Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Todas
las guerras son complejas, pero unas los son más que otras. Y la guerra de
Siria lo es en grado superior a la media, si es que es posible establecer algún
tipo de medida. La máxima sencillez o la mínima complejidad la tenemos en
aquellos casos en los que el enfrentamiento es cosa de dos y el motivo de la
disputa es claro. En Siria ni es cosa de dos ni están claros los intereses de
cada uno.
La
guerra comenzó como un efecto de la Primavera Árabe. El movimiento que sacudió
a todos los países mostró claramente cómo en cada uno de ellos las respuestas y
los resultados eran distintos. Una serie de países controlados por grupos autoritarios
de diferente cariz estallaban en demandas de mayores libertades, de apertura
hacia el mundo, con demandas que oscilaban de libertad política al uso de
internet, de las demandas de las mujeres al uso de Facebook. En cada país, de
Túnez a Yemen, pasando por Libia, Egipto, Siria... había llegado el final del
club de los dictadores: de Gadafi, Mubarak, Ali...
Siria
pronto tuvo una peculiaridad distinta. Alguien decidió que había que sostener
al régimen de los Asad, una dictadura familiar, a la contra de las de la zona,
una dictadura chiita sobre un pueblo dividido, con sunís, lo que le dio un
cariz civil a la guerra pero una división religiosa, estableciendo las alianzas
y las oposiciones con los demás países de la zona. Así, Siria es apoyada por
los chiitas de de Irán y los de Líbano, mientras que es combatida desde países
con regímenes distintos, como Arabia Saudí y sus propios aliados, o los kurdos,
que a su vez se ven enfrentados a la Turquía islamista de Erdogan.
La
complejidad proviene del número de agentes participantes y de la diversidad del
tipo de relación, positiva y negativa, que mantienen entre ellos. La
complejidad del caso es lo que ha hecho a muchos países, especialmente en
Occidente, pensar en qué es preferible si una cruel dictadura apoyada por Irán,
Turquía (miembro de la OTAN) y Rusia, que tiene allí sus bases principales en
la zona, o un hipotético gobierno islamista en el caso de que la parte
combatiente yihadista suní se hiciera con el poder.
La guerra
contra el Estado Islámico que trataba de fundar un califato (inicial) entre
Irak y Siria, la guerra de los turcos contra los kurdos que quieren realizar su
propia república para unificar a su pueblo, la guerra civil por el poder en la
propia Siria, a lo que hay que añadir el fenómeno del yihadismo internacional,
convirtiendo la zona en campo de entrenamiento para el terrorismo futuro, han
hecho de Siria una guerra interminable e incesante, con niveles de crueldad
extraordinarios, que ha dejado ciudades enteras convertidas en ruinas
fantasmales, con poblaciones refugiadas o convertidas en rehenes de los
ocupantes de turno, bombardeadas sin piedad. Las cifras de muertos se estiman
en cerca de medio millón de muertos y los desplazados han extendido el
conflicto hacia las zonas vecinas y un terrible éxodo hacia una Europa
dividida, con un Mediterráneo convertido en fría tumba que arroja los cadáveres
a las playas o se los traga para no aparecer jamás.
La
población vive un auténtico martirio en mitad de una guerra en la que no hay
piedad porque no hay posibilidad de diálogo en mitad del odio sectario. La
guerra de Siria es de la que no quiere dejar atrás cabos sueltos. Si algo saben
es que el enemigo vivo volverá, por lo que se le mata o desplaza. Es una guerra
caótica, sin espacio para acuerdos, sin interlocutores claros. Caótica en el
escenario, caótica en las mesas de negociación.
El
ingrediente final en esta situación de alta complejidad son las armas usadas. A
los conflictos religiosos, a los conflictos de las influencias en la zona, etc.
se le suma la cuestión de las armas químicas. Esta noche, Estados Unidos, Reino
Unido y Francia han realizado un ataque selectivo a instalaciones sirias de
producción de armamento. El ataque es la portada de todos medios informativos.
El diario El País señala:
Consciente de que el tablero sirio encierra a
más de un jugador, el mandatario se dirigió enfáticamente a los aliados de
Damasco. “A Irán y a Rusia, les pregunto: ¿qué clase de nación quiere ser
asociada al asesinato masivo de hombres, mujeres y niños inocentes? Ninguna
nación puede tener éxito a largo plazo promoviendo estados fallidos, tiranos
brutales y dictadores asesinos. Rusia debe decidir si prosigue por la senda
oscura o si va a sumarse a las naciones civilizadas como una fuerza de
estabilidad y paz. Ojalá algún día podamos ir con Rusia, e incluso con Irán”,
afirmó.*
Quizá
Trump no debería lanzar ese tipo de preguntas porque puede que alguien no la
perciba como retórica y le conteste. Pero no es esta la cuestión ahora sobre el
mencionado tablero. La pregunta será ignorada por rusos e iraníes que verán en
el ataque un desafío.
Por más
que se avisara a los rusos del ataque para evitar una confrontación directa en
el caso de que se produjeran bajas entre los militares que están combatiendo
allí, Rusia no puede dejar pasar una situación como esta ya que precisamente su
juego es mostrarse como un apoyo firme de Al-Asad. Estarán buscando ya, si no
lo han hecho ya, desplegar algún ataque sobre objetivos apoyados por los
Estados Unidos para dejar claro que ellos están allí y que no hay final del
conflicto que aleje a Al-Asad del poder.
La
estrategia rusa ha sido apoyar a sus propios dictadores. Mientras que Obama
sentía ciertos escrúpulos en ello, Trump prefiere mostrar la eficiencia y que
no existe más potencia que los Estados Unidos. Obama ya cometió ese error al
calificar a Rusia como una potencia regional y Putin se dedicó a demostrarle lo
contrario acercándose allí donde los Estados Unidos presionaba, como en el caso
de Egipto, en donde Putin fue recibido como un héroe salvador, con las avenidas
sobre el Nilo engalanadas con su retrato. Allí donde Estados Unidos, aparece
Putin. Eso es válido para las visitas a Moscú de Alexis Tsipras o Recep Tayyip Erdogan,
cuando tratan de mostrar a Europa o a Estados Unidos que siempre podrán pasarse
al bando del Kremlin si se les presiona.
Estados
Unidos, Reino Unido y Francia han bombardeado las instalaciones militares de
Al-Assad. Han dicho que es una respuesta al ataque con armas químicas. No es la
primera vez que se hace un ataque desde esta definición de intenciones. Pero
eso tendrá una evaluación diferente en los países afectados, lo que aumentará
el grado de riesgo al no estar quietos y responder de una forma u otra.
La
complejidad de guerra siria está comprometiendo a las instituciones, como es el
caso de la Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad, que ha quedado paralizado
por la capacidad de veto en esta reedición de la Guerra Fría. Igualmente está comprometiendo
a los estados vecinos o próximos que se ven afectados por el resultado que
pueda tener, como es el caso de Israel, otro interviniente más o menos
silencioso.
Las
relaciones de la Unión Europea y Estados Unidos con Turquía se verán afectadas por
su apoyo a Al-Asad, lo mismo que ocurrirá con la OTAN, de la que forma parte.
No es fácil tener un aliado militar que está aliado también con tus rivales,
Rusia, Irán y Siria. No es fácil que tu aliado bombardee a los kurdos, a los
que Estados Unidos apoya y que han tenido un papel crucial en la guerra contra
el Estado Islámico.
Las
guerras de Siria son muchas guerras. Unas tienen oponentes claros, otras no.
Pero la mezcla de todas ellas en un mismo escenario la convierten en un caso de
difícil solución. Han fracasado todas las iniciativas políticas porque
implicaría negociar la salida de Bachar Al-Asad y eso es lo que Rusia nunca ha
querido para no perder su posición estratégica en la zona. Siria es un socio en
muchas dimensiones.
La
preocupación es grande sobre el destino de todos los que están luchando. Muchos
acabarán exiliados; otros se dedicarán al terrorismo dentro y fuera. Están los
que se reagruparán para intentar apoyar otras causas en lo que perciben como un escenario global e lucha
intercultural, es decir, contra Occidente.
De la
guerra vemos sus efectos destructivos —esas ciudades fantasmas, esos cadáveres,
esas víctimas sacadas de los escombros, esos bombardeos...—, percibimos también
sus efectos a través de los refugiados —los que llegan, los que no llegan; los
acogidos, los rechazados, aquellos de los que se abusa en los campos de los
países vecinos...—, pero no percibimos muchos otros efectos sobre las personas.
Las guerras civiles son terribles por las brechas que abren, por los odios que
siembran, máxime si se ha entremezclado la religión y el sectarismo extremo.
La
guerra de siria está sirviendo además como argumento de que más vale un mal dictador que una democracia
inestable. Eso no es bueno y solo sirve para promocionar dictaduras. Las
dictaduras solo son "estables" artificialmente, es decir, mediante la
represión. Acaban produciendo los estallidos populares ante las miradas
cómplices de aquellos que anteponen sus propias tranquilidades a las libertades
de los demás, lo que no es una buena forma de vivir tranquilo.
Las
recriminaciones de Trump a Rusia e Irán por tener amigos como Siria se podría
hacer extensiva a los propios Estados Unidos en muchos momentos de la historia
o actualmente. Lo que se ha roto es el consenso sobre la necesidad de ir hacia
un mundo mejor al anteponer los criterios económicos a los morales. El propio
Trump es lo que ha conseguido con su "América First", una declaración
de egoísmo a la vez que pretende convertirse en eje moral mundial. Hasta hace
unos hablaba de retirarse de Siria. Hoy toca la lección. Quizá el régimen de
Bachar Al-Asad no habría recurrido a las armas químicas si Trump no hubiera
dicho que se retiraba de Siria.
Ahora
queda por ver la reacción de la opinión pública norteamericana, que ha
escuchado previamente de Trump palabras de distanciamiento. Queda por ver si no
lo interpretan como una especie de maniobra de despiste respecto a sus propios
problemas, como un intento de mostrar músculo. Algunas informaciones y titulares de The New York Times y de The Washington Post ya van en ese sentido.
En esto
consiste precisamente la complejidad, en el denso entramado que une las
acciones de los involucrados. Algunas reglas: 1) Nada ocurre sin transcendencia; 2) lo que
ocurre afecta a todos los agentes en distintas formas y con efectos sobre sus otras
conexiones y 3) no podemos controlar todas las consecuencias de lo que hacemos.
Son tres reglas que se hacen más evidentes cuanto mayor es el tejido, el complexus.
La guerra de Siria es una guerra más allá de Siria, tanto en el tiempo como en el espacio. No terminará cuando se diga que ha terminado y no tiene las fronteras que se le señalan. Es poliédrica y compleja, inacabable e imprevisible no tanto en su fin como en sus consecuencias. Es un enorme fracaso colectivo.
* "Estados Unidos bombardea Siria en
coalición con Francia y Reino Unido" El País 14/04/2018
https://elpais.com/internacional/2018/04/12/estados_unidos/1523484257_806219.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.