Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
titular de un artículo de Lucía Méndez manda un aviso: "Barones del PP
avisan de que sus votantes ven "incomprensible" que se hable con
Junts". Los políticos son ya de dos clases: los que miran hacia arriba y
los que miran hacia abajo. A unos, según parece, les preocupa cómo escalar
hasta el poder; a otros lo que les puedan hacer los que les votaron y les estén
esperando en la próxima esquina electoral con la estaca del abandono.
En el caso del PP el beneficiado, claro está, será Vox, que usará el argumento de la "derecha poco fiable" aplicado al PP. Por la izquierda... eso es más complejo por la propia diversidad. En realidad, unos por una cosa y otros por otra, todos están contra el PP, aunque sean de "derechas", como ocurre con el PNV.
Es
imposible entender la política en España (me da cierto reparo llamarla
"española") sin tener en cuenta esa enemistad que entrecruza
nacionalismo y economía, algo que permite diversas variables. Hay izquierda que
cree en la unidad española, como hay derecha que cree lo mismo. Hay izquierda
independentista, como hay derecha independentista. Todo es un poco lioso
porque, con una cosa o con otra, todos los pactos posibles tienen su grave
componente anti natura, que es lo que le advierten a la dirección del PP y el
PP trata de movilizar dentro de las diversas "sensibilidades" que hay
dentro del PSOE, que son los dos partidos que viven el drama de ser
mayoritarios, pero decidir cada vez menos. El estar mirando siempre para arriba
y no para eso llamado España, que es el conjunto de los que viven dentro de sus
fronteras oficiales, les guste o no.
La
forma de debilitar a los partidos grandes es rodearlos de partidos pequeños.
Gracias a nuestra peculiar ley electoral todo es posible. Los que apenas tienen
unos cuantos votos, consiguen lo suficiente como para poner encima de la mesa
algo que afecta a la mayoría. Como, por otro lado, no se aceptan las reglas del
juego, sino que se buscan innumerables trampas (como la de dar grupo
parlamentario a quienes las urnas no se lo dieron y luego volverse a sus
grupos, una burla como otra cualquiera), para seguir mirando hacia arriba.
Es sorprendente
cómo ha llegado a degenerar la política desde que es "nueva
política". Nunca se han visto tantas maniobras ni maniobreros proclamando
su "salud" política. Los medios han convertido esto en todo un
culebrón veraniego, junto al "caso Rubiales" y al descuartizador en
Tailandia.
Ahora
el temor de algunos es el "qué dirán" legítimo de los que votaron con
un discurso y ven cómo este se transforma en acciones muy alejadas de él.
Ven que los que se presentaron como moderados dan concejalías a los más
extremistas, a derecha e izquierda, y pronto serán ministerios. Todo con tal de que
salga eso que llaman "aritmética" del poder, que no es otra cosa que
cuentas de debilidad, la debilidad de quedarse a las puertas del poder, casi rozarlo y no querer dejarlo escapar sea como sea.
La
palabra "compromiso", que es la que liga a los partidos con sus
votantes pasa a significar otra cosa muy distinta. El compromiso ahora es
conseguir el poder para los grandes, sacar el máximo provecho por parte de los
pequeños. Un solo voto te puede permitir ir contra los de millones de votantes
a los que les has prometido lo contrario. Dirigentes autonómicos ha hecho
pactos con aquellos por los que juraron que nunca hablarían y ahora lo hacen.
Por eso hablábamos aquí hace unos pocos días de la "semántica"
política y de lo que suponen de desvergüenza este tipo de juegos de palabras.
Curiosamente, prácticamente nadie se atreve a proponer lo más lógico: la repetición electoral. Si los resultados hace imposible, por decoro, realizar acuerdos anti naturales, ¿qué problema hay en volver a las urnas? Pues un problema muy claro: cuando el electorado vea que aquellos a los que ha votado hacen lo contrario de lo que dijeron, puede que haga dos cosas: 1) cambie su voto; y 2) haga un gigantesco corte de mangas al sistema y se quede en su casa viendo alguna serie interesante. Muchos lo mantendrán, claro, pero con estos pequeños matices, un pequeño cambio en el resultado puede producir un efecto mariposa. Un pequeño cambio en el voto se transforma en un gran cambio en La Moncloa. La preguntas que le quedaría al elector es: ¿de quién fiarse, visto lo visto?
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