viernes, 27 de abril de 2018

El fardo


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hace tiempo que no nos dan un respiro. Esta España de Puigdemones, de Cifuentes, de asesinos de niños, mujeres desaparecidas, de cuerpos encontrados, de manadas cazadoras... Cargamos con el fardo repleto de miserias que ya ni el fútbol, ¡bálsamo de todo!,  alivia. La espalda encorvada de tanta carga, los riñones doloridos, el alma desmadejada.
Sin salir de una ya estamos en otra. No pedimos distracciones, entretenimiento; pedimos soluciones, justicia, cordura, eficacia. Aquellos de los que deberíamos esperarlo, las instituciones, van cayendo como fichas de dominó en el descrédito, el cuestionamiento. Unas por su propio peso y otras por los intereses de quienes gustan de sacudir árboles para recoger los frutos. Ahora le toca a la justicia.
Una sentencia preocupante abre otra vía de justa indignación. Es una muestra más de la divergencia constante entre las instituciones y los ciudadanos, de un estado de distanciamiento constante que nos lleva a un sentimiento de no pertenencia, de no reconocerse.
La sociedad pedía ejemplaridad ante lo que es un fenómeno preocupante y los jueces no han sabido interpretar el miedo de la sociedad a que se haya abierto un puerta (otra) a la violencia machista. La semántica siempre es complicada, especialmente en los juicios y hoy tenemos al país manifestándose en las calles, con lógica indignación, pidiendo que se revise la semántica ya que los hechos están claros. Aquí falla el "etiquetado".
Los jueces han tenido imágenes y relatos, han visto actitudes, planificación, reincidencias. Y han aplicado unos criterios interpretativos con los que la práctica totalidad de la población parece discrepar. La palabra que leo entre las opiniones populares sobre la sentencia es "náusea", con la que se refleja ese sentimiento visceral que ha provocado.
La sentencia que ha sacado a cientos de miles de personas a las calles de las ciudades plantea muchas cuestiones sobre el funcionamiento interpretativo. Como una obra abierta, se suman las interpretaciones en un tipo de delito que condena a los violadores o les disculpa. Cada disculpa es, en este tipo de delitos, un reproche a la víctima: no se defendió lo suficiente, no gritó lo que debía, estaba donde no debía estar, su ropa no era la adecuada, bebió más de la cuenta, etc.
Una sentencia es una señal, un mensaje a la sociedad. Aunque no se pretenda "ejemplar" sin duda socialmente lo es. Antes se exponía a los criminales públicamente en las plazas; hoy son las sentencias las que se difunden y las que sirven para marcar los límites de lo tolerable en la sociedad. Lo que se sentencia hoy son los límites del día siguiente, aquello a lo que atenerme, la línea que puedo o no puedo cruzar y el coste de cruzarla. La gente piensa que a la "manada" le ha salido muy barata y a la sociedad muy cara.


Un abogado señalaba hace unos minutos en un programa televisivo algo importante: cree que los jueces han creído a su cliente. En lo que han discrepado los magistrados (con un extenso y controvertido voto particular, absolutorio para los acusados) es en cómo interpretar lo que tenían delante. Está claro que la distancia entre sus interpretaciones y las sociales es enorme.
Los más exquisitos dirán que la gente se deja llevar por las emociones, por los juicios mediáticos paralelos, etc. que los jueces, en cambio, han de distanciarse y ser ecuánimes, profesionales, estrictos en el cumplimiento y aplicar sus conocimientos a la interpretación de los hechos y de las leyes.
Se señala en el editorial del diario El País de hoy:

La distinción legal, no siempre fácil de establecer, conduce a la hiriente cuestión de cuánto se tiene que resistir una persona para evitar ser violada sin jugarse ni la integridad física ni la vida y para que, al tiempo, se le reconozca como víctima de tan grave asalto a su libertad sexual y sus agresores no queden impunes. En este caso límite se ha descartado la violencia, pero la ausencia de intimidación resulta difícil de comprender. La propia sentencia indica que la joven sintió un “intenso agobio y desasosiego”, “que le produjo estupor y le hizo adoptar una actitud de sometimiento y pasividad”. La mera situación, sin mediar amenaza, fue intimidatoria para la denunciante, sola, en un oscuro portal, rodeada de cinco tipos corpulentos dispuestos a tener sexo con ella.
Solo los jueces tienen todas las evidencias del caso, pero esta sentencia indica que quizá no se ha considerado en su justa medida la intimidación en un caso de agresión sexual; el punto más débil de la argumentación judicial. En todo caso, este hecho marca un antes y un después y ha provocado un necesario debate social del que convendría desterrar opiniones apresuradas y demagógicas. Las mujeres no tienen por qué sentirse menos seguras por esta sentencia ni los agresores sexuales quedan impunes. La condena impuesta en primera instancia así lo confirma.*


Desde hace horas, las pantallas se han llenado de juristas, de profesionales del Derecho —abogados, fiscales, jueces, profesores— intentando explicar los sutiles matices en cosas que son interpretaciones sui generis de estados internos, voluntades, miedos, etc. ¿Se debe pensar en ellos los que han de juzgar, cuando se sufre una agresión sexual, medir los gritos, los gestos, etc. ¿"Jolgorio"? Por más que se esmeran todos, nadie acaba de entender que no se considere "intimidación" lo que la mujer sufrió.
La pregunta sobre la resistencia ante la violencia no es baladí pues, de no enmendarse, implica que hay que arriesgarse a morir para que se considere una "violación". Corre tras esto un tufillo a viejos conceptos sobre la virtud y su defensa, de crítica con moralina a resista un poco más y póngalo más fácil para todos.
Lo que se jugaba la sociedad española era mucho. No es un delito esporádico: es un riesgo común cada fin de semana, cada fiesta popular, cada día. La metáfora de la manada no es metáfora; es lo que son. Son depredadores uniformados: músculo, barba recortada y cejas depiladas, pagados de sí mismos, narcisistas, con poco espacio para otra cosa que no sea ego.
Tendremos que seguir viviendo con nuestros fardos de miserias a los hombros, arrastrándonos de un escándalo a otro. Es tristeza decepcionada, anhelo de un rayo de luz que nos dé esperanza de futuro en un país que pesa cada día más en el alma.
Leo una noticia de septiembre pasado en BBC-Mundo con el titular "La niña uruguaya de 10 años que filmó su propia violación varias veces para que los adultos le creyeran":

"Debería avergonzarnos a todos".
Eso dijo la fiscal uruguaya Mariela Núñez sobre el "muy doloroso" caso que tiene a su cargo: el de una pequeña que fue abusada por el padre de una amiga.
Lo que hace que este caso sea particularmente estremecedor y que esté conmocionando a la sociedad uruguaya, es que la niña "se sometió voluntariamente al abuso para obtener una prueba para que los adultos creyéramos en ella", según denunció Núñez.**


La historia es tan clara que vale como monstruosa fábula moral. Habrá alguien que interprete que la niña se dedicaba a producir películas porno. El mundo del Derecho es complejo; la vida también. Solo la esperanza en que alguien nos creerá, que alguien compartirá nuestros dolores y alegrías, que remediará lo injusto, nos mantiene en pie y juntos. Sin esa creencia volvemos todos a la selva, al reino de las manadas.
Si dejamos de creer en nuestras instituciones, en nuestros representantes, recelamos de nuestra justicia, de nuestra educación... ¿qué nos queda? La situación demanda cambios urgentes para poder devolver la esperanza, que algo más que la confianza.
Acaban de anunciar que la fiscalía recurrirá la sentencia y pedirá "violación". Algo es algo. Esperanza, algo que alivie el camino diario con el pesado fardo de España a los hombros.


* "Polémica sentencia" El País 27/04/2018 https://elpais.com/elpais/2018/04/26/opinion/1524767528_961949.html
** "La niña uruguaya de 10 años que filmó su propia violación varias veces para que los adultos le creyeran" BBC-Mundo http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-41449459

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