Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Dedicado
este verano a lecturas sobre el papel de la narración en la configuración
cultural, la película es una demostración práctica del papel de la narrativa,
en este caso cinematográfica, en nuestra construcción del mundo que nos rodea y
de nosotros mismos en él. El filme es una teoría de la historia dentro de la
historia, una reflexión sobre el hecho de contar narrándola.
Leía ayer mismo:
... El mundo debe tener sentido, lo cual implica que debe ser posible explicar lo que vemos y pensamos. Por lo general, podemos hacerlo... porque somos fabuladores creativos cableados para inventar historias que den coherencia al mundo. (43-44)
Estas breves líneas, pertenecientes a la obra de P.E, Tetlock y D. Garner Superpronosticadores. El arte y la ciencia de la predicción (2017), podrían servir de punto de partida si le damos espacio a los matices de las palabras. Ese inicial "debe", por ejemplo, no supone que el mundo lo tenga, sino que debe tenerlo para que podamos cumplir nuestras expectativas. Tenemos los humanos la "maldición de la historia", por eso hubo que desarrollar una "filosofía del absurdo", que pusiera en evidencia esa necesidad nuestra, social y personal. Puede que las historias no sean verdaderas, pero son necesarias.
Lo que la película pone en evidencia es el embrujo de las
historias bien contadas. Es una capacidad que no todos tienen. Es divertida la
secuencia en la que vemos cómo la familia va cambiando de enviado a ver las películas
del cine por su poca capacidad para contarla al resto hasta que finalmente se
descubre las dotes narrativas de la protagonista.
Todos están de acuerdo a que la película es un canto al cine, pero creo que también hay un reconocimiento de la fantasía como un refugio ante la realidad negativa. En este sentido la película nos muestra cómo las historias sirven para tapar la cruda realidad que viven los habitantes de ese perdido desierto de Atacama en el que trabajan.
El Chile perdido que se nos muestra no tiene más
escapada que la sala de cine. Es allí donde llega un mundo exterior que los
espectadores viven a través de las películas y que les modela como personas en
sus preferencias. Al cine lo van matando las condiciones económicas y,
especialmente, un nuevo tipo de pantallas que ya no les trae las fantasías
fabricadas, sino lo terrible del mundo real, las noticias de la televisión, una
pantalla que pronto será ocupada por el amenazador rostro del general Pinochet
y su cruento golpe de estado.
Pronto, las películas contadas son un paraíso mítico,
un espacio de fuga ayudados por la magia narrativa de la contadora de
películas.
No reflexionamos suficiente sobre el papel del cine en
nuestra forma de ver el mundo. Lo hacen novelas como la de Rivera Letelier o la
película que la adapta a la pantalla. Es duro ver cómo el cine ha ido quedando
arrinconado cultural y mediáticamente, sustituido por una mundo narcisista en
el que ya no cabe la imaginación, sino la representación auto aplaudida del
selfie. Ya no soñamos con ser otros, soñamos con ser nosotros mismos en una
pantalla, ante los otros; tratamos de superar la evidencia de nuestra vaciedad
siendo las estrellas de un baile, de un ejercicio malabar, etc. que sea visto por
miles. Es la medida de la existencia. Soñar ya es otra cosa.
Los personajes de La
contadora de películas van al cine y quieren cambiar el mundo, aunque no lo
consigan. Los filmes les proponen un reto. Es ahí donde deben trabajar, luchar
por ser alguien, darse forma, elegir destino.
Creo que la idea de Rivera Letelier va más allá del
cine y nos habla de la gestión de los sueños y de su papel en la construcción
de nuestras realidades e identidades. Lo hace en una sociedad que trata de
confundirnos en un mundo de pantallas y selfies. Es fácil alcanzar los nuevos
sueños y construir otros inmediatamente. Ya no hay que cambiar el mundo, hay
que cambiarnos en lo virtual, en la esfera mediática. Allí está todo lo que
podemos ser. ¿Por qué arruinar la fantasía?
Creo que La
contadora de películas es un esfuerzo conjunto muy meritorio. Se nota el
compromiso con el proyecto, con el trabajo de los actores (¡qué delicia ver a
la debutante Sara Becker imitando a Clint Eastwood al contar El bueno, el feo y el malo!), la buena
dirección, la gran fotografía y la magnífica música del filme, por destacar
solo algunos aspectos notables. La edición en disco se acompaña del CD con la
banda sonora y de un hermoso libreto con fotos, datos y palabras de los
responsables. No es frecuente una edición con tanto esmero y gusto.
Merece la pena ver la película y pensar con ella sobre el papel de las historias, sobre cómo se relacionan con los sueños y estos con las realidades. Solo se puede amar el cine con el cine, aunque el cine nos enseñe a amar muchas cosas. La novela de Rivera Letelier, la película de Lone Scherfig son el dedo que apunta al mundo y a nosotros mismos.
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