lunes, 12 de agosto de 2024

Los bailes de Nicolás Maduro

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Hay diferentes modelos de dictador, aunque casi todas las dictaduras se parecen. Las diferencias entre estas están en la violencia que ejercen, de las desapariciones a los silenciamientos por censuras, del control de las leyes al de los tribunales y demás instituciones, de las muertes en las calles al oficialismo de los medios...

El dictador hace apariciones o no y se limita a que su retrato esté en paredes y esquinas, en despachos. Si existe mucho rechazo internacional, tienden a quedarse en casa, donde tienen un público fiel de aplaudidores.

Una vez más, el nuevo mundo de las comunicaciones lo ha cambiado todo. Ahora se hace necesaria la elaboración más amplia de una imagen pública y esta deja de tener fronteras, que ya no son bordes físicos, sino atencionales. Mis límites están allí donde no me hacen caso.

Uno de los ejemplos del nuevo modelo de dictador es Nicolás Maduro, el dictador showman, cuyas características principales son su forma de actuar y la negación acalorada de que es un dictador.

Para Maduro y el oficialismo generado a su alrededor, lo que está mal es el mundo, fuente de errores y maldad. Para todo dictador este es el principio: el mundo está mal y solo nosotros hacemos algo por evitarlo. De este principio general se sigue una cadena de principios básicos, como "el mundo nos envidia", "nuestros enemigos de siempre quieren nuestra destrucción", etc.

Maduro baila, Maduro canta, Maduro no se despega del micrófono ni se aleja de las cámaras... Con su voz impostada y su gesto firme, con sus bailes, Maduro no deja de estar a la vista, algo que el nuevo modelo de dictador, ligado a los medios, no puede evitar. Su dictadura necesita que esté día y noche antes los ciudadanos, generar espectáculo. Maduro, como Trump, necesita controlar las respuestas, controlar el ciclo completo. Las diferencias, claro está, las marcan las instituciones y el derecho. A Trump le echan de las redes sociales y se tiene que crear una; Maduro, por el contrario, se permite cerrar la red X por diez días. 

El heredero chavista ha ido configurando el estado a su imagen y escenifica una "diversidad" inexistente. A todos los que pide opinar los ha colocado él en las instituciones en un ejercicio hipócrita de ventriloquía. Maduro pide que las instituciones hablen, cuando estas solo son su propia voz, la del sistema. Los que piensan o hablan de otra manera están gritando en las calles, desaparecidos, emigrados, en la cárcel o en vías de cualquiera de las posibilidades citadas. A esos no les pregunta nada. A Nicolás Maduro le sale bien una palabra, "inapelable". La boca se le llena de verdad oficial cuando la pronuncia con el énfasis adecuado.

Maduro necesita del show permanente porque debe explicar o dar sentido a lo que los venezolanos y el mundo ven: la represión en las calles, las detenciones arbitrarias en mitad de la calle por personal sin identificar, la desaparición de los detenidos, etc., es decir, todo aquello que el dictador califica como "golpe de estado", "conspiración", etc.

No le basta con que haya banderas en el auditorio. Se tiene que convertir él mismo en bandera. Ha heredado los chándales patrióticos de Hugo Chaves.  Él es la bandera, la bandera es la patria, luego... ¡él es la patria! ¿Había dudas?


"¡Esto me pasa por hacer elecciones!, pensará Nicolás Maduro por las noches cuando intenta conciliar el sueño. Lo mismo pensarán otros dictadores, que analizan los errores que cometen sus colegas para evitarlos.

Vladimir Putin, que es todo sobriedad, ha creado un selecto club de dictadores de apoyos mutuos. "Hoy por ti, mañana por mí" y viceversa. Mucho aplauso y discreto silencio. "¿Desaparecidos? En Rusia no desaparece nadie; es muy grande", podría decir un día. Pero, claro. Putin se educó en la discreción de la KGB, mientras que el latino Maduro es hijo de la "salsa" chavista, de los ritmos latinos de todo orden y necesita espectáculo en el que exhibir su firmeza.


A Maduro y su régimen, los pacientes opositores y ciudadanos con sentido del ridículo, les han agotado la paciencia ante el descaro del diseño electoral. "¿Cuándo se han publicado en Venezuela las actas electorales?", se preguntaba un distinguido chavista ante las cámaras del país y del mundo. ¡Vaya pregunta tonta!

¿Esperar a que el bien triunfe? Con esto de los dictadores nunca se sabe. Lo que sí están claras son dos cosas: a) casi nunca los dictadores salen por las buenas; y b) el club de amigos dictadores es muy solidario. Saben que lo que pierde uno, lo pierden todos.

Hay muchos venezolanos entre nosotros. Muchos están preocupados en estos días por sus familias, por los que quedaron allí. Unas palabras de apoyo pueden hacer mucho bien en su día a día, con el teléfono en una mano, viendo noticias.

Por aquí tenemos unos cuantos españoles muy "maduros", con una sonrisa y palabras de apoyo constantes al dictador, con aplausos a sus bailes. Ya se les está empezando a atragantar tanto apoyo. Es muy cómodo salir de un país democrático y llegar a una dictadura en la que te tratan a cuerpo de rey. Pero esta vez les va a ser difícil cubrir con silencio tanta ignominia, tanto baile.

Nuestra solidaridad con el pueblo venezolano de buena voluntad, sometido a violencia y vergüenza. Es muy triste vivir en la miseria, bajo la violencia y tener que aplaudir cada día a los mismos que te pisan.

Un ballet "patriótico"

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