Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
Comisión Europea ha decidido que no quiere, puede o sabe legislar contra las
"noticias falsas". Me parece bien. A esa conclusión se puede llegar
por dos vías: la primera es afirmativa, es decir, expone una serie de razonamientos
cuya conclusión es esa; la segunda vía es la de la imposibilidad, la del
intento frustrado de intentar argumentar de forma clara. La vía primera es,
claro, mucho más bonita y optimista. Implica que tenemos una capacidad
suficiente de planteamiento del problema, unas formas específicas de abordarlo
y finalmente llegar a un proceso del que saliera una decisión razonada, razonable,
y si me apuran, elegante. La segunda, en cambio, es más humana e imperfecta.
Implica que no tenemos una forma de tratar el problema que no empeore las cosas
y que no suponga, como han señalado los ilustrados miembros de la comisión la
creación de un "Ministerio de la Verdad".
La
mayor perfección maquiavélica de los enemigos de la democracia sería que, en su
nombre, Europa antepusiera el dogmatismo a la duda, verdadero signo de la
modernidad. El drama de la democracia es precisamente ese a lo largo de su
historia: tener que lidiar con los enemigos de la democracia sin trasgredir sus
propios fundamentos. Mientras que las dictaduras han asumido una verdad
decretada, las democracias viven en procesos de duda sistematizados, es decir,
no se trata de poseer la "verdad" que Dios o el emperador nos ha
dado, absolutamente incuestionable bajo riesgo de decapitación o
encarcelamiento, sino de tratar de discernir con nuestras humanas limitaciones,
que afectan al conocer y al actuar. Nuestras decisiones se basan en nuestro
pobre conocimiento. Pero es nuestro y
hemos decidido vivir bajo el riesgo del error de nuestras decisiones, a lo que
llamamos libertad. La democracia no busca tanto la verdad, concepto de otras
mentalidades o ámbitos, sino el acuerdo en aquellos campos en que las cosas son
decidibles o interpretables. Aunque todos votáramos contra la ley de la
gravedad, esta no desaparecería, pero sí lo hacen muchas otras que caen bajo el
ámbito de lo humano. Por eso la Ciencia tiende a votar lo menos posible y sí a
buscar convencer dentro de las comunidades científicas mediante la
aportación de pruebas suficientes, revisables y mejorables.debates, etc. Los científicos
saben esto y por ello saben que sus saberes son provisionales, mejorables en el
tiempo, huyendo del dogma.
En el
campo de lo humanamente mundano, la Historia, la Economía, la Sociología, etc.
las cosas son muy distintas. Conviven planteamientos epistemológica,
metodológica e ideológicamente distintos, como diseccionó para los futuros
historiadores Keith Jenkins en su magnífica obra "Repensar la
Historia". Todos estos aspectos introducen variaciones, sesgos, etc. en la
forma de interpretar y presentar la Historia. En el caso de Cataluña, por
ejemplo, las fake news aparecen en el momento de las elecciones, pero las
mentiras y engaños para tergiversar la historia y perturbar la convivencia,
crear divisiones, etc. no son nuevas y vienen de ilustres políticos,
escritores, historiadores, periodistas, pedagogos, etc. que han construido su
propio escenario histórico para llegar a percibir con nitidez sus ideas como
verdades. Como decía el propio Jenkins la pregunta no es ¿qué es la Historia? sino ¿para
quién es la Historia?
La Comisión
se puede haber dado cuenta que la oposición verdad/mentira es muy elástica y
resbaladiza, que tiene muchos grados y que podría llegar a hacer imposible
muchas cosas que hoy son habituales. Si podemos decir qué es mentira, también
podríamos tener que demostrar qué es verdad.
Estados
Unidos tiene el presidente más mentiroso y manipulador de la historia (el listón
estaba alto). La prensa y diversas instituciones llevan la cuenta de sus
mentiras, medias verdades e inexactitudes. Ahí está, sabedor de que cuesta más
desenmascarar una mentira que decirla. Trump ha desarrollado durante toda su
vida ese arte, que es el de la insinuación dañina y estratégica, por más que
pueda ser caótico. Pese a ser caótico, el hecho cierto es que consigue casi
todo lo que quiere.
El
problema de las fake news no son las
mentiras en sí, sino que forman parte de una acción estratégica, bien trabada,
con un fin determinado. La fake new no
es un error, sino que es una parte
perfectamente diseñada para conseguir un fin específico, una reacción en un
momento determinado. Y ese efecto se puede conseguir de diferentes maneras,
incluso con noticias verdaderas, por decirlo así.
En la
información elaborada por David Alandete para El País se recoge y explican los
argumentos dados para luchar contras las falsas noticias y los argumentos de la
Comisión:
A pesar de contar con pruebas de reiteradas
injerencias en elecciones recientes, la Comisión Europea, la única que puede
proponer legislación europea, renuncia a sugerir leyes para proteger de
injerencias los procesos electorales en los 28 países miembros, confiando en su
lugar en programas educativos y la autorregulación en las redes sociales. La
comisaria de Agenda Digital, la búlgara Mariya Gabriel, se ha dado hasta el 25
de abril de plazo para presentar su propia propuesta contra la desinformación,
y aunque entre sus opciones estaba proponer leyes, estas han sido descartadas,
según confirma su propio equipo.
La Comisión se vio obligada a tomar alguna
medida contra las injerencias antieuropeas después de constatar la diseminación
de noticias falsas en el referéndum del Brexit; las elecciones en Francia y
Alemania, y la crisis independentista catalana. La comisaria Gabriel,
responsable del área digital, se dio hasta abril para tomar una decisión,
después de las insistentes peticiones de otros comisarios, eurodiputados y
Gobiernos de países afectados por campañas de desinformación rusas, como las
repúblicas bálticas.
“Las noticias falsas son un instrumento que
los enemigos de la democracia usan para que fracase Europa”, dice una de esas
voces que han llamado a la acción, el eurodiputado español Esteban González
Pons, del Partido Popular. “Necesitamos una normativa que proteja a la democracia
de las noticias falsas. Ningún país podrá luchar contra este problema en
solitario, necesitamos una normativa europea”.*
¿Qué
distancia hay entre decir que las "noticias falsas" son malas, un
peligro, y legislarlas contra ellas? Mucha. Aquí se debería iniciar una
reflexión sobre la propia perversión de la democracia cuando el juego político
se vuelve destructivo. A lo largo de estos años hemos insistido aquí sobre el
carácter erosivo de unas formas de hacer políticas que se olvidan de la
importancia del sistema y solo se fijan en la consecución del poder. De alguna
forma, esto es un efecto.
Las
mentiras, como ha ocurrido en los Estados Unidos, Reino Unido, Cataluña,
Italia, etc. han tenido efecto porque la gente ha estado dispuesta a creerlas.
Es decir, el terreno estaba abonado. ¿Hasta qué punto las mentiras de Vietnam,
(los papeles del Pentágono), la mentiras de Watergate, las mentiras de Irak
(las armas de destrucción masiva), etc. no han sembrado la posibilidad de
actuar sobre el escepticismo de los norteamericanos? El que siembra tormentas, recoge tempestades, dice el refrán. El
efecto de las mentiras sistemáticas desde el poder ha conseguido hacer que
muchos norteamericanos estén convencidos de que son víctimas de mentiras
constantes, de que el hombre no ha llegado a la Luna, que los platillos
volantes llegaron hace mucho, que no existe el cambio climático (una invención
de China, según Trump, para frenar la producción norteamericana), las vacunas
causan autismo, etc. etc.
Cualquier
periodista, historiador, sociólogo, etc., cualquiera que tenga que contar algo sobre
el mundo que le rodea sabe que tiene probabilidad de error porque no puede
disponer de toda la información disponible, porque puede errar al interpretarla.
En el caso de los periodistas, incluso nuestros tribunales han establecido que
lo determinante no es la falsedad,
sino la intencionalidad. Esto es
importante acepta que el ser humano es falible, es decir, se puede equivocar y
lo distingue del deseo de hacer daño deliberadamente, que es lo que se castiga.
Puede haber negligencia, que es otra
cosa, pero lo esencial es la voluntad de hacer daño a sabiendas que es falso lo que se cuenta.
Los
llamados a la legislación, representados por el eurodiputado español González
Pons en el texto, son la manifestación de un deseo, pero también una ingenuidad. No hay
legislación global sobre la falsedad. Todo lo más legislar contra algo muy
difícil de demostrar, la intencionalidad, fácil en cambio de camuflar. Sobre
todo cuando es tan sencillo difundirlas con un simple retuit o un cortar y
pegar. La clave no está en la falsedad de la noticias sino en la facilidad de
su reproducibilidad y por ello de su gran alcance. Y para ello se valen
precisamente de la receptividad de las personas, sabiamente preparadas para
hacerlas crédulas y sensibles a esos contenidos.
Nos
dice David Alandete en El País:
En enero, Gabriel formó un equipo de 39
expertos que entregaron su propio informe, no vinculante, el mes pasado. En él
admiten la enorme gravedad del problema de la desinformación, “que puede
suponer una amenaza a los procesos políticos democráticos”. A pesar de ello,
los expertos recomiendan programas educativos e incentivos a la prensa, pero ni
una sola medida punitiva.**
La
Comisión, con sus recomendaciones, nos viene a decir dos cosas: 1) una persona
educada es más difícil de engañar que una inculta. Eso ya lo sabían los
ilustrados, por eso apostaban por la educación. 2) fomenten no la "verdad"
sino lo "fiable" a través de la prensa seria, que es en la que la gente
debería poder confiar.
Durante
la expansión de la Sociedad de la Información se ha producido un fenómeno
"babélico" de confusión. La capacidad de cualquiera para poder
transformarse en medio, que antes quedaba limitada por factores económicos y
legales, esencialmente, se ha ampliado hasta el infinito al crearse una
sociedad mediática horizontal. La "autoridad" que se desprendía de
los sitios serios, supervivientes en el tiempo gracias a esa fiabilidad, es
decir, la confianza de sus lectores o espectadores, se ha ido desvirtuando
conforme avanzaba la posibilidad de expansión mediática.
La posibilidad
de poseer un medio a muy bajo coste, como ocurre hoy, multiplica las
posibilidades de creación de este tipo de intoxicaciones. Es un indicador (otro
más) de vuelta a la Guerra Fría, con la propaganda y la intoxicación en los
espacios de opinión pública. La mundialización de la información y la
globalización de los medios lo han hecho posible. La facilidad es una forma de
incentivo para que esto ocurra a mayor escala.
Nuestros
ilustrados días son profundamente ignorantes. En este contexto, es mucho más
fácil y rentable poder intoxicar para movilizar a la opinión pública en un
sentido u otro. Se ha dicho que en estos tiempos, políticamente hablando, se
está siempre en campaña. Es cierto. Y también en guerra informativa.
Los
lectores de este blog entenderán fácilmente el ejemplo que usaremos a continuación
para que se vea la sensatez de la negativa de la Comisión Europea a legislar,
señalando otras posibilidades para tratar de frenar las "fake news".
El
régimen egipcio actual considera "fake news" todo lo que discrepa de
su verdad oficial, la única posible. Solo un régimen autoritario, laico o
religioso, puede hacer esto. Para legislar sobre las mentiras tienes que tener
una verdad oficial, que tiene que ser
enunciada y establecer unos portavoces, aquellos de cuya verdad (dado que no
podemos comprobar por nosotros mismos todo) es indiscutible. Discutir la
autoridad es ya delito. Por eso el régimen ha declarado que la verdad reside en
los ministerios, cuyos discursos son verdaderos por definición y por ello
indiscutibles. Evidentemente esto conlleva declarar mentira todo lo que
oficialmente no sea dicho por un portavoz autorizado. Los medios quedan
condicionados a repetir lo que dice la verdad oficial o a sufrir las
consecuencias.
¿Qué es
ahora una falsa noticia en Egipto? En primer lugar es una forma de
descalificación de la información. Después permite acusar al que la ha
publicado de atentar contra la seguridad del país o de contribuir a su
difamación, que se considera también un acto de traición penado. El último
avance en esto (que crece en su autoritarismo sin poderlo remediar) la
detención de un periodista por recoger en su artículo citas de lo dicho por The
New York Times, considerado un medio "mentiroso" y
"hostil". Otros han sido detenidos (el caso de Hisham Geneina) por
conceder una entrevista a un medio hostil (Al-Jazeera, en este caso), lo que le
convierte ya en mentiroso por connivencia con un medio enemigo.
El
régimen lleva cerrados o bloqueados más de 400 medios con la excusa de que se
defiende frente al extremismo. En muchos caso pueden ser páginas islamistas,
pero en otros son medios independientes y democráticos, como Mada Masr o Egypt
Independent, que se ven intimidados, bloqueados o cerrados muchas veces sin existir
acusación. Eso es importante porque si hubiera acusación estarían en la obligación
de aportar pruebas. El régimen se ha convertido en un árbitro de la verdad. En
los inicios trató (se informó de ello aquí) de evitar que los medios no transmitieran
más noticias sobre jueces, policía, ejército que las que el gobierno
autorizara. Pronto se vio que esto no era posible que fuera aceptado. Lo que se
hizo entonces fue un doble proceso: la intimidación por la información y el
desmantelamiento de la independencia del sindicato de periodistas tras el caso
de las islas de Tiran y Sanafir, en donde informar sobre el malestar del pueblo
egipcio se consideró delito e incitación contra el estado. Eran también
"fake news" decir que la gente creía que eran islas egipcias frente a
la verdad oficial.
Cualquier
cosa se puede convertir en una "fake new". Recordamos como uno de los
mayores absurdos la condena a Sherine por decir que no bebería las aguas del
Nilo para no enfermar. Lo que era un chiste se convirtió en expansión de
noticias falsas. Los ejemplos se podrían notificar. Todo esto es alentado por
la idea de que así lo hacen los demás
países.
A
diferencia de la Unión Europea, el régimen de al-Sisi se puede permitir el lujo
de legislar, perseguir y condenar en nombre de una "verdad", que es
la suya. Se ha convertido en una excusa para deshacerse de enemigos y de
opositores, de discrepantes de un régimen que siempre se ha considerado llevado
de la mano de Dios. Mohamed Morsi lo creía exactamente igual.
En
nuestra ingenuidad hemos pensado que la proliferación de medios nos llevaría a
la "verdad". Nada más lejos de lo ocurrido. Hoy vivimos en la
confusión mediática, en el dogmatismo informativo y en sensacionalismo como
forma de supervivencia en un mundo cacofónico y estridente.
La información
periodística es una mezcla de conocimiento e incertidumbre, de hechos y
suposiciones, de interpretación y buena voluntad, en el mejor de los casos. Se
basa en la honestidad humilde del profesional de la información, que por eso
debe estar bien formado, educado en un mejor conocimiento del mundo. No valen
ya las ingenuidades del "yo estaba allí"; se trata de comprende y
explicar, del compromiso ético con la propia profesión y con aquellos que
reciben las noticias que elaboramos. Informar es un delicado equilibrio entre
decisiones personales, del medio y de la sociedad a la que se informa.
Por eso
no me parece mal que la Comisión recomiende más educación y mayor compromiso de
aquellos medios que se declaran del lado de la imperfecta información realizada
con buena voluntad, es decir, el deseo de ser los más fieles posibles a una
verdad difusa y confusa, una verdad "blanda" (¿ya nadie lee a
Vattimo?) frente al dogmatismo manipulador y autoritario, a aquellos que
pervierte una profesión y una empresas puestas al servicio de intereses muy
poco confesables.
No es
muy apropiado, por otro lado, que los medios que se rasgan las vestiduras
apostando por la "calidad" lo hagan buscando aprovechar la crisis de
la credibilidad y les sirva para encarecer la información. El que quiera
verdad, que la pague. Eso es muy empresarial,
pero poco ético. Hace mucho tiempo
que algunos que presumen de nombre se alejaron del compromiso ético y
aprovecharon los fondos turbios del sensacionalismo o la trivialidad,
contribuyendo a este lodazal de la información en el que vivimos hoy. Nadie es
inocente. Volvemos a la idea: las mentiras funcionan porque se ha estimulado la
credulidad para vender cualquier cosa. En realidad son pocos los medios, aquí y
fuera de aquí, que han conseguido mantener una línea digna de información sin
ceder a las tentaciones de la frivolidad o de gustar a esas redes sociales que
ahora se denigran como fuente del problema. Esto es demasiado hipócrita. Son
más tempestades cosechadas.
Va a
costar que la verdad regrese y, sobre todo, va a costar que la verdad interese.
Hemos creado fanatismo para que acepten mejor los productos, como demuestran
los medios creados por la ultraderecha norteamericana. Hoy medios que se llaman
serios apuestan por cosas innobles, como la xenofobia, si vende lo suficiente
como para ganar atención. No nos extrañe después que se use el racismo contra
la inmigración para conseguir votos en Reino Unido o en Italia. ¿Recuerdan a
los independentistas catalanes amenazando e insultado a los turistas por las
calles y playas de Cataluña el pasado verano?
Me parece
bien que la Comisión Europea no haya negado la importancia del problema y, a
pesar de ello, se haya negado a establecer unas leyes específicas contra las
noticias falsas. Ya hay leyes para tomar medidas. No se puede caer ni en el
autoritarismo que les haga el favor de hundir las libertades ni en la negación
del problema. No es un problema legislativo:
es un problema social amplio, de deriva de nuestra cultura mediática. Las sociedades autoritarias matan al perro
para acabar con la rabia. Así cierran medios, bloquean cuentas, crean
simulacros de redes sociales nacionales para poder vigilar a todos y evitar
precisamente una "verdad" que no sea la suya, que no quieren ver
erosionada para no perder el control.
Por el
contrario, las sociedades democráticas deben a prender a recuperar el valor de
la verdad, por modesta y humilde que esta sea. Lo debe recuperar el propio
periodismo, como valor profesional y personal, separando el trigo de la paja,
centrándose en la información y no en la búsqueda de impacto a todo trance,
ejerciendo mal periodismo por medio del sensacionalismo y la trivialidad
elevada al rango de información. Los medios deben comprometerse con la
información y con la sociedad, respetándola, no embruteciéndola a golpe de
titular y de contenidos bazofia. Los medios deben ser edificantes, es decir,
servir también de modelo social, y no hacer lo contrario, recoger lo peor de la sociedad
para después vendérselo. Eso puede ser rentable, pero tiene sus consecuencias: una mayor penetración de las mentiras.
No hay
que tirar la toalla. Hay que poner cada uno su esfuerzo al servicio del
conjunto. Nos va mucho en ello. No es fácil vivir en una sociedad libre si no
se sabe apreciar esto. No son los jueces los que tienen que intervenir más que
en algunos casos. Es cosa nuestra, una elección que hacemos cada día, algo que
exige esfuerzo, formación, voluntad. Se trata de elegir si queremos vivir rodeados de mentiras gratificantes para nuestras creencias o sis somos capaces de convivir con una realidad compleja y confusa en la que tratamos de poner un principio de comprensión razonable.
Hay que ser críticos con la sociedad que hacemos. No somos perfectos. Pero es más fácil hacer leyes que cambiar mentes. La ingenuidad legislativa es creer que son los jueces los que van a resolver este problema, que es social y cultural, político e internacional. La Comisión ha sido sensata y no ha querido agravar más la situación. Les toca a loa agentes involucrados tomar decisiones, de los medios y profesionales a las redes, de las personas a los partidos.
*
"La Comisión Europea renuncia a la legislación contra las noticias
falsas" El País 3/04/2018
https://elpais.com/internacional/2018/04/02/actualidad/1522694360_002636.html
Anexo
Summary report of the public consultation on fake news and online disinformation
http://ec.europa.eu/newsroom/dae/document.cfm?doc_id=50374
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