Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
lacra de la violencia machista contra las mujeres tiene una primera fase
indispensable en su tratamiento que es el reconocimiento social. Sin una
opinión pública claramente en contra es muy difícil que se pueda avanzar en la
lucha. En muchos países se ha pensado que era una cuestión generacional y que
los nuevos tiempos, al sacar a la luz algo que se escondía, iban a conseguir
erradicarla. Desgraciadamente, no es el caso y se ha podido comprobar que el fenómeno
va más allá de la cuestión generacional y que sigue produciendo con unas características
específicas en el ámbito mediático en el que nos encontramos. La publicación de
agresiones contra mujeres en redes sociales o los comentarios que se escuchan o
leen hacen ver que la violencia se adapta a una sociedad mediática convirtiéndose
precisamente en "espectáculo".
Egyptian Streets publica el artículo titulado "When Did
Violence Against Women Become Funny?", firmado por Toqa Ezzidin, que creo
que es de interés al dejar al descubierto esta adaptación mediática de la
violencia a través de los comentarios o de la relación verbal de los
acontecimientos buscando una aceptación social que es tremendamente peligrosa.
En la primera parte del artículo Toqa Ezzidin nos muestra el
difuminado de la violencia a través del etiquetado atenuante del hecho en sí:
The key problem with abusive relationships is
that the victim is usually not aware that the relationship is, in fact,
abusive.
However, the vast majority of women, in Egypt
specifically, normalized the concept of abuse a long time ago. Moreover, they
keep on passing their inheritance to young girls.
In recent weeks, many posts emerged on Facebook
in which a few women told their stories describing their husbands going
violent. These stories were shared on Facebook and labelled as ‘funny’.
“My husband broke a plastic chair on me because
I was wearing a red lipstick,” one woman said, adding, “He told me: are you a
dancer?”
Another one said that her husband got
physically violent against her when she asked why she had to eat the leftovers
of fish after the husband and kids had finished eating.
“He beat me up because there was water outage
and I couldn’t cook anything,” another woman shared.
The stories were described as funny. They
weren’t only labelled as such, but also normalized and described as “something
that regularly happens,” according to many comments.
While a segment of women now realizes that
abuse is not alright, a large segment remains under the impression that men can
physically abuse their wives for whatever reason there is.*
Creo que es importante dar cuenta de este proceso de
"categorización" a través del etiquetado. El primer problema es la
alienación clara quien trata de clasificar su propia experiencia como
"divertida" cuando es un acto de violencia. Refleja un proceso complejo
de interiorización de una "culpa" que trata de atenuarse mediante el etiquetado de
"divertido". Si es la propia víctima quien lo hace, se nos muestra
una interiorización de la violencia que ha asumido como forma de normalidad,
como "cosas que pasan normalmente" en el ámbito doméstico. Trata de
evitarse la excepcionalidad de la violencia y se trata como parte normal de la
vida conyugal. De esta forma se asume una culpa que merece un "castigo
corrector". La "normalidad" con la que la mujer cuenta cómo le
han partido una silla en la espalda por haberse pintado los labios con carmín
refleja ese carácter de "corrección" que ella misma reconoce: ha
tratado de evitar que la confundieran con una "bailarina", lo ha
hecho "por su bien".
Etiquetar como historias divertidas estas situaciones es una
perversión, por un lado, pero es también una forma de confundir en el
aprendizaje social, en la forma de valorar socialmente los hechos violentos.
Podemos preguntarnos si esto es "inocente",
"espontáneo" o si, por el contrario, forma parte de una campaña de
confusión social para evitar que se vean estas situaciones como violentas. No
sería la primera vez que los grupos más conservadores esgrimen estas historias
como "edificantes" frente a la "destructoras ideas
feministas" con las que se trata de "subvertir" las bases sagradas
de la familia para destruir el islam, que es argumento final de este y otros
casos. Se pretende siempre que el pensamiento que promueve los derechos de las
mujeres y trata de erradicar las prácticas violentas y de control es una forma
de conspiración contra los valores sociales, contra la "sagrada moral"
tradicional, que erige al varón en guardián
de la mujer en sus estadios de hija, esposa o hermana.
En múltiples ocasiones están conductas han sido defendidas,
por hombres y mujeres, desde las filas tradicionalistas sin ningún reparo y,
por el contrario declarándose portadores de los "valores egipcios" y
de la "religión". La forma de estigmatizar los derechos de las
mujeres es hacer ver que son maniobras occidentales, una forma de imperialismo
encubierto.
Clasificar como "divertidas" estas violentas
historias es una forma de categorización destinada a la perpetuación de un
sistema patriarcal de profunda violencia que se vende como normalidad. De ahí
la correcta preocupación mostrada por la autora del artículo al señalar que es
una forma de enseñanza a la siguiente generación para que acepten las mismas
condiciones bajo las que vivieron sus madres.
Los islamistas han hecho un uso intensivo de las redes
sociales a través de esta u otras formas de difusión de su concepto de "normalidad".
No solo sirve de vigilancia social, sino que también la usan como forma de
expandir estos mensajes. Para ellos la cuestión familiar es esencial. Y tienen
razón: es en el núcleo de la familia donde se establece la base de la
desigualdad autoritaria sobre la que se cimenta su construcción social.
La autora va en este sentido en sus argumentaciones:
In Egypt, it is culturally common that men have
the upper hand in relationships, making it ‘rational’ for women when their
partners decide to dim their lights. It was only recently that women started
demanding their basic rights, and it is rather challenging because they are
usually opposed by other women who have no problem with men being in charge;
hence, believing that they can control their wives’ behaviour through violence.
A video circulated on Facebook recently of an
Egyptian woman who clearly opposed all women who want to work and called on
them to take to their homes and wait for their husbands to spend money on them.
A quick scan of women’s private groups on Facebook is enough to catch a glimpse
of how women who decided to cancel their priorities have suffered after a
divorce when their partners denied them their rights in term of finances and
responsibilities towards their kids.
The patterns of behaviour are similar in most
cases; abusive husbands always win the arguments and know how to trigger
feelings of guilt. Perhaps that is why a large segment of women in Egypt
believe that it is ‘Okay’ if their husbands choose to get violent when they are
angry.
“He slapped me on the face when I was pregnant
because I told him he hadn’t had the money for us to go the gynaecologist,”
another woman continued.*
Es difícil que hoy cualquier sociedad pueda admitir esa
exhibición reaccionaria que pide a las mujeres que acepten la dominación y la
violencia como parte de su "naturaleza", la querida por el plan de
Dios, al que se remite todo. Sin embargo, la sociedad egipcia, una parte al
menos, retrocede en sus planteamientos al comprobar que son las mujeres las que
han desarrollado el mayor argumentario en favor de la igualdad de derechos y en
contra de la dominación.
El autoritarismo de una sociedad se manifiesta en todos sus
ámbitos, especialmente en el familiar en donde se fundamentan los demás. El
modelo de familia en donde hay una autoridad patriarcal que ejerce la violencia
se expande análogamente al propio estado, que solo admite una autoridad
indiscutible. Cuestionar la autoridad en cualquiera de sus niveles puede costar
la vida.
La violencia pasa a convertirse en la forma anti dialogante.
El diálogo solo es posible entre iguales y la sociedad tradicional se resiste a
esta idea igualitaria, que consideran subversiva y que produce caos.
Han conseguido estigmatizar la revolución entendiéndola como
una sublevación caótica contra la autoridad paterna, una sublevación de hijas e
hijos. Los hijos se sublevaban contra el padre político, mientras que las hijas
lo hacían contra las distintas manifestaciones simbólicas del padre —padre,
esposo, hermano— al ser esas figuras delegaciones de poder de unos en otros
hasta llegar a todas las manifestaciones masculinas.
La preocupación de la autora, Toqa Ezzidin, por la
interiorización de los modelos por parte de mujeres que acaban perdiendo (si es
que llegan a tenerlo) el sentido del abuso, está justificada. Como se ha
señalado anteriormente, el modelo se transmite de madres a hijas. La conciencia
de ruptura es por no aceptar lo que otras aceptan. La aceptación del modelo
implica la aceptación de la culpa, mientras que el rechazo pasa por rechazar la
culpa y por reconocer tanto la agresión como los mecanismos de justificación
recibidos en la transmisión social y familiar. Por eso el interés en que sean
más las mujeres quienes defiendan la violencia masculina justificándola como
parte del orden sagrado.
Tras otras consideraciones, el artículo termina peguntándose
qué se puede hacer. Y señala:
For starters, people should refrain from making
fun of feminists and labelling them as people who discuss irrelevant ideas and
principles because apparently, they are relevant.
Normalizing violence against women is common,
yet it shouldn’t be. Violence is not funny; abuse can’t be used for a laugh and
women rights need to be properly and actively addressed to allow relevant
change to take place.*
Los dos principios reflejan el retroceso conservador en Egipto
pese a las declaraciones pomposas del ejecutivo. Algunas de las iniciativas de
algunos miembros del parlamento, como aquella pidiendo que se aceptara la ablación
por el bien del país, sobre la violación como deber patriótico para con las
mujeres que vistieran pantalones rasgados, las petición de exámenes de
virginidad en la Universidad, las pancartas colgadas en las calles exigiendo a
los padres que vigilaran a sus hijas, etc. han mostrado una cara reaccionaria
de la sociedad por más que su destino final no se llevara a cabo. Más allá de
los escándalos de algunos, muestran las polémicas sociales y la voluntad de
resistencia a la modernidad dentro de un régimen que trata de establecer
equilibrios entre lo incompatible.
Una vez más es posible ver una valiosa generación de mujeres
egipcias capaces de argumentar y defender ideas de modernidad, pero enfrentadas
a un sistema cuyos fundamentos son patriarcales. La autoridad misma se centra
en una figura paterna central, incontrovertible representada en el presidente, cuyas
palabras entran constantemente en contradicción con los actos que van llevando
a Egipto en dirección contraria. La expulsión del poder de los islamistas ha
tenido la evidente reacción de que esos valores ultraconservadores sean asumidos
por el propio régimen para evitar la confrontación de la realidad social. No
quieren dejar huecos que sean aprovechados por los islamistas. De ahí la idea
del "gobierno virtuoso". Las palabras de modernización se pierden en
el vacío ante una realidad cuyos datos reflejan que el periodo de al-Sisi es el
de mayor represión tanto en lo religioso (deteniendo a reformistas,
persiguiendo ateos) como en lo político. Es el pago que el régimen hace a
evitar que se les caliente la calle.
El artículo de Toqa Ezzidin es una clara disección de los
problemas que afronta Egipto a través de los mecanismos sociales, usados para
expandir las ideas más conservadoras y retrógradas en lo referente a las
mujeres y su situación. Redes sociales, debates televisivos, etc. han sido
escenarios de estas actitudes antifeministas. La exigencia de la autora de que
no se burlen de las feministas o de las mujeres que no aceptan estas formas de
sumisión y que no consideran "graciosa" la violencia es muy clara al
respecto. Cuando no son ridiculizadas ocurre algo peor: son acusadas de ser "agentes
occidentales", de ser "traidoras" a Egipto, al islam o a ambos.
La violencia de género es una lacra en muchos países. La queja de Toqa Ezzidin es que a la propia violencia le se superpone una capa protectora, una creciente complicidad social contra la que hay que luchar doblemente. La denuncia y la explicación, no rendirse en los foros y lugares de debate para asegurarse que la violencia no se disfraza para seducir.
* "When Did Violence Against Women Become Funny?" Egyptian
Streets 18/04/2018 https://egyptianstreets.com/2018/04/18/when-did-violence-against-women-become-funny/
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