Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ser o
no ser en un mundo de pantalla, los quince minutos de gloria... ese detalle que
hace que se fijen en ti en un instante que pases a ser en la historia "el
del pico" o cualquier otro elemento que dura apenas unos segundos y que se
convierte en un pasaporte a la fama, un vuelo sin retorno a la gloria, aunque
pierdas por el camino la identidad, aunque te dejes el pasado encima del piano.
En
estos actos no eres tú; te transformas en esa acción viral, serás recordado por ella.
Pronto se olvidarán del nombre Rubiales y solo será "el del pico". De
la misma forma, la prensa nos habla hoy de de las tortitas en la cara de
Almeida. Lo primero que se pierde es la identidad: " "Un
concejal del PSOE expulsado del Pleno por tocarle tres veces la cara a Almeida:
"Es usted un violento y no se lo voy a permitir"", nos dicen en
El Mundo. Solo más adelante se nos dice que se llama "Daniel Viondi",
algo que olvidaremos aunque nos muestren el vídeo una y otra vez. En RTVE.es se
insiste en el mismo modelo, la acción sustituye al agente: "Expulsado del
pleno un concejal del PSOE de Madrid después de que Almeida le acusara de
"tocarle la cara tres veces"".
La
expresión "tocarle la cara tres veces" es interesante porque, a
primera vista, podrían entenderse como una especie de acto ritual con algún significado que
se nos oculta. Sin embargo, el hecho y su sentido está claro: son tres
tortitas, un gesto chulesco tradicional de superioridad y ninguneo, un
"aquí están estos tres cachetes" desafiante y "tienes más cara
que..." (a elegir).
Si
hubiera ocurrido en un campo de fútbol, Almeida se hubiera tirado al suelo y se
habría llevado las manos a la cara con gritos y expresiones de dolor hasta que
el árbitro le hubiera sacado la tarjeta roja mandándolo hasta el vestuario.
Pero a Almeida, cuya relación con el fútbol es escasa, como prueban esos
enormes patadones que hacen jugarse la vida a los asistentes cada vez que le
invitan a hacer algún saque de honor en algún acto deportivo, le pilló por sorpresa
la entrada del concejal socialista en el pleno y apenas tuvo tiempo de
reaccionar.
Eso de
ir a dar palmaditas en la cara a los alcaldes en los plenos sienta un mal
precedente. No solo es grosero y zafio, sino que apenas ayuda a relajar esta
crispada política española, cada vez más bronca y barriobajera.
Haría
bien el PSOE en tomar alguna medida que mostrara que está mal lo de los cachetitos,
que no es el camino para la política española o que no debería ser. Hago la matización
porque algunos pueden pensar que eso de hacer discursos es aburrido y que es
más mediático hacer estas cosas.
Si los
políticos se contentan con llamar la atención en vez mostrar los beneficios del
diálogo, estamos abocados a un destino incierto. Ser empieza con los cachetes y
se sigue por las collejas. El siguiente salto es imprevisible y peligroso, algo
de temer. Ya no vales los gestos airados desde los escaños y tribunas, los
cartelitos sacados en la tribuna. Llegar al contacto físico es dar un salto
cualitativo con final imprevisible.
Si el de las tortitas buscaba promocionarse con ese "acto valiente" y "desvergonzado", captado por las cámaras de todo el universo habitado, buscaba promocionarse, se ha equivocado de medio a medio. Queda como un grosero, un maleducado y uno que de "sobrado" por la vida. Los que se lo consientan quedarán en el mismo grupo de maleducados. Hay cosas que no se pueden dejar. Se empieza con un cachete de nada y se termina con la guerra de las galaxias. Eso de tocar la cara tres veces no tiene ni mística ni educación; es simple grosería.
Por más que lo tratemos con cierta ironía, el acto es vergonzoso en un ayuntamiento de un sistema democrático y nos confirma que en política hay que saber estar, saber comportarse, que no todos los que están deben estar ahí.
De las noticias vistas sobre el incidente, la más clara es la de 20 minutos, que llama a las cosas por su nombre, "cachetear", y al agresor por el suyo. ¿Por qué andarse con eufemismos y cursilerías? Ahora falta ver cómo las califica el "equipo" del susodicho.
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