuestiones que más debate ha causado a lo largo de la Historia es "¿por
qué estamos juntos?, una buena pregunta que en momentos críticos se suele
reformular. El mundo antiguo lo revisó con mitos y el moderno desarrollando
supuestos con los que se trataba de resolver esta peliaguda cuestión. Unos
apuntaban al beneficio mayor del estar juntos, otros como forma de defensa,
etc. La cuestión del denominado "contrato social", por usar uno de
los conceptos que más han marcado esta reflexión, ha sido especialmente
pertinente en especial en aquellos momentos en los que ha sido difícil
justificar por guerras o desastres nuestra vida en común, algo que pudiera parecer
inexplicable por nuestro comportamiento. La idea aristotélica de la naturaleza
social de los humanos se vuelve cuestionable cuando las atrocidades se
presentan y estar juntos más parece castigo que premio o salvación.
En
estos momentos de crisis de la sociedad mediática y cibernética, momentos en
que se escuchan voces críticas (y está bien que se escuchen) empezamos a
plantearnos que no solo es bueno estar juntos sino que es importante que esta
nueva sociedad digital tenga sus propias normas internas y además mantenga una claridad
mayor respecto a sus relaciones con el exterior del ciberespacio.
La
primera idea que es importante determinar es la conciencia de la ruptura de la
barrera entre los dos mundos, metáfora espacial surgida desde el principio pero
que ahora ya es equívoca. La vida en el espacio digital se inicia con
actividades claramente diferenciadas del resto porque los "pioneros"
planteaban la idea de un "nuevo mundo" depurado de los defectos del
viejo. Esto fue una idea —muy norteamericana— y que tuvo una explicación
teórica en la obra de Tomás Maldonado, "Crítica de la razón
informática" (1998). La idea recogida por Maldonado era que el
ciberespacio se había ido socializando como una forma alternativa frente al
fracaso del sistema estadounidense en donde se habría pervertido los sueños e
ideales que dieron lugar al país. Los cibernautas eran los nuevos pioneros, los
colonizadores, los fundadores, de una sociedad que aspiraba a ser mejor que la
existente. Lo que ocurrió fue la perversión de ese sueño utópico inicial ante
la progresiva invasión producida en la
mitad de los 90, que es cuando realmente se produce el crecimiento explosivo de
la red debido sobre todo a la educación (su expansión desde las universidades)
y a las empresas tecnológicas que logran captar con sus proyectos la atención
social.
La idea
de "redes sociales" viene de su diferenciación de las "redes
académicas" o "redes profesionales", que son las primeras que se
había constituido. Eran los usuarios los que decidían unirse para formar parte
de determinados proyectos que creaban o a los que se incorporaban. El invento
de los inventos se produjo en el principio de los 90 y fue el navegador que
permitía recorrer un nuevo tipo de red: la web. Internet era la "red de
redes", la suma de todas las redes con diversos protocolos y formas de
red. La web era una de ellas, la que consiguió crear una forma ágil y sencilla
de visualizar la información.
A las
teorías filosóficas, antropológicas, etc. sobre "por qué estamos
juntos" llegaron pronto las explicaciones pragmáticas: porque era rentable
para alguien. Es decir, pronto aquello pasó a ser una forma especulativa, un
territorio en el que era necesaria la innovación constante y en el que se
producía una peligrosa tendencia, un efecto red: la tendencia al monopolio de
los elementos fundamentales. Estos eran los "sistemas operativos",
los "navegadores", los "buscadores" junto con las
herramientas de trabajo. Todo esto se produce cuando los ordenadores dejan de
estar aislados y pasan a estar interconectados.
El
cambio de mentalidad se produjo en el momento en que dejó de pensarse en la red
como una realidad alternativa, un mundo separado, y empezó a verse simplemente
como una versión digital del mundo, es decir como una forma complementaria o duplicada
y no alternativa.
El
modelo pragmático se basa en el negocio y en la eficiencia, frente al utópico o
idealista anterior. Hoy el mundo se ha digitalizado y han ido sustituyéndose
muchas actividades en el mundo material para realizarse en el virtual. Estamos
juntos también allí y la pregunta ya no se cuestiona "por qué". La
pregunta ahora es "cómo", es decir, como desarrollar nuestra sociabilidad
a través de estas nuevas formas. Todo aquello que la tecnología hace posible
(que es cada día más) se usa para reforzar ese aspecto social. El objetivo es
encontrar aquellos puntos que nos hagan reunirnos y gestionar nuestra
sociabilidad a través de un modelo tecnológico que permita el máximo
aprovechamiento.
Los
modelos de negocios oscilan entre ofrecer algo rentable o en rentabilizar
nuestra propia actividad, ya que esta genera ingentes cantidades de huellas
digitales que pueden ser convertidas en materia prima para otros tipos de
actividades. Es la cuestión del Big Data, en donde nuestras actividades son
traducibles a un modelo de sentido que las hace legibles y por ello determinar
estrategias que se traduzcan en unas respuestas buscadas, de unas compras a
unos votos. Conocernos es el paso previo para hacer más rentables muchas
inversiones.
En
estos días en los que se ha puesto sobre el tablero la cuestión del mal uso de
los datos por parte de una compañía, Cambridge Analytica, la negligencia de
Facebook, etc. es bueno recordar que cualquier actividad produce unos "datos"
determinados, un rastro digital y procesable de que se puede extraer
información que ayude a servicios más eficientes. Los datos se van a producir siempre; la cuestión es otra,
por tanto. Estas van del acceso (quién), tiempo de conservación, usos
específicos (fines del procesamiento), reventa de datos, etc. Es ahí en donde
es importante incidir y legislar en defensa de los usuarios, pero también de
aquellas empresas e instituciones que actúan dentro de la ley y la ética
profesional. La tentación de revender datos, por ejemplo, es grande.
Lo
hemos señalado anteriormente: el campo más peligroso es el de la política o, si
se prefiere, el de la vigilancia de los ciudadanos por parte de regímenes
autoritarios. El acceso a esos datos deja al descubierto a muchas personas o
grupos. Donde antes se daba la vigilancia y control de las personas y requerían
vigilancia, escuchas, seguimiento, etc. ahora se puede hacer a través de los
datos que produce.
Aquí
hemos visto el caso de gobiernos, como el egipcio, que ha desarrollado su
propio Facebook (Egypt Face) con el que pretende, dice, que los datos no
lleguen a gobiernos extranjeros. Lo que no dicen es que esos datos estarán a su
disposición y bajo sus propias leyes, que les autorizarán el acceso. Vimos la
paradoja de que durante la Primavera Árabe la gente saliera a la calle con
pancartas pidiendo "Facebook" y otras redes, mientras que ahora esas
herramientas se vuelven contra ellos o es en esos espacios donde se dan los
conflictos.
Creo
que el ejemplo es revelador porque se pasa de unas redes que son vistas como
una forma de consolidación de la sociedad civil frente al estado autoritario y ahora
se perciben como formas autoritarias en el sentido de someter a sus usuarios a
vigilancia a través de los datos, violando la privacidad.
La
cuestión se plantea como dos niveles distintos pero vinculados: el nivel de las
actividades y el de los datos que se generan con ellas. Las redes suelen ser
gratuitas precisamente porque así tienen más usuarios y más actividades
sociales. El objetivo es aumentar la sociabilidad (las interacciones sociales)
para que crezcan los datos en que se traducen y que podrán pasar por los
algoritmos que los conviertan en información eficaz. Esto es lo que ha
escandalizado del memorándum del ejecutivo de Facebook, la idea de que
cualquier actividad, incluida el terrorismo, es un acto sociable. Y lo es, desde luego. Pero la cuestión no es esa,
sino la necesidad de poner filtros y límites para evitar todo tipo de
actividades criminales, deshonestas, etc.
Desde
antiguo, se han reunido datos sobre nosotros. La cuestión, como en otras, es
que había una enorme desproporción entre la cantidad de datos producida y la
capacidad de procesamientos, búsqueda, etc. Hoy se producen muchos más datos,
pero por fin la capacidad de procesamiento y su velocidad los hacen rentables
en términos muy diferentes, del comercio a la investigación científica, pasando
por la vigilancia y detección.
Hoy
tenemos millones de cámaras por todo el mundo cuyas imágenes son exploradas
para detectar rostros. Pueden ser usadas para detectar terroristas o para
detener disidentes en una dictadura. Como toda tecnología, lo cuestionable
suele ser su uso. Es ahí donde hay que establecer normas y sanciones muy
precisas para todos los que vulneren los principios básicos de la protección de
la intimidad y la recuperación de la idea de la privacidad, un derecho al que
se nos pide o exige que renunciemos en beneficio de administraciones y
empresas.
Si es
imposible no producir datos, no es imposible legislar equilibrando libertades
individuales e intereses colectivos. La investigación científica saca gran
provecho de ellos. Como contra, muchos de ellos acaban en manos de compañías o
instituciones cuya función no el progreso sino el beneficio. Frente a un
concepto salvaje del beneficio, se debe entender la relación existente entre "persona",
"privacidad", "actividad virtual" y "datos".
Lo que
era antes un refugio alternativo frente a una realidad salvajemente mercantil,
es hoy un espacio de obligada actividad. Las instituciones públicas y privadas nos remiten
a ellas sin mantener las condiciones debidas. Muchas veces se trata del
principio básico del ahorro y lo que
antes era un ofrecimiento, ahora es una obligación.
Si todo
esto no ser somete a una reflexión seria, se corre el riesgo importante de que
se empiece a producir un movimiento de resistencia, de
"desvirtualización" o "rematerialización" de acciones y
servicios de lo obligatoriamente digital. Ya los medios recogen el abandono de
las redes sociales de personas que se desconectan. Ya no ven en las redes
espacios de libertad sino espacios de vigilancia. En poco más de veinte años se
ha pasado, en muchos casos, de una percepción a otra. Y esto no debe descuidarse.
Hay
muchas cosas positivas gracias a la creación de un mundo virtual. Pero si se
comienza a percibir como una trampa, lo pagarán los que hacen buenos usos para
buenos fines. Lo que ha quedado claro es que el control es muy insuficiente en el origen de los datos y que posteriormente la cuestión se hace más grave si se dejan en manos sin control. Habrá que empezar a auditar los usos de los datos para asegurarse que se usan de forma legal o ética. Es lo que suele ocurrir en cualquier sector que queda bajo sospecha.
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