Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Quizá
deberíamos preguntarnos con total sinceridad "qué son" unas "Olimpiadas"
para nosotros. El primer paso quizá debería ser desmenuzar ese
"nosotros", el que está al otro lado de las pantallas y de los
periódicos recibiendo todos los días información desde meses antes. Es un
"nosotros" que va desde el espectador al aficionado que acude al
aeropuerto a recibir a los deportistas galardonados
Si el
asunto de los deportistas es competir, el de los medios es vender emoción,
valoración, gestionar la decepción por las expectativas y, sobre todo, generar
audiencias con esas expectativas creadas.
Más de una vez en estas retransmisiones he cambiado de canal al sentirme "manipulado" por aquellos que retransmitían el evento deportivos. El principal obstáculo para mí era la forma en que describían a algunos deportistas y los resultados obtenidos, alejados de "sus" previsiones de triunfo.
El
deporte es uno de los campos con mayor densidad identitaria. Los deportistas
salen desfilando con un abanderado, llevan los colores nacionales y gana o
pierden las medallas para "España". Desde ahí, la retórica va
creciendo hasta jugar con esas expectativas emocionales en las que se "siente"
la patria como triunfadora o perdedora. Todo esto tiene grados de ficción que
la mayor parte de la gente entiende, pero con la que se juega en la mediación.
Son los medios, sus profesionales, los que gritan
para emocionar, los que expresan la frustración, etc. Todo medio busca crear en
la comunicación un tipo de receptores finales, que son aquellos a los que se
les piden sumergirse, dejarse llevar por la emoción deportiva en una montaña
rusa en la que se sube y baja. La retransmisión puede ser
"distanciada" o, por el contrario, "inmersiva", con todos
los grados intermedios posibles.
En
estas olimpiadas se ha jugado demasiado con las expectativas, responsabilizando
a los atletas por no haber alcanzado lo que se suponía que tenían ya, las
medallas. No es lo mismo "ganar una medalla" que "perder una
medalla".
En
estos tiempos en los que la cuestión de la salud mental de los deportistas está
en primer plano, apenas hemos tenido en cuenta los efectos de la presión y de
las palabras sobre ellos. "Perder", "decepción", etc. se
han escuchado con demasiada frecuencia en nuestras transmisiones. En ocasiones,
escuchamos a deportistas que se han dejado la piel sobre la pista, pedir
disculpas por no haber podido hacerse con la medalla o sentirse culpables por
no tener el oro y quedarse "solo" con las "plata".
En
RTVE.es, pasadas ya las olimpiadas leemos, con el titular "Lo que esperas
vs lo que consigues: ¿cumple España las previsiones de medallas en los Juegos
Olímpicos de París?", en donde el término "España" tiene una
doble lectura, la de país y la de equipos, Está la España que espera y la
España que no cumple, la que genera
frustración.
Leemos:
España tenía grandes esperanzas de cara a los Juegos Olímpicos de París 2024. Y aunque los pronósticos apuntaban a que España rompería su récord olímpico, el cómputo global se ha quedado a cuatro medallas de igualar las históricas 22 de los Juegos de Barcelona 1992.
Tales eran las expectativas a pocos días de encender el pebetero que ‘la bola de cristal’ de los diarios especializados L’Equipe y Sports Illustrated predecía que España ganaría 31 y 28 metales, respectivamente. Una porra menos ambiciosa -y finalmente acertada- hacían The Athletic (The New York Times) y Gracenote (Nielsen), ambos otorgaban a la delegación 18 preseas.
Alimentaban el optimismo algunos de los nombres más conocidos de la delegación española, muchos de ellos campeones mundiales, europeos o estrellas de otros Juegos Olímpicos. Este es el caso del doblete de Carlos Alcaraz y Rafa Nadal -conocidos como Nadalcaraz-, de las vigentes campeonas de la selección de fútbol o de Alberto Ginés, oro olímpico en escalada deportiva en Tokio 2020.
Muchos de esos nombres no han llegado a subir al podio. A cambio, esta edición de los Juegos también ha tenido su ración de sorpresas y los reveses se han compensado con algunas de las medallas más inesperadas de la historia olímpica de España.*
La generación
de "pronósticos" solo tiene un fin real, la generación de
expectativas que hagan aumentar las audiencias. Se vende la piel del oso antes
de cazarlo, por usar el popular refrán. Si luego el oso se nos escapa, la culpa
no es de quien predijo su caza, sino de quien no lo cazó. Es decir, al deportista
es responsable de "no haber cumplido las expectativas", de no haber
sido capaz de alcanzar la "medalla segura".
Todo
esto se arropa con las expectativas mediáticas de "superar" los
trofeos de una frontera histórica, las Olimpiadas de Barcelona 92, a la que
debemos mirar como una referencia, aunque no se entienda muy bien por qué. Es
sencillamente un "tópico", algo de lo que hablar.
Son
muchos los tópicos olímpicos, como que el que ganó una medalla "debe"
volverla a ganar o que el que ganó bronce debe hacerse con la plata o que el
que consiguió plata debe hacerse con el oro. Y todo "por España".
¿De
dónde salen esas expectativas de los entre 31 y 28 metales? Son las llamadas
cuentas del "Gran Capitán". Son las expectativas que mantendrán a los
espectadores fijos en su butaca a la espera de esa medalla que llegará
"seguro"... o no. ¿De dónde salen?
¿Podemos
imaginarnos el estado de ánimo de un deportista que se enfrenta a la opinión de
que "su" medalla está ganada y que no conseguirla es
"perderla", "defraudar", etc.?
Un
ejemplo lo tenemos en la extraordinaria final de tenis individual, que ponían
ya en manos de Alcaraz. Los titulares sobre el estado de ánimo tras el partido son
muy claros: sentía haber "decepcionado" a España. Luego asimiló lo
ocurrido, demostrando gran fortaleza mental. No es lo mismo "ganar la
plata" que "perder el oro". Esto último ha sido el enfoque
mayoritario. Es lo que ha permitido jugar emocionalmente con el campeonato de
tenis. Alcaraz iba subiendo lentamente hacia su destino, el oro.
En
estos tiempos en los que tanto hablamos de la salud mental de los deportistas,
sin embargo hacemos poco para cuidarla. Cada vez son más los deportistas que
hablan de esa presión que no viene del competir sino de la espiral creciente
del deporte y los medios, con los anunciantes de por medio. En la medida en que
el deporte genere más atención, la necesidad mediática de presionar, de crear
tensión crece y, con ello, la presión sobre el deportista que lucha contra la
idea de que unas fuerzas poderosas, un destino, da por segura su medalla. Si se
"pierde", toda la responsabilidad cae sobre el deportista que ha de
ser capaz de resistir.
La
deshumanización del deportista, pensado como una máquina que no puede
permitirse fallos, una máquina que genera ingresos y cuyo futuro depende de
ello, afecta a su salud mental, a la necesidad de apoyo psicológico específico
de profesionales que tratan de aislarlos en la medida de lo posible o, como el
equipo femenino norteamericano de gimnasia encabezado por Simone Biles, con perro de
terapia para la descarga del estrés generado, que no es solo por la competición sino por todo aquello que la rodea y procede del negocio deportivo y mediático.
Medios y patrocinadores se necesitan mutuamente para generar sus ingresos. La materia es el juego realizado sobre la transmisión de las actuaciones de los deportistas. La retórica del éxito y del fracaso ignora el esfuerzo del deportista y lo señala de una forma u otra. Las expectativas de medallas son la vara de medir, con independencia de lo que depare el futuro. Pero si se cumplen o no cae sobre ellos: ellos son los que las han perdido. Todos confiaban en ellos y les han defraudado.
Dos de
los medios citados por RTVE daban 18 medallas, lo que ha sido la realidad; los otros,
entre 28 y 31, han jugado con una expectativas que han acabado pagando los deportistas.
La retórica de las transmisiones ha jugado con esas expectativas como un
destino incumplido. "Defraudar", "fracasar".. ha sido términos demasiado empleados por algunos.
El que da todo en la pista no defrauda. Pero muchos medios no lo han entendido
o no lo han querido entender. Es más fácil lo otro, que es algo que servirá a
los patrocinadores para desprenderse de los que no han cumplido las
expectativas.
La retransmisión no solo "muestra"; también nos dice cómo debemos interpretarlo, cómo debemos sentirnos, la emoción —de la alegría a la decepción frustrada— que debemos albergar.
Me hubiera gustado escuchar más empatía con los deportistas, más respeto en ocasiones. El oso no estaba cazado. Ninguna ley dice que quien ha ganado una medalla debe ganar la siguiente. Y sobre todo, ninguna ley dice que las cuentas previas del medallero son un problema de los deportistas y sí, en cambio, de quien hace los pronósticos y se equivoca. Son formas de reclamo de la atención del público que frustran si no se cumple.
Las
lágrimas de Alcaraz, las de tantos deportistas que han dado mucho pero no ha
sido suficiente para satisfacer las expectativas de terceros, no deben ser
motivo de tristeza. Ha sido una final que ha hecho historia, aunque no fuera la que estaba escrita por algunos. Ya estar allí es mucho, dar lo que se tiene, eso lo que se
pide. Las medallas no se pierden; otros las ganan porque no les importan
nuestras expectativas.
El gesto de la jugadora china de bádminton con el pin de la bandera española, que no representaba a "España", sino a Carolina Marín, debería enseñarnos algo.
* Lucía
Montilla / DatosRTVE "Lo que esperas vs lo que consigues: ¿cumple España
las previsiones de medallas en los Juegos Olímpicos de París?" RTVE.es 12/08/2024 https://www.rtve.es/noticias/20240812/cumple-espana-expectativas-medallas-juegos-olimpicos-paris-2024/16215776.shtml
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