Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
palabra "democracia" siempre suena a sarcasmo en boca de Erdogan.
Nunca es una propuesta; siempre es una crítica. La usa para camuflar su propio
autoritarismo, eso para lo que algunos acuñaron la expresión "la deriva
autoritaria de Erdogan". Quedó en una frase hecha, en un destino inevitable,
ante la desesperación de los turcos que sí quieren una democracia, que rechazan
el autoritarismo beato de Erdogan y los suyos.
Instalado
en el poder y con pretensiones de reinar durante siglos, si Dios lo permite, el
sultán hace demostración de fuerza. No entendemos muy bien que esta teatralidad
forma parte del recetario islamista. Lo llaman "humillar a
Occidente", el sueño de la frustración de los imperios caídos. Ante sus
miles de seguidores, Erdogan da recitales de democracia comparada. Lo hace con
balanzas trucadas en las que la provocación de sus enviados y ministros,
rechazos sus mítines en tierra extraña, pesa lo mismo que los encierros de
periodistas por decenas o las purgas de miles de personas. Erdogan acaba de
llamar "república bananera" a Holanda y lo hace desde el progresismo
que supone su rechazo a los principios darwinista de la evolución y la genética
y la petición a las mujeres turcas de que tengan muchos hijos por la patria.
Luego se repartirán como semillas por el mundo y Erdogan y sus ministros irán a
recordarles lo que deben hacer en los países donde se encuentren. Para ellos
reclamará América, que —según su visión— ya era musulmana antes de que Colón
llegara, uno de los grandes robos culturales de la Historia.
Cuando
ya conocía la prohibición, Erdogan ha mandado a sus ministros para que el
escándalo fuera mayor. Ha llamado nazis
a holandeses y alemanes, pero se enfada mucho cuando le recuerdan el genocidio
armenio, que para él y sus turcos nunca existió. A los insultos, en el más puro
estilo, siguen las amenazas. Erdogan ha advertido que "lo pagarán
caro". Señala el diario El País:
A las medidas tomadas hasta ahora –instar al
embajador holandés a que no regrese a Turquía y bloqueo del acceso a las
legaciones diplomáticas neerlandesas en territorio turco- se le unirán más,
prometió el mandatario islamista: “Aún no hemos comenzado (a tomar represalias)”.
Durante la tarde, en un discurso ante sus
seguidores en la localidad de Kocaeli buscó además soliviantar los ánimos de
las comunidades turcas en Europa: “Me dirijo a nuestros ciudadanos fuera del
país. ¿Sabéis lo que tenéis que hacer contra los enemigos de Turquía, verdad?”.
Una táctica peligrosa que pone a los euroturcos entre la espada y la pared de
su patria de origen y aquellas de acogida, en las que nunca se les ha puesto
fácil la integración. “Me dirijo a vosotros, dirigentes del AKP (el partido
islamista que gobierna en Turquía). El espectáculo que habéis montado para
conseguir más votos lo terminaremos pagando nosotros”, escribía en Twitter la
comentarista alemana de origen turco Emine Arslaner.*
Pero
eso no le preocupa a Erdogan; más bien le beneficia. Cualquier reacción la
usará como gasolina en sus continuos y multitudinarios mítines. Nadie practica
tanto el culto a la personalidad como Recep Tayyip Erdogan; nadie está en ese vis a vis continuo con sus votantes como
el presidente turco.
Erdogan
es uno de esos políticos que viven y llevan a sus pueblos hasta la línea toja y
se acomodan allí. Son años de amenazas y de autoritarismo hasta llegar al punto
del golpe de estado del pasado julio. Para muchos fue una maniobra para hacer
salir a los que quería ver a la luz y la excusa para hacer una gigantesca
purga. Desconocemos si fue un "autogolpe" —en Egipto, que no le son
precisamente favorables, lo llamaron "el regalo de Dios"—, pero lo
que sí es cierto es que le permitió hacer la jugada que llevaba tiempo
intentando. Frenó las críticas occidentales por su comportamiento ante los
kurdos y el Estado Islámico —brutal con los primeros, más relajado con los
segundos, hasta que las críticas volvieron ante las dimensiones de la purga,
que involucró a miles de personas, incluidos maestros.
En el
revuelto panorama europeo, las amenazas de Erdogan y su llamamiento a la
comunidad turca puede ser aprovechado por algunos para acabar de desencadenar
unos incidentes que afecten a las elecciones que se celebran en algunos países
de la Unión. Erdogan les hace el favor a los ultraderechistas y xenófobos
mostrando la cara agresiva de los islamistas cuando están en el poder.
Erdogan
tiene dos formas de hacer daño a Europa y Europa lo sabe: la inmigración que
pasa por Turquía y el terrorismo. Con estas dos llaves, Erdogan ha conseguido
muchas cosas, pero es implacable. Y lo es porque el centro de su discurso es
antidemocrático.
El
sentido de los ataques a Europa es porque sabe que es el lugar en el que sus
enemigos internos —los laicos y demócratas— van a tener acogida. Su futuro no
está en Europa, en donde estaría en conflicto permanente. Pero Europa es la
excusa perfecta para poder mantenerse en el poder y que su transformación de
Turquía de un estado laico en uno islámico se acoja de una manera diferente.
Toda su estrategia se basa, por ello, en el desprestigio de Europa que es para
él el desprestigio de la democracia occidental. Por eso sus desafíos constantes
y ese fariseo victimismo que practica ante sus enardecidos seguidores que ya
piensan que antes muertos que europeos.
Cuando
ataca a Europa por no dejar pasar a sus ministros a dar mítines antieuropeos
mientras encarcela periodistas llamándolos "terroristas", Erdogan
está cumpliendo a sus objetivos. Está tratando de cerrar las puertas a los que
mantienen la esperanza de un cambio en Turquía tras las purgas y los exilios.
El verdadero
escándalo del ex consejero de defensa de Trump, Michael Flynn, no es el de los
contactos con el embajador ruso. El verdadero es el pago de más de medio millón
de dólares a Flynn desde el poder turco —una empresa turca con sede en Holanda
precisamente— para que presentara a Fethullah Gulen, su bestia negra, como un
radical islamista y terrorista. La gravedad del caso se pierde entre la maraña que
es ahora mismo la política norteamericana, con un giro escandaloso cada pocas
horas. Pero la claridad del caso deja en entredicho al equipo de Trump y
especialmente la forma de trabajar del "demócrata" Erdogan.
¿También Erdogan quiere ser llamado "Mr. Brexit"? Mucho me temo que sí, otro más a la lista cansina de personajes que tienen a la Unión Europea en el punto de mira.
La
pregunta "¿Sabéis lo que tenéis que hacer contra los enemigos de Turquía,
verdad?", recogida por El País, es algo más que retórica. Es un mensaje
peligroso que, tal como está el mundo, no conviene repetir demasiado. Erdogan,
como todos los dictadores, identifica su voluntad con el destino y su persona
con el país. Quedan fuera todos los que no piensan como él y son enemigos todos
los que se le oponen o discrepan. Y él los elimina en el nombre de Turquía.
*
"Erdogan advierte a Holanda de que “pagará caro” impedir los mítines de
los ministros" El País 12/03/2017
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/03/12/actualidad/1489334036_394958.html
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