Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay
diferentes modelos de dictador, aunque casi todas las dictaduras se parecen. Las diferencias entre estas están en la violencia que ejercen, de las desapariciones a los silenciamientos por
censuras, del control de las leyes al de los tribunales y demás instituciones,
de las muertes en las calles al oficialismo de los medios...
El
dictador hace apariciones o no y se limita a que su retrato esté en paredes y
esquinas, en despachos. Si existe mucho rechazo internacional, tienden a
quedarse en casa, donde tienen un público fiel de aplaudidores.
Una vez más, el nuevo mundo de las comunicaciones lo ha cambiado todo. Ahora se hace necesaria la elaboración más amplia de una imagen pública y esta deja de tener fronteras, que ya no son bordes físicos, sino atencionales. Mis límites están allí donde no me hacen caso.
Uno de los ejemplos del nuevo modelo de dictador es Nicolás Maduro, el dictador showman, cuyas características principales son su forma de actuar y la negación acalorada de que es un dictador.
Para
Maduro y el oficialismo generado a su alrededor, lo que está mal es el mundo, fuente de errores y maldad. Para todo dictador
este es el principio: el mundo está mal y solo nosotros hacemos algo por
evitarlo. De este principio general se sigue una cadena de principios básicos,
como "el mundo nos envidia", "nuestros enemigos de siempre
quieren nuestra destrucción", etc.
Maduro baila, Maduro canta, Maduro no se despega del micrófono ni se aleja de las cámaras... Con su voz impostada y su gesto firme, con sus bailes, Maduro no deja de estar a la vista, algo que el nuevo modelo de dictador, ligado a los medios, no puede evitar. Su dictadura necesita que esté día y noche antes los ciudadanos, generar espectáculo. Maduro, como Trump, necesita controlar las respuestas, controlar el ciclo completo. Las diferencias, claro está, las marcan las instituciones y el derecho. A Trump le echan de las redes sociales y se tiene que crear una; Maduro, por el contrario, se permite cerrar la red X por diez días.
El heredero chavista ha ido configurando el estado a su imagen y escenifica una "diversidad" inexistente. A todos los que pide opinar los ha colocado él en las instituciones en un ejercicio hipócrita de ventriloquía. Maduro pide que las instituciones hablen, cuando estas solo son su propia voz, la del sistema. Los que piensan o hablan de otra manera están gritando en las calles, desaparecidos, emigrados, en la cárcel o en vías de cualquiera de las posibilidades citadas. A esos no les pregunta nada. A Nicolás Maduro le sale bien una palabra, "inapelable". La boca se le llena de verdad oficial cuando la pronuncia con el énfasis adecuado.
Maduro
necesita del show permanente porque debe explicar o dar sentido a lo que los
venezolanos y el mundo ven: la represión en las calles, las detenciones
arbitrarias en mitad de la calle por personal sin identificar, la desaparición
de los detenidos, etc., es decir, todo aquello que el dictador califica como
"golpe de estado", "conspiración", etc.
No le basta
con que haya banderas en el auditorio. Se tiene que convertir él mismo en
bandera. Ha heredado los chándales patrióticos de Hugo Chaves. Él es la bandera, la bandera es la patria,
luego... ¡él es la patria! ¿Había dudas?
Vladimir
Putin, que es todo sobriedad, ha creado un selecto club de dictadores de apoyos
mutuos. "Hoy por ti, mañana por mí" y viceversa. Mucho aplauso y
discreto silencio. "¿Desaparecidos? En Rusia no desaparece nadie; es muy
grande", podría decir un día. Pero,
claro. Putin se educó en la discreción de la KGB, mientras que el latino Maduro
es hijo de la "salsa" chavista, de los ritmos latinos de todo orden y
necesita espectáculo en el que exhibir su firmeza.
¿Esperar
a que el bien triunfe? Con esto de
los dictadores nunca se sabe. Lo que sí están claras son dos cosas: a) casi
nunca los dictadores salen por las buenas; y b) el club de amigos dictadores es
muy solidario. Saben que lo que pierde uno, lo pierden todos.
Hay muchos venezolanos entre nosotros. Muchos están preocupados en estos días por sus familias, por los que quedaron allí. Unas palabras de apoyo pueden hacer mucho bien en su día a día, con el teléfono en una mano, viendo noticias.
Por aquí tenemos unos cuantos españoles muy "maduros", con una sonrisa y palabras de apoyo constantes al dictador, con aplausos a sus bailes. Ya se les está empezando a atragantar tanto apoyo. Es muy cómodo salir de un país democrático y llegar a una dictadura en la que te tratan a cuerpo de rey. Pero esta vez les va a ser difícil cubrir con silencio tanta ignominia, tanto baile.
Nuestra solidaridad con el pueblo venezolano de buena voluntad, sometido a violencia y vergüenza. Es muy triste vivir en la miseria, bajo la violencia y tener que aplaudir cada día a los mismos que te pisan.
Un ballet "patriótico" |
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