Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
proceso de envilecimiento de los Estados Unidos que Donald Trump está
produciendo es incalculable. Lo hemos dicho con anterioridad y se confirma con
cada arrebato de una persona de nula talla moral, ignorancia infinita y
soberbia faraónica. La capacidad de identificación con una persona así y el
apoyo que se le conceda arrastra hacia la superficie social y personal toda la
inmundicia que le llevó a la Casa Blanca haciéndola visible. Racismo, xenofobia,
clasismo, agresividad y misoginia son los rasgos que definen las actuaciones y
palabras de Donald Trump.
De la ONU a la Organización de Estados Africanos, pasando por los países insultados directamente reclaman a Donald Trump disculpas, un tipo de acción a la que no está acostumbrado y que va contra su principio de genialidad, tal como se ha descrito hace unos días. Otros se ríen en silencio comprobando como las antipatías que genera les están trayendo clientes y aliados. Los clérigos iraníes se mofaban públicamente haciendo chistes sobre la estabilidad mental del presidente norteamericano. Tras el episodio del "botón más grande" con Corea del Norte, ahora toca el del "shithole", el agujero de mierda.
Hoy,
todos los periódicos y cadenas del mundo recogen las condenas que se le dedican
desde todos los frentes a sus insultos a países y continentes a los que ha
llamado "pozos de mierda". El diario El País escribe:
Los insultos racistas del presidente de
Estados Unidos han dado la vuelta al mundo. Su frase, “por qué recibimos a
gente de países de mierda”, ha generado amplio rechazo dentro y fuera de EE UU.
Este viernes la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Unión Africana, Haití
y El Salvador criticaron con dureza los exabruptos de Donald Trump, que hacían
referencia a inmigrantes de las dos naciones caribeñas y de países africanos,
residentes en EE UU. El embajador estadounidense en Panamá ha dimitido, afirmando
que “ya no puede servir bajo el Gobierno de Trump”. Paul Ryan, el líder de los
republicanos en el Congreso, tachó los calificativos de "desgraciados y
poco útiles".
“No hay otra palabra para describirlo que
racista. No se puede tachar a países y continentes enteros como ‘agujeros de
mierda’, retirando a sus poblaciones, que no son blancas, la entrada a EE UU”,
afirmó en Ginebra el portavoz del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de
la ONU.*
La
dimisión del embajador norteamericano en Panamá es una muestra de esa vergüenza
que surge cuando las personas tienen unos mínimos éticos y son capaces de
comprender que lo que el presidente electo de los Estados Unidos dice lo hace
ante el mundo en nombre del país. Es lo que Trump no podrá entender nunca desde
su egolatría.
La
paciencia de muchos está empezando a deshacerse con cada choque que las
palabras o acciones de Trump provocan. El tono de las críticas al presidente
crece y es cada vez más airado.
Será
difícil encontrar en la historia norteamericana palabras como estas, dirigidas
al presidente desde el editorial de hoy de The New York Times:
Where to begin? How about with a simple
observation: The president of the United States is a racist. And another: The
United States has a long and ugly history of excluding immigrants based on race
or national origin. Mr. Trump seems determined to undo efforts taken by
presidents of both parties in recent decades to overcome that history.
Mr. Trump denied making the remarks on Friday,
but Senator Richard Durbin, Democrat of Illinois, who attended the meeting,
said the president did in fact say these “hate-filled things, and he said them
repeatedly.”
Of course he did. Remember, Mr. Trump is not
just racist, ignorant, incompetent and undignified. He’s also a liar.**
Esto va
más allá de partidismo político. No es cuestión de un enfrentamiento entre
demócratas y republicanos. Es un choque entre tratar de salvaguardar los
valores del país y el miedo de los que han llegado al poder embarcados este
deshonroso navío de que este se les hunda. No creo que sea otro el conflicto
real por más que se enmascare. La vida de Donald Trump en la Casa Blanca está
supeditada a la conciencia del puñado de republicanos que puedan retirarle su
apoyo de forma radical, dando un portazo y declarando que el presidente está
dejando aislado al país en el mundo, creando antiamericanismo en cada
declaración y lanzando a sus aliados en manos de sus rivales y a eso no se le
puede llamar "liderar". Sin embargo, el partido republicano se deja
retratar tras el presidente, como un coro siniestro, aplaudiendo y riendo las
gracias de una persona que no tiene ninguna. Es lo que se podía esperar del
nieto de un dueño de burdeles y del hijo de un racista especulador inmobiliario.
Zola hubiera disfrutado novelando la historia de la familia Trump.
The New York Times señala en el editorial:
What is concerning is not the wall, or the word
“shithole” or the vacillation on the Dreamers or the Salvadorans. It’s what
ties all of these things together: the bigoted worldview of the man behind
them.
Anyone who has followed Mr. Trump over the
years knows this. We knew it in the 1970s, when he and his father were twice
sued by the Justice Department for refusing to rent apartments to black people.
We knew it in 1989, when he took out a full-page newspaper ad calling for the
execution of five black and Latino teenagers charged with the brutal rape of a
white woman in Central Park. (The men were convicted but later exonerated by
DNA and other evidence, but Mr. Trump never apologized, and he continued to
argue as late as 2016 that the men were guilty.) We knew it when he built a
presidential campaign by demonizing Mexicans and Muslims while promoting the
lie that America’s first black president wasn’t born here. Or when, last
summer, he defended marchers in a neo-Nazi parade as “very fine people.”**
Todos sabían todo. Lo importante es que a unos les molestaba
y a otros les atraía y lo disfrutaban. Antes de que Trump tomara posesión, los
diarios norteamericanos ya daban cuenta de incidentes racistas en los pueblos,
en los bares, en las colas de los supermercados, en las redes sociales...
Algunos manifestaban su satisfacción por haberse librado en la Casa Blanca de
una "mona con tacones", en referencia a Michelle Obama.
Las mentiras e insultos de Trump han sido constantes antes y
después. Forman parte de su vida y de su forma de relacionarse. Es incapaz de
hacerlo de otra forma. Es la suma de sus genes y de lo que aprendió en su casa:
el poder es hacer lo que quieres, desinhibirse. Cuando más poder, más se
pisotea a los otros. Nada nuevo, solo un altavoz más potente, un escenario más
amplio. Lo malo es que ahora no habla en su nombre y el efecto de sus
desaguisados no le afectan solo a él sino a la estabilidad del mundo.
La suspensión del viaje a Londres, previsto para la
inauguración del edificio de la embajada, muestra que los que se sienten incómodos
con su presencia van más allá de los países que desprecia explícitamente. El
temor a encontrarse un Londres sublevado y cerrada las puertas de Parlamento y
Buckingham Palace indica que hasta los aliados de toda la vida, como Reino
Unido, no quieren saber nada de él o no quieren verse en la misma fotografía.
El caso británico es especialmente duro porque la salida de la Unión podía
hacer pensar en una alianza, algo que se vio desestimado con la política del
"América First". Trump, quien dijo aquello de "¡llamadme Mr.
Brexit!", no es fiable ni agradable.
Nadie quiere recibir a Trump, por decencia y por higiene,
por ética y por estética. Solo los dictadores parecen sentirse a gusto en su
compañía, algo que es mutuo.
El presentador de la CNN, Don Lemon, retiró la palabra a un panelista que estaba haciendo prácticamente apología del racismo dando la razón al presidente. Los otros tres panelistas intervinientes no podían ocultar las caras de asombro y escándalo ante lo que estaban oyendo a uno de esos defensores absolutos de lo que Trump hace o dice. Pero esta vez fue demasiado, un insulto a los espectadores.
Anderson Cooper, también de la CNN, periodista que cubrió el devastador terremoto de Haiti, se emocionaba mientras recordaba el sufrimiento de aquel pueblo y su ejemplo de superación, considerando indigno que se les insultara de esa forma. Trump, según recogen las declaraciones de algunos asistentes a otra reunión, había llegado a decir que todos los haitianos que había en Estados Unidos tenían SIDA, según recoge el editorial de The New York Times. La emoción le hizo temblar a Anderson Cooper la voz. La indignación se lleva por dentro, pero la emoción no es fácil de contener. El trabajo de Cooper sobre Haiti tras el terremoto fue galardonado con un premio Emmy.
Solo el ejército de los neonazis, supremacistas blancos y trumpistas, con su buque insignia, la Fox News, intenta presentar como razonable el racismo de Trump o decir —como ha hecho uno de sus presentadores— que es la forma habitual en que los norteamericanos se refieren a haitianos y salvadoreños.
La historia los meterá en el mismo agujero. Y ese sí que va a oler.
* Nicolás Alonso "Los insultos de Trump desatan una condena global" El País 13/01/2018 https://elpais.com/internacional/2018/01/12/estados_unidos/1515774630_288263.html
** Editorial "Donald Trump Flushes Away America’s Reputation" The New York Times 12/01/2018 https://www.nytimes.com/2018/01/12/opinion/donald-trump-flushes-away-americas-reputation.html
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