Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se
puede morir de muchas maneras, unas mejores que otras. Al final todos lo
hacemos. Pero para los que nos quedamos, pueden ser motivo de reflexión sobre
el mundo en que vivimos y que dejarás atrás.
Tenemos
muertes, como las que han ocurrido hace unos días en el Mont-Blanc, de jóvenes
despeñados en plena escalada. Son tristes, pero al menos queda el consuelo —para
los que así lo quieran ver— de que fallecieron haciendo lo que más les gustaba.
Tenemos la reciente muerte de una mujer de 85 años en un mercado afgano durante
un tiroteo. Estaba haciendo turismo, un turismo que ahora llaman "de
riesgo". La escalada es también un deporte de riesgo. Dicen que las altas
temperaturas pudieron ser las que hicieron que cedieran los anclajes.
Nos
estamos preguntando porqué se hundió tan rápido el súper yate de lujo de los magnates
británicos de la banca y de las tecnologías. Todo su poder y dinero no sirvió
de nada ante un golpe de la naturaleza. Seguro que cuando se lo vendieron, le
aseguraron que era a prueba de todo, una parte de la "armada
invencible", que como entonces dejo la vanidad humana a la altura del
betún. El yate sigue a cincuenta metros de profundidad. Dicen que fue la vanidad de la altura del mástil que se
quebró, la larga quilla... todo aquel monumento a la ingeniería y al lujo, lo
que lo hundió en minutos.
Fatalidades,
desgracias, imprudencias, conjunción de factores... Muertes.
Pero de
todas estas tristes muertes, hay dos que me afectan y deberían afectarnos,
hacernos reflexionar a todos,
Me
refiero a los dos cadáveres encontrados y cuyas noticias han aparecido el mismo
día. Son muertes que hablan de nosotros. La primera de ellas nos habla del
descubrimiento de un hombre de 78 años que llevaba seis meses muerto. La
segunda, el hallazgo del cadáver de una mujer muerta desde hace un mes.
Del
primero nos dicen los medios que dio la alerta el casero, que dijo que llevaba
tiempo sin ver al fallecido. De la segunda, nos dicen que fue el molesto olor
lo que hizo que los vecinos se quejaran.
Las otras noticias —el turismo de riego, el accidente deportivo, el yate convertido en tumba...— podemos hablar de fatalidades. De las dos muertes, en cambio, debemos hablar de soledades, el mal al que la sociedad española no se quiere enfrentar.
Vivimos en una sociedad avejentada y de lucha generacional. Es triste pensar que esas dos personas no importaban a nadie, no tenían que le echara en falta. Es triste pensar que nadie las llamara o que no se preocuparan por su ausencia de noticias o respuesta. Solo el casero y los molestos vecinos.
El retrato que esto hace de nuestra vida social es muy triste. El vivir el momento hace percibir a los mayores como una carga. Hay algo de venganza generacional en el abandono. Se nos muestra muchas veces a los mayores como beneficiarios de una vida que ya no existe, esa que se refleja a la perfección en ese spot publicitario cuyo eslogan es "¡Llegamos tarde!". En él, unos jóvenes manifiestan su lamento por no tener casa, ni segunda vivienda, ni empleo estable... A todo "llegaron tarde". ¿Ahora deben cargar con los que sí tuvieron lo suyo?
En mis tempranos paseos, casi diarios, hasta Correos a recoger mis envíos de películas o libros, veo un panorama desolador, el de decenas de ancianos a los que "sacan a pasear". Bastones, andadores, sillas de ruedas... furgonetas recogiéndolos para llevarlos a centros de día. Es un recorrido que te muestra una España real de la que poco se habla.
Los que veo son los privilegiados a los que acompañan en sus paseos diarios o recogen. Algunos caminan junto a miembros de la familia, hijos preferentemente. Otros muchos, en cambio, lo hacen junto a acompañantes, principalmente inmigrantes, que son los que asumen estas tareas a cambio de un sueldo o de compartir la casa.
Conozco
a personas que realizaban sus carreras estudiando y acompañando a ancianos a
los que cuidaban, les mantenían las casas en orden y les hacían la compra. De
la tarea de estos emigrantes apenas se habla. Cubren lo que sus familias no
hacen. Hacen lo que su propia sociedad no atiende. ¿Están previendo este
abandono solitario o solo están pendientes del negocio, de la llamada
"silver economy"?
Se está desarrollando un enorme negocio, algo que va de las residencias a la tecnología. De las residencias hemos tenido noticias en la pandemia. Es un negocio seguro, con creciente demanda conforme avanza en el envejecimiento. Hay de todo en ellas. La tecnología, igualmente está desarrollando toda una gama de dispositivos, programas, etc. para la vigilancia a distancia. No combate la soledad, pero alguna función cubre.
No hace muchos días, una antigua colega de departamento, a punto de cumplir los 91 años acudió con una joven acompañante a un acto. "Es la que me ayuda a moverme fuera de casa". Me dio una enorme tristeza, más que por el hecho en sí, por el tono en que lo dijo.
La sociedad ha cambiado. Ha cambiado no solo la estructura familiar y el envejecimiento, sino también en las relaciones sociales y familiares. Las "casas familiares" han desaparecido, como lo han hecho las familias numerosas. No estoy reivindicando aquella sociedad en la que la hija se sacrificaba para atender a sus padres, se quedaba "a vestir santos", hasta que fallecían. Pero sí critico una sociedad en la que es posible morir y que tarden seis meses en darse cuenta.
Parece
que todos estamos muy ocupados para encargarnos de saber cómo nos encontramos. Muchas
veces por el temor a que nos "caigan" tareas. Siempre hay algo más
importante que hacer que tratar de saber cómo están los "nuestros",
concepto que ha ido desapareciendo con la desespacialización de las familias,
su dispersión de un centro físico —un pueblo o ciudad, un barrio—; ahora todos
vivimos lejos unos de otros.
Es
triste morir en ese grado de soledad y distanciamiento de los otros. Hay muchos
países en los que se valora la preocupación por los otros, las amistades o
familias. Nosotros lo vamos perdiendo por diversas causas. Lo peor es que no
nos importa demasiado ocupados como estamos en vivir un presente sobrecargado,
que es el del consumismo, el de la trivialidad.
Estos dos
casos nos muestran la sociedad en la que vivimos, el desvanecimiento de los
lazos, de las responsabilidades que nadie quiere. Esto se irá agravando con el tiempo. Dejará de
ser noticia el hallazgo de personas muertas sin que nadie las haya echado en
falta. Seguirá siendo noticia morir en el Mont-Blanc o en Afganistán, pero no
lo será morir en la soledad.
Hoy me
han llamado por la noticia de un incendio en mi pueblo. "¿Todo bien?"
Lo he agradecido.
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